Marcelo Viquez - Riesgo innecesario I y II - Galeria Kewenig - Palma - 2012-13


Pan para hoy
("Riesgo innecesario I" - 2012)*

De nuevo nos han vuelto a joder, ya perdimos la cuenta de las veces que lo han hecho, hay que ser idiota para caer siempre en la misma trampa, una y otra vez. Aunque estos cabrones que dirigen el mundo disfracen su objetivo, aunque le pongan el traje nuevo de una crisis vieja, siempre es lo mismo, siempre la misma mierda. Estos babosos que ahora se ríen de nosotros son los nietos de los que se mearon en la cara de nuestros abuelos, cambiaron su traje, y la corbata, y la forma de hacer el nudo, pero son los mismos. Se pusieron a la moda pero conservaron el hedor de la basura que guardan en sus cajas fuertes y sus caretas de cerdo humano, esa fisonomía tan particular que distingue a los de su especie. Hay que joderse, precisamente ahora que tenemos las uñas llenas de luto por rascarles el lomo, es cuando esta piara de puercos de élite, de desaprensivos, se gira y nos dice que llevamos las manos sucias, manchadas del lodo pestilente de su propia pocilga, nos dicen, gruñendo, que ya no sabemos, que ya no entendemos, que ya no podemos, que mientras ellos siguen engordando, nosotros nos moriremos.


Ahora nos toca caer de bruces o indignarnos, pero con indignarnos no basta, eso ya lo hicimos y no bastó, ni con acampar, ni con hacer pancartas, manifestaciones y huelgas, no basta con ser un buen tipo, ni ateo, ni activista, ni comunista, ni siquiera basta con ser un guerrillero; la política es más sutil, más lista que todos nosotros y por encima de ella están el dinero y el poder. Los políticos saben más, se cagan en todo, se lo cargan todo, primero se infiltran en los grupos de resistencia, de oposición, y en un instante todo es suyo, todo está contaminado, desmantelado, pervertido por sus propios intereses y convertido en una herramienta más al servicio de este sistema de manipulación, degradación y destrucción masiva, todo es casta, todo es caspa, todo es peor, todo es hedor. Marcelo Viquez no sabe tanto como ellos, pero sabe mucho de lo suyo, sabe que no basta con irse, sabe que, al final, todos los sitios del mundo son iguales. Viquez cruzó un océano, subió al norte para bajarse al sur y terminó en el mismo condenado lugar, con los mismos capullos tirando de las riendas pero a miles de kilómetros de su casa. Ahora su casa es ésta y la guardan los mismos perros rabiosos con distintos collares. 


Viquez adelgaza mientras los cerdos engordan, ha aprendido que el poder no atiende a razones, ni dios, ni rey, ni amo, que esa gentuza sólo reacciona ante el miedo insuperable, que sólo se sobrecogen con el ataque incoherente, ingobernable, irracional y aleatorio, con el ataque suicida, terrorista, "libertad o muerte" dice el artista. Viquez va sin pasamontañas, a veces se pone una máscara de perro, o de cerdo, o unas orejas de conejo, mientras que a la incólume corona de laurel le reserva un pedestal impoluto, a ver quién se la gana, a ver quién se la pone. Viquez sabe que la mierda hay que escribirla con letras muy grandes para que alguien la lea, que hay que cagarse en todo y decir verdades como puños, a quemarropa, como una ráfaga de ametralladora. El terrorismo, para que surta efecto, tiene que ser certero e indiscriminado, incontrolable, con daños colaterales. Viquez dibuja lo que piensa y hace lo que le da la gana, a veces parece que no piensa lo que dice, pero sí, sus misiles van teledirigidos y sus bombas incendiarias queman su objetivo, aunque luego, las llamas, se extiendan desbocadas. 


Sus diarios íntimos aquí son públicos, dibujados con esa caligrafía entre surrealista y expresionista que da forma a sus obsesiones y a sus perversiones, a sus vicios, a sus fantasías y a sus miedos. Mientras él se pone en evidencia nos deja a nosotros con el culo al aire, alza el velo de nuestra doble moral, de nuestros prejuicios y de nuestra hipocresía, de nuestra tolerancia de salón, de nuestro carácter falsamente integrador, de nuestra generosidad con lo que no es nuestro. Todos somos extraordinarios mientras no vemos peligrar lo que nos pertenece, lo que creemos que nos pertenece, lo que es correcto, lo que creemos que es correcto, todos somos casi perfectos oteando el horizonte desde nuestra torre de marfil, pero todos somos alimañas sin escrúpulos cuando nos obligan a descender a la ciénaga. Viquez es un hombre de acción, un luchador en el barro, un artista que ironiza consigo mismo y con todo lo demás, un tipo que hace y deshace mientras el mundo se rompe, y si se tiene que romper, rompámoslo nosotros, a bombazos, a martillazos, y después del estruendo busquemos la solución, hallemos el camino, creemos el antídoto, obtengamos la vacuna, si vienen malos tiempos sembremos el grano, llevémoslo a moler, metámoslo en el horno, que todos los niños nazcan con un pan bajo el brazo o, si no lo conseguimos, con una metralleta. 


Hambre para mañana
("Riesgo innecesario II" - 2013)**

Un año después, Marcelo Viquez, vuelve a tirarnos su mala leche a la cara, una lefa biliar ácida y sibilina, corrosiva desde lo flagrante y lo sigiloso. El artista vuelve a hablar de ganarse el pan con la sangre de su frente -que con el sudor ya no basta- y esta vez nos habla de arte, nos habla de lo suyo, de su trabajo, con el que apenas se gana la vida mientras la va perdiendo. Arte que habla de arte y se caga en todo, incluso en el propio arte y en sus artistas, en sus críticos y en sus comisarios, en las instituciones y en las galerías. ¿Arte a favor o arte en contra? ¿arte-actitud o arte-disciplina? Arte de mierda, instalaciones hechas con la basura de toda nuestra vida. El arte político es de cobardes, el buen arte tiene que ser terrorista y anarquista: una vela encendida sobre un bidón de gasolina, no hay más cera que la que arde y, cuando arda, todo explota. Un riesgo tan innecesario como el de hacer una exposición, como el de meter en el Oratorio palmesano de Sant Feliu, de la galería Kewenig, un taxi uruguayo serrado en dos. Viquez también sabe que el oro es un valor seguro y falso en este mundo de mentira, por eso hace de oro alguna de sus piezas, una pepita gigante y, justo al lado, el espejismo roto que lo produjo todo, visiones de brillo y oro, de oro de verdad, de ese que se vende a precio de oro. El oro nunca falla y Viquez tampoco. 


El pedestal eleva el objeto a la categoría de arte y Viquez eleva los pedestales a objeto artístico, pasa de la pieza y se concentra en su soporte, no hace falta más, eso es suficiente, en este juego todo vale. Sus peanas son sublimes y si las pones juntas, aún más, como el pueblo, como nosotros, también somos mejores de lo que parecemos y si vamos juntos lo parecemos más, gritamos más, pero no les damos más miedo, porque patalear es como masturbarse, calma sólo un rato, por eso dejan que nos masturbemos todo lo que queramos, así nos tienen controlados, falsamente satisfechos y escaldados. Viquez también se masturba pero es para dejar en evidencia que el arte contemporáneo, y todos nosotros, estamos huecos. Viquez reproduce su propio arte hasta la confusión, hasta el mareo, hasta la saciedad, hasta la náusea, hasta la paja, hace y deshace, copia y se copia, incluye sus obras dentro de sus propias obras y las multiplica hasta el infinito, hacia lo insondable, hacia la mierda esa que llaman reinventarse. Él deja en evidencia este pendoneo elitista y trata de girarnos el cuello, para rompérnoslo, para tratar de que miremos fuera, porque todo lo importante ocurre allí, en la calle, en la vida real, donde la gente, los tipos como nosotros, se juegan su pan y el pan de sus hijos. Hambre es lo que toca hoy, ya veremos mañana.


* y ** - Edición de los textos publicados en la revista Youthing con motivo de las exposiciones "Riesgo innecesario I" y "Riesgo innecesario II", Galeria Kewenig, Palma, 2012 y 2013.  

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