Amparo Sard - "Naufragis" - Bienal Martínez Guerricabeitia



"Las reacciones precarias"*

Quizás ocurre desde antes de lo que pensamos, pero ahora, la imparable multiplicación de la información, la híper-comunicación, la difusión desmesurada de datos, se encarga más que nunca de dejar en evidencia que estamos perdiendo nuestro espíritu crítico, nuestra ética, nuestro razonamiento, nuestra sensibilidad, pero también nuestra diferencia, nuestra subjetividad, nuestra independencia y nuestra libertad. Parece que llevamos algún tiempo sumidos en un proceso de simplificación y homogenización, de vaciamiento de contenidos complejos, mientras encaminamos nuestras vidas, nuestros pensamientos y nuestras acciones, hacia unas coordenadas emocionales y sentimentales elevadas a la peculiar categoría de la posverdad, un relato convenido que coincide más con nuestros deseos que con los propios hechos, una deriva de la verdad que se construye por un mecanismo elemental de consenso empático, de reacciones precarias, y no tanto por la aplicación certera y esforzada del conocimiento, de la experiencia, del análisis, del rigor o del criterio. Dice Paul Virilio en “Ciudad Pánico” que el poder de los mass-media produce, entre otros muchos efectos, una “sincronización de las emociones” que nos provoca una distorsión igualadora y contagiosa de la realidad, un exceso de empatía que, aunque parezca una contradicción, genera una insensibilidad que nos está abocando a un nuevo y descomunal naufragio. Se puede entrever que algo inquietante subyace bajo esa capa epidérmica en la que la mirada y el entendimiento contemporáneos quedan atrapados por una belleza ensimismada, por un interés fingido, por un exceso de datos, por una apariencia de realidad resplandeciente provocada por la luz de las nuevas tecnologías y que no es más que el reflejo sobre un muro de cristal negro de unas imágenes que pierden su sentido gracias a su reproducción hasta la náusea. Un mundo del que tan sólo conocemos el espejismo de unos conceptos completamente descontextualizados, una sombra que, pervertida por el brillo deslumbrante del interfaz, comparece sin su verdadera esencia en el seno del agujero negro de la caverna digital.

Pero este misterio que subyace puede convertirse en revelación ante el sobrecogimiento que provoca lo sublime, ante aquello que nos atrae y que nos repele a partes iguales, ante el caos, la desmesura y lo inefable, ante lo inasible, lo insondable y lo incontrolable. Amparo Sard, como el poeta de la Barca de Dante, emprende su camino hacia los avernos contemporáneos. Sin la balsa y sin Caronte, sola y a nado, avanzando a duras penas por las aguas estigias, rodeada de todos esos seres condenados a huir del infierno para alcanzar otro abismo aun mayor, y al fondo, como constancia de ese sufrimiento que empieza a parecer eterno, la ciudad en llamas de Dite, origen y destino de este itinerario perverso. Como una carcasa que se va quedando sin su contenido, el cuerpo de la artista va sufriendo este proceso de vaciamiento, de transparencia, de trepanación, donde los órganos se vitrifican y los huesos se pulverizan, donde comparecemos cada vez más huecos, en fase de invisibilización, atravesados por la nada más absoluta y la oquedad más persistente, como si fuéramos materia que ha entrado en una descomposición extrañamente aséptica, plástica, de cristal líquido, papel, resinas y metacrilatos, provocada por cualquier virus inmaterial, quizás, sutilmente digital. Pero esa misma putrefacción neutra de nuestro cuerpo que perfora el dibujo de la carne, ese agujereado constante que nos va infligiendo el exceso de información, la globalización y la posverdad, va aumentando el diámetro de sus orificios sobre el espacio, para convertirse, no ya en una herida, sino en un paso, en un acceso, en una puerta que conecta con todo aquello que permanece más allá, con lo verdaderamente oscuro y también con lo luminoso, con lo bello y lo siniestro, con eso que no es tan sencillo, ni tan reducido, ni tan simple como la capa superficial y brillante de un blanco impoluto sobre la que nos desenvolvemos. No debemos olvidar que en esta misma laguna Estigia, cárcel para los condenados y frontera con el infierno, Tetis bañó a su hijo Aquiles para conseguir su invulnerabilidad, apenas le faltó el talón.

Amparo Sard también lleva mucho tiempo completamente sumergida en sus aguas, traspasada por la corriente, nadando, ahogándose y sobreviviendo, asumiendo y amplificando la fuerza que la creatividad, la sensibilidad y el talento confiere a los que, como ella, tienen las capacidades adecuadas para recibirla, custodiarla, desarrollarla y ofrecerla. La artista mantiene una lucha sin tregua desde las propias entrañas del desbordamiento, una batalla ética y estética referida al ser y a su entorno, a la integración y a lo ajeno, a la exclusión y a la pertenencia, a la migración y a la permanencia, a la alienación y al desposeimiento. Sard emplea la figura humana mediante unos volúmenes sencillos que cobran una nueva perspectiva gracias a la transparencia y a esa misma simplicidad, que trascienden la función de meros contenedores, considerándolos, no sólo como la forma externa que nos iguala y que nos diferencia, sino también como la frontera y el nexo que nos separa y que nos une del resto de individuos y, por supuesto, del contexto que nos rodea. Unos cuerpos, o unos trozos de ellos, que en ocasiones comparecen traspasados, sobrepasados y permeables a todo aquello que tenemos alrededor, absolutamente desbordados material y espiritualmente, mientras la artista recurre a lo próximo, a lo íntimo, a lo humano, para superar lo evidente, para narrarnos lo que hay más allá, los extremos que esconde la epidermis, lo que podemos y lo que no podemos contener. Todo esto lo hace con la sutil poesía desgarrada de quien es capaz de ver lo invisible, comprenderlo, enriquecerlo y comunicárnoslo. Una investigación inquietante que se contrapone a este nuevo naufragio, que nos lleva hacia planteamientos de resistencia, de esperanza y de conocimiento, poniendo de manifiesto que, en el seno de la vorágine y de la confusión, no hay una sola verdad, que una misma realidad puede verse de formas distintas y desde perspectivas muy diversas, que incluso lo más sencillo siempre contiene un drama complejo y que demasiada empatía también puede ser algo perverso.


*Texto publicado en el catálogo de la Bienal Martínez Guerricabeitia de Valencia, diciembre de 2019.

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