"Las reacciones
precarias"*
Quizás ocurre desde antes de lo que pensamos, pero ahora, la imparable
multiplicación de la información, la híper-comunicación, la difusión
desmesurada de datos, se encarga más que nunca de dejar en evidencia que estamos
perdiendo nuestro espíritu crítico, nuestra ética, nuestro razonamiento,
nuestra sensibilidad, pero también nuestra diferencia, nuestra subjetividad, nuestra
independencia y nuestra libertad. Parece que llevamos algún tiempo sumidos en un
proceso de simplificación y homogenización, de vaciamiento de contenidos
complejos, mientras encaminamos nuestras vidas, nuestros pensamientos y
nuestras acciones, hacia unas coordenadas emocionales y sentimentales elevadas
a la peculiar categoría de la posverdad, un relato convenido que coincide más con
nuestros deseos que con los propios hechos, una deriva de la verdad que se
construye por un mecanismo elemental de consenso empático, de reacciones
precarias, y no tanto por la aplicación certera y esforzada del conocimiento,
de la experiencia, del análisis, del rigor o del criterio. Dice Paul Virilio en
“Ciudad Pánico” que el poder de los mass-media produce, entre otros muchos
efectos, una “sincronización de las emociones” que nos provoca una distorsión
igualadora y contagiosa de la realidad, un exceso de empatía que, aunque
parezca una contradicción, genera una insensibilidad que nos está abocando a un
nuevo y descomunal naufragio. Se puede entrever que algo inquietante subyace bajo
esa capa epidérmica en la que la mirada y el entendimiento contemporáneos
quedan atrapados por una belleza ensimismada, por un interés fingido, por un
exceso de datos, por una apariencia de realidad resplandeciente provocada por
la luz de las nuevas tecnologías y que no es más que el reflejo sobre un muro
de cristal negro de unas imágenes que pierden su sentido gracias a su
reproducción hasta la náusea. Un mundo del que tan sólo conocemos el espejismo
de unos conceptos completamente descontextualizados, una sombra que, pervertida
por el brillo deslumbrante del interfaz, comparece sin su verdadera esencia en
el seno del agujero negro de la caverna digital.
Pero este misterio que subyace puede convertirse en revelación ante el
sobrecogimiento que provoca lo sublime, ante aquello que nos atrae y que nos
repele a partes iguales, ante el caos, la desmesura y lo inefable, ante lo
inasible, lo insondable y lo incontrolable. Amparo Sard, como el poeta de la
Barca de Dante, emprende su camino hacia los avernos contemporáneos. Sin la
balsa y sin Caronte, sola y a nado, avanzando a duras penas por las aguas estigias,
rodeada de todos esos seres condenados a huir del infierno para alcanzar otro abismo
aun mayor, y al fondo, como constancia de ese sufrimiento que empieza a parecer
eterno, la ciudad en llamas de Dite, origen y destino de este itinerario
perverso. Como una carcasa que se va quedando sin su contenido, el cuerpo de la
artista va sufriendo este proceso de vaciamiento, de transparencia, de
trepanación, donde los órganos se vitrifican y los huesos se pulverizan, donde comparecemos
cada vez más huecos, en fase de invisibilización, atravesados por la nada más
absoluta y la oquedad más persistente, como si fuéramos materia que ha entrado
en una descomposición extrañamente aséptica, plástica, de cristal líquido,
papel, resinas y metacrilatos, provocada por cualquier virus inmaterial,
quizás, sutilmente digital. Pero esa misma putrefacción neutra de nuestro
cuerpo que perfora el dibujo de la carne, ese agujereado constante que nos va
infligiendo el exceso de información, la globalización y la posverdad, va aumentando
el diámetro de sus orificios sobre el espacio, para convertirse, no ya en una
herida, sino en un paso, en un acceso, en una puerta que conecta con todo aquello
que permanece más allá, con lo verdaderamente oscuro y también con lo luminoso,
con lo bello y lo siniestro, con eso que no es tan sencillo, ni tan reducido,
ni tan simple como la capa superficial y brillante de un blanco impoluto sobre
la que nos desenvolvemos. No debemos olvidar que en esta misma laguna Estigia,
cárcel para los condenados y frontera con el infierno, Tetis bañó a su hijo
Aquiles para conseguir su invulnerabilidad, apenas le faltó el talón.
Amparo Sard también lleva mucho tiempo completamente sumergida en sus aguas,
traspasada por la corriente, nadando, ahogándose y sobreviviendo, asumiendo y
amplificando la fuerza que la creatividad, la sensibilidad y el talento
confiere a los que, como ella, tienen las capacidades adecuadas para recibirla,
custodiarla, desarrollarla y ofrecerla. La artista mantiene una lucha sin
tregua desde las propias entrañas del desbordamiento, una batalla ética y
estética referida al ser y a su entorno, a la integración y a lo ajeno, a la
exclusión y a la pertenencia, a la migración y a la permanencia, a la
alienación y al desposeimiento. Sard emplea la figura humana mediante unos
volúmenes sencillos que cobran una nueva perspectiva gracias a la transparencia
y a esa misma simplicidad, que trascienden la función de meros contenedores,
considerándolos, no sólo como la forma externa que nos iguala y que nos
diferencia, sino también como la frontera y el nexo que nos separa y que nos
une del resto de individuos y, por supuesto, del contexto que nos rodea. Unos
cuerpos, o unos trozos de ellos, que en ocasiones comparecen traspasados,
sobrepasados y permeables a todo aquello que tenemos alrededor, absolutamente
desbordados material y espiritualmente, mientras la artista recurre a lo
próximo, a lo íntimo, a lo humano, para superar lo evidente, para narrarnos lo
que hay más allá, los extremos que esconde la epidermis, lo que podemos y lo
que no podemos contener. Todo esto lo hace con la sutil poesía desgarrada de
quien es capaz de ver lo invisible, comprenderlo, enriquecerlo y
comunicárnoslo. Una investigación inquietante que se contrapone a este nuevo
naufragio, que nos lleva hacia planteamientos de resistencia, de esperanza y de
conocimiento, poniendo de manifiesto que, en el seno de la vorágine y de la
confusión, no hay una sola verdad, que una misma realidad puede verse de formas
distintas y desde perspectivas muy diversas, que incluso lo más sencillo
siempre contiene un drama complejo y que demasiada empatía también puede ser
algo perverso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario