Nicolás Laiz - Espacios TEA Tenerife


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La increíble historia del doctor Ambrosio Betancor Perdomo
(extractos de su diario de campo)*


Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esta trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos.

“El jardín de senderos que se bifurcan” - Jorge Luis Borges.


El doctor Ambrosio Betancor Perdomo (Guatiza, Teguise, Lanzarote, 1884 – 1968) fue un intelectual, un poeta, un científico, un loco, un humanista, un apasionado, un cuerdo, un sabio, un amante, un adelantado a su época, una mirada premonitora, un descubridor de realidades, un creador de falacias bellas, de verdades arqueológicas, un escritor de la historia, un inventor de certezas, un constructor de objetos, un hallador de tesoros, un coleccionista de restos. Un alter ego y un heterónimo. No sabemos tanto de su vida como quisiéramos, pero aquí está su legado, su colección y algunos textos de su cuaderno de trabajo, que no es poco. Ambrosio Betancor Perdomo recogió la memoria de un pueblo prehistórico a partir de sus vestigios y de sus fragmentos, un ejercicio de hallazgo, de recolección, de imaginación, de construcción y de falsificación, un trabajo concienzudo para que el mito, la magia y la leyenda sean los que dicten la historia de una cultura tan real como imaginada, de una sociedad venidera que vivió en el pasado, en una era (pretérita) en la que el turismo de masas (presente) transformó la manera (futura) de relacionamos, nosotros con nosotros mismos, nosotros con los otros, nosotros con la naturaleza, con los lugares y con los espacios.

Más de quinientos objetos que van desde la estatuaria a elementos cotidianos, vasijas y herramientas, ídolos mágicos, fetiches, tótems, abalorios, huesos de animales y restos humanos aparecen dispuestos gracias a esta propuesta de reconstrucción, conservación y exposición con la estructura de un gabinete de curiosidades, de un ordenado todo a cien, de un proto-museo de antropología, de una tienda de chinos, de una colección de exvotos contextualizada en el mundo actual, global y globalizado, convirtiendo esta cámara de las maravillas en una máquina del tiempo que proyecta al visitante hacia un lugar imaginario, lleno de pasados, de presentes y de futuros, mientras considera al espectador de esta colección delirante como un viajero culto o como un turista sin el conocimiento adecuado, un patrimonio visual y material que hace saltar las fricciones que se producen entre realidad y ficción en un sistema de memoria y de comunicación que empieza a producir fallos, alteraciones en una narrativa tan histórica como incierta. Es en ese terreno de quiebra de la explicación científica donde más fértil se hace la imaginación, por donde se cuela el fraude fascinante, la inventiva genial, las imprecisiones exquisitas, por donde penetra este proyecto mágico, científico, y todas y cada una de sus derivas.


8 de junio de 1966

Siempre me atrajeron esos hombres y mujeres que se mueven en los puntos de inflexión de la historia, en esos contextos de cambio de paradigma donde comparecen diferentes sensibilidades, emociones y conocimientos, aquellos seres extraordinarios que infiltran sus ideas en los intersticios que dejan los pensamientos mayoritarios para modificarlos sutilmente desde su núcleo, pero también para hacer palanca o para introducir el material explosivo que puede detonar cualquier doctrina, incluso las más férreas y castrantes. Por eso hace tiempo que me interesa la figura del doctor Gregorio Chil y Naranjo (Telde, Gran Canaria, 1831 - Las Palmas, Gran Canaria, 1901) uno de esos personajes finiseculares en los que confluye la subjetividad romántica con la intención objetiva del saber científico. Don Gregorio fue médico y antropólogo, un pionero de la arqueología prehistórica en Canarias, fundador del Museo Canario y primer director de la institución. Un adelantado a su época que acudía a convenciones científicas en París y se carteaba con los estudiosos europeos más prestigiosos. Chil y Naranjo tuvo problemas con la Iglesia, en concreto con el Obispo de Gran Canaria, porque no se le ocurrió otra cosa que traducir y comentar “El origen de las especies” de Charles Darwin, tremendo pecado. Su impresor se vio obligado a dejar de trabajar con él por las presiones eclesiásticas, pero Don Gregorio, lejos de amedrentarse, decidió fundar su propia imprenta.

Esa es la actitud que, con mis propias limitaciones y capacidades, he querido mantener en mi investigación y en mi vida, una mente siempre abierta y predispuesta, innovadora, fuerte, determinada cuando sea necesario, una resilencia que me permita buscar y encontrar soluciones ante los problemas que se vayan presentando, alternativas que se basen en la creatividad, en la experiencia, en el conocimiento, en el estudio y en el análisis, en la ciencia, en la invención y en la magia, en todo aquello que se puede explicar y en lo que nos parece absolutamente inexplicable. Cuando comencé mi colección, decidí construir una pieza inicial que fuera de carácter libre, múltiple y expansivo, que me acompañara toda mi vida, la titulé “La mesa del relojero” en alusión evidente a la labor taxonómica que estaba emprendiendo y al concepto de tiempo(s) simultáneo(s) con el que estaba trabajando. En ella quería recoger una clasificación que comprendiera todo el acervo icónico que iba encontrando en mis excavaciones, pero también en mis itinerarios por la costa de la isla y, sin duda, en mi imaginación, una mesa que fuera creciendo junto a mi y mi investigación. Pensaba (y pienso) que es necesaria esta singular enciclopedia visual, este catálogo de objetos e imágenes, para que quien se acerque a la obra pueda comprender este peculiar tiempo diverso construido en paralelos, secantes y tangentes, esta cultura por acumulación, inspiración, transpiración e invención a la que poco a poco he ido dando forma, una suerte de “otro museo canario” con unas maneras parecidas de presentación y exposición, pero con contenidos alternativos y completamente desinstitucionalizados. 

  
8 de julio de 1966

Una de mis principales motivaciones para emprender esta investigación que está durando toda una vida es estudiar, conocer y difundir el contexto y la cultura que me vio nacer, allí donde he estado y allí donde he sido. Parto de una perspectiva enraizada en lo local pero con la mirada puesta en lo global, en esos cambios, en esa incontenible deriva de la historia en la que todos los seres humanos estamos inmersos. Mi trabajo tiene su inicio en lo científico, en lo antropológico, en lo arqueológico y, desde esa posición, he ido incorporando lo creativo y lo mágico para completar otras narraciones que subyacen pero que no han dejado restos, que quizás ni siquiera existieron. He querido activar el imaginario colectivo canario mientras mantenía la puerta abierta a cualquiera que quisiera acercarse a ese conocimiento.

Por desgracia no ha llegado hasta nosotros ninguno de esos romances que nos habría dado idea de su origen, de sus costumbres y de su pasado: la falta es ésta, que si como historiador no puedo perdonar, tampoco me es posible remediar, cuando hoy sólo contamos con noticias vagas, contradicciones incompletas o desfiguradas, con despojos raros que dentro de unos años habrán desaparecido, quedando borrada para siempre la huella de un pueblo que pasó por este suelo y moró en él por muchos siglos.

“Los guanches” - Gregorio Chil y Naranjo.

Mi lucha tiene que ver con conservar, reconstruir, reforzar, ampliar, inventar, crear y difundir nuestro saber y todos sus relatos. Trato de señalar un territorio y una cultura desde mi alcance personal, desde mi perímetro vital y desde mi propia experiencia, marcando unos hitos físicos, pero también conceptuales y emocionales. El espacio no es uno cualquiera, el ámbito es la isla, un contexto finito de contenido infinito, un lugar donde la magia y el conocimiento adquieren dimensiones humanas y proporciones sobrehumanas que nos desbordan y que nos sobrecogen tanto como nos estimulan y nos emocionan. La idea de definir un territorio complejo a partir de los lugares, de los restos y de los objetos, tiene como finalidad contener los caminos que voy recorriendo con la voluntad que posee el descubridor pionero, el aventurero incansable y el científico premonitorio, transitando nuevas rutas de experiencia para compartirlas luego. En realidad, nada vuelve a ser igual que como lo fue hace apenas un momento, todo muta a cada instante, aunque nosotros nos empeñemos en fijar nuestros recuerdos.

En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos].

“Sobre la naturaleza” – Heráclito.

Parto de esa base cuando desarrollo la serie que he titulado “Fósil”, algo que por propia definición queda petrificado, más o menos inamovible desde que se produce este proceso de consolidación y endurecimiento. Sin embargo mis fósiles no son tan estables, en realidad son cambiantes, dinámicos, vivos, variables por accesión, superposición y conexión. Quizás estén más cerca del sedimento mutante por acumulación de elementos, culturas, emociones y sentimientos, que del estatismo paleontológico y arqueológico. Unas piezas que, en sí mismas, resumen diferentes civilizaciones, diferentes tiempos sucesivos, convergentes o paralelos.    

  
22 de diciembre de 1966

Me interesa situar esta colección de objetos que voy encontrando y construyendo en el contexto general de este mundo cada vez más globalizado, mi intención es activar, desde el presente, tanto aquel pretérito que pasó, como el futuro de este pueblo que es el mío. Estamos viviendo un nuevo cambio de paradigma, algo que tiene que ver con la democratización y el crecimiento exponencial de muchos aspectos de la vida, uno de ellos es lo que se ha dado en llamar turismo, una actividad a la que cada vez accede más gente y que, en esta década de los 60, empieza a alcanzar unas proporciones descomunales gracias a cierta estabilidad social que permite el desarrollo del ocio en el mundo occidental. Ahora no es la burguesía sino la recuperación de la clase media en los países que han salido de un periodo de guerras la que muestra interés por viajar, los ciudadanos con una mayor calidad de vida y con las necesidades básicas mejor cubiertas, pueden pensar en disfrutar de unos días apartados de la rutina y del ambiente habitual. Con vacaciones pagadas, la reducción de la jornada laboral y la ampliación de las coberturas sociales ¿qué mejor actividad que ésta para completar una vida llena de experiencias? Viajar debería servir para conocer otras culturas, para formarse en tolerancia y en respeto en el seno de un mundo más libre. Sin embargo, España, sólo está preparada para recibir turistas, no para exportarlos, la Dictadura que sufrimos acoge de buen grado a los extranjeros que deciden gastarse aquí su dinero, pero lo más lejos que la mayoría de nosotros conseguimos viajar es cuando vamos de veraneo a las playas del Mediterráneo.

Soy prisionero de una alternativa: o antiguo viajero, enfrentado a un prodigioso espectáculo del que nada o casi nada aprehendería, o que, peor aún, me inspiraría quizá burla o repugnancia; o viajero moderno que corre tras los vestigios de una realidad desaparecida. Ninguna de las dos situaciones me satisface, pues yo, que me lamento frente a sombras, ¿no soy impermeable al verdadero espectáculo que toma cuerpo en este instante, para cuya observación mi formación humana carece aún de la madurez requerida? De aquí a unos cientos de años, en este mismo lugar, otro viajero tan desesperado como yo llorará la desaparición de lo que he podido ver y no he visto. Víctima de una doble invalidez, todo lo que percibo me hiere, y me reprocho sin cesar por no haber sabido mirar lo suficiente.

“Tristes trópicos” – Claude Lévi-Strauss.

Creo que este abundante turismo empieza a relacionarse con el pasado en un proceso de progresiva espectacularización, de vaciamiento, de perversión que lo aleja de los verdaderos contenidos de todo aquello en lo que, en inicio, había fijado su atención, un proceso que describe muy bien Guy Debord en un ensayo que acaba de publicar este noviembre aunque enmarcado en unos parámetros más generales. Ese vaciamiento nos convierte en consumidores de imágenes sin contenido, de objetos, arquitecturas y paisajes de los que sólo percibimos sus elementos formales, su apariencia externa.

El espectáculo es el capital, en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen.

La sociedad del espectáculo” – Guy Debord.

Por eso mi investigación, mi colección de objetos, en concreto una serie que he titulado “Turismoceno”, que tiene que ver con la vanitas y con el residuo, trata de ser un nuevo camino que ahonda en la relación entre esta sociedad occidental capitalista y el turismo, a la vez que profundiza en conceptos como el de memoria y el de museo como contenedor de esa memoria, que reflexiona sobre el pasado lejano y sobre la idea de exótico, sobre lo útil, lo apreciado, lo descartado y el despojo, examinando desde qué perspectiva algo lo es, desde qué cultura, desde qué conocimiento y experiencia, analizando también la historia y quién y por qué la escribe, acercándome a ciencias sociales como la antropología, la etnografía y la arqueología, mientras empleo sus planteamientos y estrategias para desarrollar mis ideas, aquellas que se refieren al pasado aborigen de Canarias y a su lectura desde una perspectiva actual que pasa por el filtro de la exotización forzada del lugar, de los objetos y de los seres como estrategia de seducción. Para poner un ejemplo basta mencionar la teoría que circuló durante mucho tiempo sobre la gran estatura de los nativos canarios, comparándolos con gigantes; o pensemos en tantos y tantos mitos que alimentan el imaginario colectivo de las islas, desde la Atlántida a San Borondón, pasando por aquellos monstruos marinos que guardaban el fin del mundo. A partir de los esqueletos y de las ruinas de todos esos seres y lugares, trato de construir esta mitología particular pero transferible.

La etnografía me procura una satisfacción intelectual: en tanto historia que une por sus extremos la historia del hombre y la mía propia.

“Tristes trópicos” – Claude Lévi-Strauss.


23 de enero de 1967

Cuando dentro de un tiempo alguien detenga su atención en la vida de cualquiera de nosotros, su visión sobre nuestros hechos e ideas vendrá ponderada por el contexto que nos ha tocado vivir y por las personas que han trascendido en ese contexto. Lucio Fontana nació en 1899 en Rosario (Argentina), es quince años más joven que yo, ambos hemos vivido las grandes guerras y el cambio de percepción y de sentimientos que éstas provocaron en el hombre. También hemos sido testigos de los logros de la técnica y de la ciencia, del avance de la física cuántica, del comienzo de los experimentos espaciales y de los incipientes descubrimientos en la tecnología de la comunicación, unos hitos que han sido alcanzados gracias a la labor de seres excepcionales, de pioneros atrevidos y sabios sin tregua que siempre sitúan al ser humano muy por delante de las expectativas que muchos se habían marcado. Fontana es uno de esos arriesgados visionarios que ha trazado alguno de los itinerarios de mayor recorrido del arte actual, unos caminos que parecen no tener fin, donde lo perceptivo se mezcla con lo analítico, lo sensible con lo cognoscitivo, la magia con la ciencia. Por eso no resulta extraño que Fontana y los firmantes del “Manifiesto blanco”, ya en 1946, pidieran la colaboración de las mentes preclaras, de los hombres de ciencia del mundo que saben que el arte es una necesidad vital de la especie, para descubrir esa sustancia luminosa y maleable que permita el desarrollo del arte más allá de las dimensiones conocidas. Desde formalizaciones muy distintas yo también he emprendido una búsqueda que mezcla lo creativo con lo científico, analizando temas que preocupan tanto a artistas como a investigadores: el espacio, el tiempo, y cómo son ampliados y trascendidos. Mi empeño es establecer cuáles pueden ser, en la realidad contemporánea, la razón y la función del arte, fijando como premisa incuestionable que su nivel de actualidad y eficacia no debe quedar, en ningún caso, por debajo de la ciencia y de la técnica más avanzadas, una búsqueda exhaustiva que se convierte en apasionante.

Otra referencia para mi es el profesor alemán Julius E. Lips (1895 – 1950), un investigador extraordinario que llevó a cabo una colección de obras de arte de pueblos “primitivos” colonizados por potencias europeas. Estas piezas, que la prepotencia occidental califica como artesanía local, tienen la característica de que representan al hombre blanco europeo desde una perspectiva crítica con grandes dosis de ironía y sentido del humor, curiosamente se vendían como recuerdos a los propios europeos que las consideraban como un objeto singular para mostrar en sus países de origen, pero no son sólo eso, también son obras de arte de incalculable valor y testimonios de la riqueza cultural de unos pueblos que, en su mayor parte, han desaparecido o están en vías de hacerlo. Creo que “Tótem” e “Ídolo” son dos de las piezas más interesantes de mi proyecto y también recurren a esa forma de ironía que va desde lo sutil al descarnamiento. En ellas parto de una idea que lleva tiempo obsesionándome: la de la reproducción del objeto religioso, del icono de culto, del resto arqueológico, del exvoto, tratados como fetiches de esos viajeros que se aferran a ellos para aprehender ese conocimiento, como recuerdo de la experiencia, como souvenir, mientras van vaciándolos de contenido mediante una reproducción contemporánea e indiscriminada que pervierte sus significados, que los hace declinar de lo místico hacia lo banal. A mi me gustaría recuperar el aura de esos objetos, su espíritu, la cultura de la que traen causa, la magia que transmiten, las historias que cuentan, su mito y su mitología, gracias a una investigación por deriva, por acumulación, por sucesión y superposición, de enfatización, de recuperación, de (re)creación, de puesta en valor, de culto, admiración y respeto.


14 de febrero de 1967

Estaba justo allí, frente a nosotros, no todos los días se tiene la ocasión de descender a un yacimiento como ese, habíamos realizado un estudio previo contemplando gran parte de las posibilidades pero la tarea no parecía fácil, en realidad, casi nada lo es. Las estrategias pueden ser diversas y las mecánicas infinitas, sin embargo, no valoramos las diferentes opciones con los criterios habituales, preferimos los caminos cuya sencillez los transforma en complejos, elegimos la dificultad de lo simple poniendo en valor la belleza de la actividad mínima que el itinerario nos exige, ponderando el ritmo del descenso y la estética de la observación, la posición de los dedos en las irregularidades de la tierra y la de los pies sobre las piedras. No vale cualquier forma de excavar, hay que trazar un plan, o varios, y tratar de llevarlos a cabo, aunque sólo sea como punto de partida para que el azar intervenga y para que luego, la pulsión creativa, nos lleve por las sendas de la inspiración, de lo incontrolable, de lo inexplicable, para que al final todo cambie tanto que apenas podamos reconocer aquello que hallamos, para que apenas intuyamos cuál va a ser el resultado.

Para que sea posible una obra absurda es preciso que el pensamiento esté mezclado en ella en su forma más lúcida.
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“El mito de Sísifo” – Albert Camus.

Sísifo tardó en entenderlo pero finalmente lo consiguió, esos trabajos pretendidamente estériles quizás no lo fueran tanto. Yo también debo hacer el esfuerzo de comprenderme y comprenderlos, porque el  científico, el investigador, pero sobre todo, el creador, realiza la labor más absurda pero también la más necesaria, aquella que nos permite sentir y aprehender lo incomprensible, aquella que nos hace humanos y sobrehumanos, aquella que evita nuestra inhumanidad, aquella que nos muestra y demuestra nuestra verdadera esencia, lo que nos une y lo que nos diferencia. Mis trabajos tienen mucho de esa lucha, una vía sutil, subjetiva y metafórica, que apela a ese camino formal que conecta lo absurdo con lo onírico y con lo inefable. Para el espectador poco atento pudiera parecer que estas obras no son más que exquisitos y bellos juegos formales, ideas llenas de ingenio, pero mis trabajos son mucho más que eso: reivindican la labor del artista de la manera más bella, con estética y con ética, con poesía y con prosa, se posicionan y hacen que tomemos partido. En nuestra visión premonitora sabemos que lo que importa es el camino, Itaca nos regala un hermoso viaje dijo Kavafis, la vida nos obsequia con un bello itinerario que puede dirigirse, o no, hacia un hermoso final.  

La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.

“El mito de Sísifo” – Albert Camus.

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Los recorridos son complejos en experiencia y emociones. El doctor Ambrosio Betancor Perdomo camina por nuevas vías y luego vuelve sobre sus pasos, va construyendo la senda y la superposición de caminos va perfilando la trama. La misma trama que nuestro protagonista genera en su discurrir es la que va plasmando en unas obras que poseen un carácter performático, en unas piezas que trazan la red de nódulos de conocimiento que el propio proyecto va tejiendo y uniendo entre sí. Una de las búsquedas de Betancor Perdomo se centra en la creación de toda una serie de anti-paisajes y de anti-iconos, unas esculturas que recogen elementos distintivos y reconocibles que se enfrentan, precisamente, a la exagerada iconicidad con la que en muchas ocasiones se ha registrado y transmitido la imagen de las Canarias. Si los viajeros, científicos y artistas de finales del XIX, se dejaban emocionar de manera especial por determinados objetos, construcciones y puntos orográficos de las islas, desde aquellos hitos que trataban de reflejar esa sensibilidad romántica ante lo sublime e inabarcable mientras se estremecían frente a la inconmensurabilidad de la naturaleza y de la cultura preexistentes; Betancor Perdomo apela a otro tipo de sobrecogimiento, detecta y anticipa nuestra creciente insensibilidad visual saturada de imágenes espectaculares y nos plantea un nuevo lugar para el estremecimiento, desplegando una cantidad de conocimiento ante nosotros que nos sobrepasa por nuestra propia incapacidad para asimilarla, generándonos una nueva conmoción que establece una bella y acertada metáfora sobre nuestra contemporaneidad, donde la magia, la ciencia, la emoción y el conocimiento, fluyen y confluyen hasta la desmesura.

*Publicado en el catálogo "Nicolás Laíz Placeres. La colección del doctor Ambrosio Betancor Perdomo", TEA Tenerife, mayo, 2019.

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