PULSO
ESTÉTICO / PULSO POÉTICO
Casal Solleric - Zona Base
Ciclo: Camera Obscura
Comisario: Fernando Gómez de la Cuesta
Fechas: 11 de abril – 14 de junio
La cámara oscura: lo que no se ve
El
acto creativo es una lucha constante donde apenas hay tregua, un pulso
permanente que comienza en uno mismo y del que nunca se sale indemne. Las
dialécticas y las simbiosis que se establecen entre lo formal y lo conceptual,
entre la inspiración y la transpiración, entre la realidad y la abstracción,
entre lo profundo y lo superficial, los afectos y los desafectos, lo literal y
lo simbólico, lo directo y lo indirecto, la estética y la poética, configuran
un sistema de coordenadas complejas en el que el verdadero artista se mueve con
pasión y esfuerzo, con dolor y esperanza. Hace apenas unos meses, en septiembre
del año pasado, Ana Laura Aláez inauguraba en Madrid Impostura (2014), una exposición concebida para la
Galería Moisés Pérez de Allbéniz que supuso un nuevo campo de investigación –y
de batalla- en el itinerario creativo de esta artista, una propuesta que ha
resultado ser una de las simientes de las que deriva este Pulso estético
/ Pulso poético (2015)
que aquí se presenta. El título de Impostura nació a partir de una entrevista donde se
analizaba el origen del trabajo de Aláez en los años ochenta dentro del
contexto social, cultural y político del País Vasco[2], una época en la que la artista comenzó
a explorar las diferentes maneras de representarse a sí misma como lenguaje.
Desde sus inicios, Aláez, se ha declarado una esteta, una actitud vital que
siempre ha buscado hacer compatible con su práctica artística y, en la citada
entrevista, explica cómo en su propio ámbito social se la consideraba por ello
una “impostora” que no reflejaba la realidad que se le imponía rígidamente por
su condición de clase, de género y de lugar. En vez de eso, Aláez, transformaba
su “experiencia en símbolos, convirtiendo lo que para los demás era una
impostura, una ‘falsa autenticidad’, en arte”[3], algo que en aquel momento se
consideraba una “alta traición” a la ética desde la estética.
El
punto de unión formal e ideológico entre Impostura y Pulso estético / Pulso poético es la pieza Perseverancia (2014) [1] que emerge desde uno de los
espacios subterráneos y cavernosos del Casal Solleric, trazando dos verticales
de tejido etéreo que prolongan hasta el techo las cañas de piel del calzado que
le sirve de base. Una obra delicadamente poderosa que mantiene una referencia
directa con su primera instalación titulada Mujeres sobre zapatos de
plataforma
(1993) y que, gracias a la innovadora constancia de la artista, viene a
confirmar que el lenguaje que acompaña y desarrolla un creador a lo largo del
tiempo es el que le permite conquistar un territorio de genuina libertad. Esta Perseverancia tiene el objetivo visual de unir las dos
alturas de este peculiar espacio expositivo, sirviendo de llamada de atención
para un público que podría permanecer ajeno a lo que está ocurriendo en el seno
de este antiguo aljibe de aceite del Solleric reconvertido ahora en sala de
exposiciones, pero, sobre todo, se configura como un hito sensible que tiene
como finalidad conceptual la de fijar uno de los argumentos principales de un
proyecto que reflexiona sobre las pulsiones intrínsecas del acto creativo: la
perseverancia como valor en sí mismo. En palabras de Aláez: “es muy fácil
copiar la apariencia estética, robar un estilo que atrae, pero aportar algo es
mucho más complejo. Usurpar la identidad de los otros es posible en la capa más
superficial. Mantener el tipo es otra historia. Es la perseverancia lo que
legitima la trayectoria de un artista”[4].
Ana Laura Aláez ha manifestado un interés permanente
por la representación de la persona como lenguaje y siempre ha considerado que
las grandes ciudades son los lugares propicios para asumir que la cultura se
forma a través de las diferencias. Con una referencia directa a la pieza
Chair (1969) de Allen Jones, Chair-Dog-Woman-Pond-Picnic
Performance (2013) [2], surge durante una estancia de trabajo
en Londres, ciudad con la que la artista se identifica especialmente ya que en
su adolescencia le remitía a la idea de un espacio mítico, donde
vestirse significaba sacar a la luz un manifiesto personal a través del único
material que se tenía a mano: el atuendo. Como señala la creadora: “mi
presentación estética era un germen de arte. La retórica surgiría después, cuando
ya había comenzado a articular una narración a través de la persona”. La pieza se
compone de seis fotografías que recogen, a la manera de Manet, un contemporáneo
Déjeuner sur l’herbe (1863) situado en ese contexto campestre que lo
desubica del ámbito urbano, y que, como ya hacía su referencia pictórica,
plantea alguno de los grandes temas referentes a la libertad individual. Con
esta obra, Ana Laura Aláez, empieza a recorrer un camino que la llevará de
vuelta al origen, a ese lugar donde la experiencia humana es más directa, más
primaria, donde se apela a cuestiones esenciales, sin tanto artificio, ni
prejuicios, ni interposiciones, a ese espacio que se refiere a lo fundamental y
que nos hace más vulnerables pero también más fuertes, que nos acoge y que nos
sobrecoge, un entorno que da la verdadera dimensión del ser humano, un nuevo y
viejo contexto para la creación, en una búsqueda continua que la artista
también ha desarrollado durante su propia vida.
Es por ello que la serie Contra la naturaleza (2012-2015)
[3] se ubica directamente en ese entorno, siendo una de las primeras obras
producidas por Ana Laura Aláez en Mallorca tras trasladar su residencia a un
pequeño pueblo de esa isla. Aláez consolida en ella su interés evidente por el
mito como narración, como un relato que se refiere a “acontecimientos
ocurridos en el origen de los tiempos, y destinado a establecer las acciones
rituales de los hombres y mujeres del día y, en general, a instituir aquellas
corrientes de acción y de pensamiento que llevan al ser a comprenderse a sí
mismo dentro de su mundo”[5]. Aláez asume
el reto de utilizar su nuevo ámbito de carácter rural, siendo ella una persona
que, hasta la fecha, siempre había vivido en grandes ciudades, en lugares donde
era posible ejercer la diferencia. Es por ello que el título de la obra apela
directamente a contrariar el legado biológico, a subvertir el cuerpo heredado y
cobijarse en el cuerpo construido: “No me interesan las categorías sexuales:
homosexualidad, bisexualidad, heterosexualidad. El conflicto es otro. La
persona como una entidad en continuo cambio; ése es mi concepto ‘queer’. Para
mí, ‘queer’ es una tendencia natural. No lo veo raro. Lo ‘natural’ sí que me
parece raro”[6]. Una serie de
tres fotografías, que reúnen otras tantas acciones, en las que subyace la idea
de la naturaleza como refugio y, a la vez, como desprotección, donde comparece
un silencio que incita a encarar la pugna interna de cada uno, un lugar
adecuado para recargarse de energía, para curarse de males reales o imaginarios,
del cuerpo o del alma; el mito de la naturaleza comparece como un espacio
sagrado, religioso, casi divino, frente a la aparente superficialidad o
materialismo de la vida urbana. Una narración sencillamente extraordinaria
donde “el mito ejerce su función simbólica a través del instrumento
específico del relato puesto que lo que quiere decirnos es ya un drama en sí
mismo. Ese drama original es el que abre y revela el sentido recóndito de la
experiencia humana; al hacerlo, el mito que nos lo cuenta asume la función
irremplazable del cuento, del relato”[7].
Estos planteamientos en términos dialécticos pero no
binarios y deliberadamente ambiguos, entendiendo la ambigüedad como un valor,
dan expresión de la personalidad vital y creativa, mutable y consciente, que
han acompañado a la artista en todos sus proyectos, y que, en cierta manera,
aquí nos desvela. Prueba de ello es la siguiente pieza de este itinerario
expositivo: Culito (1996-2008) [4] es una de las primeras esculturas
de fundición de Aláez en la que tuvo muy presente la obra de Eva Hesse quien
trabajaba habitualmente con ideas apenas utilizadas en el mundo masculino como
fluidos o secreciones. Esta pieza fue fundamental en su exposición individual Pabellón
de escultura (2008) en el MUSAC de León, comisariada por Agustín
Pérez Rubio, donde esculturas orgánicas del tamaño de la que aquí se muestra
convivían con una instalación de grandes dimensiones, una obra que manifiesta
alguna de las direcciones formales y conceptuales que siempre han convivido en los
caminos creativos de la propia artista: “las formas acabadas y pulidas y lo más
turbio”[8], y que también
deja en evidencia como Aláez siempre ha negado las cuestiones normativas
referentes al género, vinculadas, en su caso, a la creación y a la vida: “desde
el principio rechacé de lleno los ejemplos hombre / mujer que se me ofrecían.
Ya en mi adolescencia me vi obligada a lidiar una batalla de género con mi
propio padre. Pero creo que esta batalla iba más allá del aspecto biológico, de
tener órganos femeninos. Creo que su enfoque del mundo era muy reducido: yo
quería creer que hay mucha diversidad, que los sentimientos y tu propia persona
son inabarcables. Esto me daba mucha libertad”[9].
Pulso
estético / Pulso poético
(2015) [5] es la pieza site-specific especialmente producida para esta
exposición y que sirve como epílogo, pero también como un nuevo comienzo, una
reflexión que Ana Laura Aláez plantea sobre el acto de crear. Es en el proceso
cuando se mantiene un combate entre conocer y actuar, entre obrar y sentir. Se
podría decir que el artista es un simple intermediario que plasma esa parte
"oscura", ese laboratorio donde se manifiestan muchas dudas y miedos.
La experiencia lucha por salir a la luz, por convertirse en símbolo, un espacio
de veladuras y desvelamientos donde el creador se enfrenta a sus pulsiones más
vulnerables, donde el sentimiento pugna por estar presente tratando de
desprenderse de juicios y prejuicios. La “cámara oscura”, en este caso, es el
propio artista, dado que es el instrumento que tiene que “seguir” las propias
“órdenes” de la pieza, el “lugar” donde “fermenta” la sensibilidad, el concepto
y la inspiración. Una obra cuyo resultado formal es el de una figura geométrica
en tensión donde lo orgánico subyace en ese pulso que da título a la pieza y,
por extensión, a todo el proyecto. Una escultura planteada como una dialéctica
entre la presencia y lo que no se ve, para culminar una compleja reflexión
llena de interrogantes sobre el acto de crear: ¿cuánta verdad albergan las
ideas? ¿cuánto hay de las personas en las cosas?
[2] Zoe Bray, “Interviews with Two Basque Artists: Ana Laura Aláez and Azucena
Vieites”, N.paradoxa: international feminist art journal, Londres, vol. 34, julio, 2014, pp. 5-15
[6] Ana Laura
Aláez en: Txomin Badiola, “Dos o tres cosas que estaría bien
saber de ella”, Ana Laura Aláez. Using your Guns,
MUSAC / Charta, León, 2008, p. 94
[7] Paul
Ricoeur, op.cit., 1991, p. 323
[8] Ana Laura
Aláez en: Bea Espejo, “El arte es una cuestión de subsistencia”, El cultural, 15 de
agosto de 2014
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