Ricard Chiang - "Terrores ancestrales" - Galería Marimón - Palma


Desde ese lugar inquietante *

 

Fernando Gómez de la Cuesta

 


Las obras de Ricard Chiang (Barcelona, 1966) son crepusculares, nocturnas, unas piezas que cuentan historias difícilmente explicables desde la oscuridad de ese duermevela donde los sueños se confunden con la realidad, allí donde un filamento incandescente apenas ilumina lo que tenemos justo delante, un lugar donde la razón pierde la estructura de la lógica y comienza el espacio para la emoción y lo irracional. Chiang hace tiempo que decidió estar al margen de todo -vivir en los márgenes de todo- habitar aquellos territorios liminares que no suelen ser transitados por las modas ni las masas, unos caminos fronterizos que poseen la virtud de explicarnos las cosas desde otros puntos de vista, desde otras ideas y desde otras formas, desde una ética particular y una estética turbadora.

 

Pero empecemos por la tenue luz de ese filamento incandescente que comentábamos y que apenas alumbra a nuestro alrededor, un leve resplandor que nos muestra algunas ramas del bosque o una minúscula esquina de la habitación, un recurso que Chiang emplea para concentrar nuestra atención sobre un punto, sobre una cuestión concreta, sobre una idea, sobre una emoción. Nada puede resultar más inquietante en esta época de desmesura, en esta era marcada por la obscena y poderosa luz global de Internet -donde la información y las imágenes se ofrecen sin límite ante nosotros- que el sutil y mínimo halo con el que el artista nos oculta más de lo que nos muestra. 

 


Todos vivimos sepultados por la insolencia que expresa el potente foco producido por la arrogancia pretenciosa de las nuevas tecnologías, de los nuevos canales de relación e información, aquellos que tienen las redes sociales como medio, la manipulación política a los mandos y el poder económico fijando la dirección. Un rayo potente, permanente e indiscriminado que pretende enseñarlo todo -siempre y a la vez- con una luz general tan amplia que, en lugar de ayudarnos, nos ciega por exceso, nos aliena por nuestra incapacidad de asimilar el volumen que nos ofrece y nos desborda por la imposibilidad de discernir entre lo que es conocimiento y lo que es impostura, entre lo que es algo y lo que apenas es nada. 

 

Posicionándose ante esta vorágine, las pinturas y esculturas de Chiang comparecen con una deliberada luz neo-barroca, precaria y puntual, que no hace otra cosa que aumentar la sensación de misterio, a la vez que huye de las maneras que esa abusiva iluminación artificial, ultra-renacentista y expansiva, ha ido imponiendo. Por eso, Chiang ha evitado los colores desproporcionados, las fluorescencias impostadas o las formas estridentes y groseras que circulan indiscriminadamente por la Red, por Instagram y otras plataformas, para reconocer y profundizar en aquello que le interesa: el cine expresionista alemán de Fritz Lang y Murnau, el simbolismo surrealista de Odilon Redon, los relatos de Poe y Lovecraft, El Bosco y Goya pero también Dubuffet y Tim Burton, George Grosz, Otto Dix y tantos otros que hicieron de la diferencia y del misterio la única posibilidad para su propia creación.



Ricard Chiang posee una técnica virtuosa que pone al servicio de la búsqueda de una belleza que, como señalaba Eugenio Trías, solo se puede definir en contacto con lo siniestro, una hábil manera de (re)conocer cualquier concepto a partir de localizar, describir y reflexionar sobre aquellos puntos perimetrales donde la idea ­­­­­­concreta empieza a forzar sus límites y su contenido, allí donde entra en fricción y simbiosis con el resto de significados que le rodean. Esta belleza inquietante se desarrolla a partir de las historias que Chiang nos muestra en sus obras: pesadillas infantiles, monstruos y niños, seres fantásticos escapados del averno y terrores que se quedaron traumatizados y encriptados en el propio ser. 

 

Un escenario angustiante que recurre a los miedos más profundos, aquellos que comparecen en los contextos de máxima garantía, en el hogar, en la familia, en el cuidado de la infancia, allí donde nada debiera amedrentarnos, allí donde las amenazas más simples se convierten en el terror más pavoroso, unos espacios donde deberíamos ser felices, donde deberíamos estar seguros, pero que la obra de Chiang transforma en zonas de conflicto, en lugares de inquietud, de turbación y de desasosiego. 



*Texto del catálogo editado con motivo de la exposición "Terrores ancestrales" de Ricard Chiang para Galería Marimón de Palma. Septiembre de 2022. 

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