Xisco Bonnín - "Les ciutats (in)visibles"

La ciudad líquida*

*Texto para el catálogo "Xisco Bonnín. Les ciutats (in)visibles", Casal Solleric, Palma, 2016

Escarbando con las manos

Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles[1]

Puede resultar extraño empezar un texto sobre un proyecto de arte contemporáneo de la manera que aquí lo hacemos, pero para una investigación que reflexiona sobre lo global y sus efectos, comenzar por lo local, por lo próximo, por la trascendencia y pertinencia de lo cercano, sin duda tiene un sentido. Palma es la ciudad que comparto con Xisco Bonnín, la que ambos amamos, la que mejor conocemos y la que nos sirve como punto de partida para esta propuesta. Hace tiempo que nuestra ciudad, como tantas otras, está sufriendo un proceso de desmantelación de la diferencia, de disolución de aquellas personas y lugares que practican la peculiaridad de lo auténtico, un mecanismo perverso que va anulando esas iniciativas que la dotan de su propio carácter y de su particular esencia. La realidad es que lo singular está siendo fagocitado, a un ritmo frenético, por un progreso malentendido, por una dictadura económica que penaliza todo lo que se sale de la norma, convirtiéndose en un ejemplo más de la silenciosa homogenización que lleva años produciéndose y en la que, como señala Manuel Castells, la tendencia dominante apunta hacia el horizonte de un espacio de flujos interconectado y ahistórico, que pretende imponer su lógica sobre lugares dispersos y segmentados[2]. Un manto gris, o peor, un manto de un blanco brillante, reluciente e impoluto, de resinas artificiales y plásticos pretenciosos, que se extiende física y virtualmente desde la jerarquía de las grandes marcas, desde las franquicias del centro de la ciudad, hacia los barrios que, para su desgracia, se van poniendo de moda. Un proceso que sepulta nuestro pequeño comercio, nuestros bares, nuestros restaurantes y hoteles, incluso nuestras propias casas[3], bajo un alud que vacía de contenido todos aquellos lugares donde muchos de nosotros fuimos felices.

Desde el propio título del proyecto, Bonnín, ya nos pone sobre la pista del desvelamiento que emprende en esta investigación, una búsqueda de lo oculto que el artista realiza desde su condición de creador, de fotógrafo y de historiador, pero también de sociólogo, de visionario y de curioso ávido de conocimiento. Es cierto que “Las ciudades (in)visibles”  (2015) comienzan hablando de Palma, pero la propuesta se extiende hacia una reflexión más amplia, hacia aquellos razonamientos que van excavando el camino en busca de lo que no comparece a simple vista, de lo inmaterial que subyace bajo la pétrea materialidad de muchas ciudades, revelando que nos hallamos ante una investigación profunda y reflexiva sobre la sociedad actual y sobre el espacio múltiple donde ésta se viene desarrollando, porque, como dice Marc Augé, ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde ellos transitan[4]. Esas otras ciudades líquidas y apenas visibles se encuentran en los intersticios de una urbe cada vez más estandarizada, una ciudad que, a pesar de todo y gracias al carácter maleable de esas capas infiltradas, va acumulando registros de lectura, de conocimiento y de experiencia, matices de esa vida líquida[5] que se adapta a los recovecos que va dejando el extenuante manto de la contemporaneidad.

Cada vez resulta más difícil encontrar esas otras ciudades ocultas, aquellas que mantienen la diferencia soportando el rodillo de un capitalismo salvaje que va imponiendo lo neutro, lo frío y lo desposeído de identidad como primera expresión de ese moderneo petardo que nos atrapa en su red de comodidades falsas, esnobismos estúpidos y asepsias profilácticas. Sólo algunos rebeldes mantienen su lucha y siguen peleando, por supuesto no nos referimos a procesos absurdos de gentrificación, ni a manadas de hipsters producidos en serie, tampoco a recuperaciones superficiales de la forma obviando el contenido, ni a estéticas exentas de ética[6], lo cierto es que hablamos de los verdaderos resistentes, de aquellos que, como Xisco Bonnín, luchan por las ciudades a las que aman, por sus peculiaridades, sus errores y sus diferencias, mientras nos enseñan parte de esas otras vidas que se despliegan bajo la capa uniforme de ese falso progreso, añadiendo un nuevo registro de lectura fruto de lo que fuimos, expresión de lo que somos y anticipo de lo que seremos[7]. Bonnín emplea la fotografía como medio para ese desvelamiento, para mostrarnos un concepto amplio de ciudad que él entiende como el lugar donde se entrecruzan las diferentes dialécticas contemporáneas alrededor del urbanismo y de la arquitectura, pero también sobre el modelo social y económico en el que estamos inmersos, una investigación que constata como el espacio urbano, bajo ese manto de indolencia opaca, se constituye como el campo de batalla donde confluyen múltiples realidades contemporáneas de carácter cultural, histórico, económico o tecnológico, compareciendo una ciudad poliédrica y multicapa que pide distintas maneras de escuchar, de enfocar y de ver[8] para poder analizarla, comprenderla y mejorarla.

Una acumulación de capas translúcidas

Nuestra existencia, frente al distraído permanecer, es un discurrir errante, un pasar y no quedarse con nada, un tan sólo dejar algunas huellas y rastros de nuestros hechos para que otros se orienten mediante estas marcas en el devenir de las cosas y en los nuevos mapas de la existencia[9]

Los glaciares parecen de un blanco compacto cuando los vemos de lejos, pero a medida que nos acercamos nos damos cuenta de que en realidad son una acumulación sucesiva de capas translúcidas casi imperceptibles, unos estratos que son estudiados por los nivólogos con la intención de conocer los hechos que han ido ocurriendo con el paso del tiempo y que son efecto de lo anterior y causa de lo que vendrá. Con esa perspectiva científica y documental, Xisco Bonnín está pendiente del vestigio, del resto, de la señal, del dato y de la inscripción, con la intención de descubrimos la infinidad de realidades que subyacen en el seno de la urbe y que construyen, por acumulación, los diferentes testimonios de esas otras ciudades sepultadas bajo la epidermis de la vorágine actual, haciendo que afloren a la superficie esas capas de conocimiento tan necesarias para entender y para entendernos. De hecho, la primera parte de esta propuesta expositiva comienza con la serie titulada “Adiós barrio chino, adiós” (2001-2012) un proyecto que documentó el proceso de gentrificación de una zona de Palma degradada social y urbanísticamente. El resultado fue una instalación que combinaba la fotografía, el collage, determinados objetos encontrados y transferencias gráficas sobre materiales de demolición. Una investigación a la que Bonnín, pasados más de diez años, añadió imágenes que reflejan la transformación absoluta que sufrió ese barrio. Desde el planteamiento inicial del proyecto, el artista, cuestiona esas maneras de rehabilitación que en realidad tienen más del exceso de la pala excavadora, de la especulación inmobiliaria y de la despersonalización de la construcción de nueva planta, que de la investigación, adaptación y reconstrucción de lo preexistente para que se produzca una mejora colectiva, no sólo en lo material y evidente, sino también en lo que se refiere a esa parte espiritual y emocional que las ciudades van guardando en sus entrañas y que, en casos de remodelación salvaje como el que nos ocupa, son modificadas y mimetizadas con lo insustancial[10].  

Precisamente “Graffitis románticos” (2003) es una aproximación emocional a otra de las ciudades que contiene la ciudad. En esta ocasión, Bonnín, se fija en la piel de la urbe y en las inscripciones que sobre ella se han ido grabando, una serie de fotografías cuidadosamente coleccionadas que plasman esa manifestación innata al ser humano, esa grafía esencial que se remonta al inicio de los tiempos como una manera básica de expresarse dejando una señal en los muros del espacio que todos compartimos. El graffiti es un tipo de gesto que la contemporaneidad ha recuperado como una de las posibilidades para dar visibilidad a la voluntad comunicativa, gráfica y simbólica de ciertos sectores sociales jóvenes, o con escasos recursos, que aprovechan el espacio público para hacer patente su presencia a modo de grito, de marca, de llamada de auxilio o de acto de amor. Esta producción simbólica fuera del control institucional y de la cultura industrial es inevitable, el espíritu humano siempre ha encontrado la manera de escapar de la contención, siendo una de sus salidas más evidentes la de la propia calle. Estas voces poéticas o prosaicas, a veces desgarradas y otras ilusionadas, escritas como afirmación de lo más propio e individual, se funden y confunden en el universo de la ciudad, donde comparecen textos y pinturas cargadas de expresividad y, en este caso, mensajes de amor y de sexo que se inscriben en sus muros. 

El propio ocultamiento y la opacidad de los sujetos y de la cultura que es objeto de la tercera investigación de “Las ciudades (in)visibles”, fue lo que provocó que Bonnín cambiara la idea de formalización que tenía en mente ante la imposibilidad de convencer a los protagonistas de la serie para que prestaran su imagen al proyecto. Finalmente “Passatges / Paisatges de la memòria” (2011-2012) indaga sobre cómo se puede ocultar una realidad concreta de la narración histórica de un lugar, en este caso la de los judíos conversos de Mallorca que son conocidos con el nombre despectivo de "chuetas", una comunidad que, no hace tanto tiempo, fue perseguida y marginada por la sociedad isleña. Se trata de un proyecto amplio que pretende descubrir las huellas que permanecen en los lugares que la historia oficial ha querido sepultar y las capas de conocimiento y de experiencia que se pueden extraer a partir del desvelamiento y de la observación atenta. Bonnín se vale para ello de la fotografía, medio con el que muestra las calles, las plazas y los edificios que ocupan el antiguo barrio judío de la ciudad de Palma y algunos otros lugares que resultaron significativos en las persecuciones de este colectivo, captando unas imágenes a las que incorpora los nombres, en hebreo, de la localización concreta de cada ubicación. Una suerte de paisajes de la memoria recuperada en cuyas fotografías se recoge algo más de lo que parece a simple vista, mientras se va proporcionando un rayo de luz al alma que permanece oculta[11].

En esa ciudad sin fin 

La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza (…) Es la imagen de la megalópolis, la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo[12]

Cuando dentro de un tiempo alguien detenga su atención en la vida de cualquiera de nosotros, su apreciación sobre la misma vendrá ponderada por el contexto tan marcado que nos ha tocado vivir, una época de extraordinaria e incontrolable expansión donde todo aparece hiperconectado y multiplicado hasta lo inabarcable gracias a unos medios que siguen sobrepasándonos tanto como nos completan y nos habilitan. Los logros de la técnica y de la ciencia, el acceso a la información, el avance del conocimiento, de la tecnología y de la comunicación, el cambio de percepción y de vida que esta evolución ha provocado en el hombre, nos ha ido llevando hacia donde estamos, mientras ha ido cambiando de manera irreversible nuestra forma de relacionarnos, de manifestarnos y de comunicarnos, pero también los lugares donde convivimos, nuestros espacios para ser y para estar. Los límites de esa gran ciudad dominante y homogeneizadora van difuminándose, de hecho, la nueva macrociudad en permanente expansión es una superficie con tendencia al infinito, como el universo después de la gran explosión. La urbe se expande y nuestro discurrir la convierte en una ciudad continua que se constituye en el escenario donde se desarrolla toda nuestra vida, pero también en uno de los actores fundamentales de esta historia. La ciudad como concepto va perdiendo su diversidad, la globalización hace estragos, apenas hay diferencia, es la ciudad continua, una megalópolis que va cubriendo el mundo conocido sin que apenas podamos percibir el momento en el que cambiamos de una población a otra. Pocas cosas escapan a la atracción de este enorme agujero negro que absorbe arquitecturas y vidas, incluso las vías que las unen cobraron sentido al transportar la savia que las nutre, todo pertenece a la misma maquinaria, todo es ciudad. En “Ciudad genérica”, Rem Koolhaas, nos aporta desde la ironía y el cinismo una lúcida reflexión sobre la ciudad actual y sus características, cuestionando aspectos tan básicos como el de la identidad. Koolhaas realiza una descripción pormenorizada de un nuevo territorio que puede ser consecuencia de una explosión demográfica acontecida por diferentes motivos, circunstancias que propiciaron un crecimiento exponencial de las concentraciones urbanas así como la aparición de nuevos fenómenos que han transformado por completo la urbe y las relaciones entre las personas que allí conviven: la Ciudad Genérica es la ciudad liberada de la cautividad del centro, del corsé de la identidad[13].

Xisco Bonnín lleva tiempo aplicando la agudeza de su mirada y la óptica de su cámara a los espacios de extrarradio, a las vías que conectan las ciudades, a aquellas extrañas encrucijadas que enlazan nuestras vidas con nuestros destinos. “Urb” (2003), por ejemplo, es un viaje exploratorio para conocer la ciudad contemporánea post-industrial en el tiempo de la revolución digital, un momento en el que las urbes de la era global se uniformaban y mimetizaban mientras crecían imparables en una desmesura constructiva de asfalto, acero, cristal y hormigón. El resultado es una serie de imágenes de grises densos, tomadas de una manera casi indiscriminada durante los diferentes viajes del fotógrafo y que, a pesar de esa captación sin apenas premeditación, reflejan la belleza sublime del panorama desolado y deshumanizado de los extrarradios sobredimensionados de las ciudades. Una investigación que continúa con el video “Autovisión” (2005) y con los proyectos “Motorland” (2006)[14] y el todavía en curso “(In)transit”. En ellos sitúa a la máquina, al vehículo con el que nos trasladamos, como frontera y medio para todo el proyecto, mientras observa como el individuo se diluye entre una desproporción de bloques de viviendas, autovías frenéticas, tendidos eléctricos, antenas de telefonía, señalizaciones, vallas publicitarias, extensiones de espacios indefinidos y otros vehículos que, en un travelling veloz y sostenido, van apareciendo frente a las ventanillas de nuestro coche: el hombre sueña que algún día la blanca línea discontinua sobre asfalto que le guía y separa del otro lado del mundo se evapora, desaparece, que no hay trayecto ni de ida ni de vuelta porque ya está, ya ha llegado allí donde espacio y tiempo circulan una y otra vez en el mismo paisaje detenido[15].

En su serie “Vida orbital” (2005), Bonnín no se refiere tanto a los tránsitos, al viaje como experiencia y modo de investigación, sino que analiza las formas de vida perimetrales y los lugares de residencia que van generando los nuevos modelos de ciudad. Un proyecto que se gestó durante una estancia en Londres en el año 2004 y que tuvo como objeto las conocidas new towns, las ciudades satélites de carácter residencial que surgieron al quedar la metrópoli arrasada tras los bombardeos de la II Guerra Mundial. Una vez acabado el conflicto bélico se planificó el diseño del anillo orbital de Londres, unas urbanizaciones que se construyeron entre los años 50 y 70 y que toman como modelo los postulados del movimiento Garden-City y las teorías de Ebenezer Howard[16]. Estas ideas consistían en unir las ventajas de la nueva vida urbana con lo mejor del mundo rural, una utopía que iba más allá del mero formato e implicaba un nuevo orden social y económico inspirado en ideas comunitarias y de progreso colectivo, sin embargo, a partir de los años 80, se privatizaron las corporaciones que las promovían, diluyéndose algunos de sus objetivos sociales. Vivir en la ciudad como si estuvieses en el campo forma parte ya del imaginario occidental como aspiración de las clases medias, en este proyecto, el artista, plantea una mirada irónica y crítica sobre la naturaleza artificial de las formas de vida y los ideales de felicidad de la sociedad post-industrial.

Las fotografías pueden servir para recordar, pero también para percibir lo que subyace bajo la realidad aparente. Hay que tomarlas, hay que verlas y hay que mirarlas. Si se hacen con buenas manos y caen en buenos ojos, pueden decir mucho más de lo que la superficie aparenta, pueden revelarnos el camino, hacernos inteligible el texto y mostrarnos la esencia, la Fotografía no es ni una pintura ni una fotografía; es un Texto, es decir, una meditación compleja, extremadamente compleja [17]. Aplicar bien la visión que la contemporaneidad nos otorga puede indicarnos la puerta para acceder a las infinitas ciudades sumergidas que cohabitan bajo la evidencia. Una de ellas es la que recoge la serie titulada “Isla-Ciudad” (2010) que surge a partir del debate propuesto por un taller organizado por el Colegio de Arquitectos de las Baleares[18], en el que, partiendo de los cambios urbanísticos y sociales experimentados por Mallorca en los últimos 20 años e interpelando al turismo como agente transformador de las escalas territoriales, de la percepción de la relación espacio/tiempo y del estilo de vida de sus habitantes, se cuestiona el concepto tradicional de isla para estimular una lectura nueva y provocativa del conjunto como un ente autónomo a la vez que se extraen conclusiones que trascienden ese contexto que le sirve como punto de partida.

De los paraísos artificiales

La sensatez nos dice que las cosas de la Tierra bien poco existen, y que la verdadera realidad sólo está en los sueños[19]

Los proyectos de Xisco Bonnín suelen emanar de un planteamiento teórico previo a la captación de la imagen con la que completa su investigación. Bonnín es un fotógrafo que primero investiga y luego toma las fotos, no va en busca de la belleza en sus imágenes pero es evidente que la belleza existe y que, además, actúa como un recurso con el que el artista intenta que el espectador se sumerja en una experiencia visual y estética que viene a perfeccionar la apreciación conceptual de la propuesta. Bonnín decidió emprender un análisis sociológico en el que incluso las formas de sus propias obras participasen del contenido de esta investigación personal sobre los procesos humanos de la contemporaneidad, así, la extraordinaria complejidad de nuestra sociedad, de una profundidad insondable, se ve reflejada en las múltiples capas, formales o inmateriales, de sus fotografías, unas imágenes que el artista va superponiendo y que permiten tantas lecturas como ganas, fuerza y capacidad tengamos. Una perspectiva que, partiendo de cierto enfoque documental, frecuenta las estéticas y los conceptos de lo artístico, produciendo unos resultados mestizos que aúnan contenido sin renunciar a la belleza y que terminan constituyendo una peculiar metáfora de nuestros tiempos, no sólo por la mencionada y evidente analogía de estos estratos fotográficos con los diferentes registros que dotan de contenido la sociedad en la que vivimos, sino también porque esta superposición se convierte en una sólida expresión de cómo los medios de masas nos bombardean con su agobiante y alienante hiperproducción visual.

Tras nuestra “expulsión del edén”, el ser humano se ha empeñado en crear, con mayor o menor fortuna, nuevos paraísos en busca de la felicidad. Ciudades de vacaciones, contenedores para el sexo o mercados de arte para las elites, son lugares edificados con la voluntad de esconderse o de encontrarse, de realizarse o de conseguir, plenos de anhelos e insatisfacciones, simulacros, sucedáneos, realidades e irrealidades, que generan el interés de Bonnín. El individuo se refugia en lo inaudito, construye sus quimeras, se autoengaña y diseña espacios para alcanzar sus objetivos, sus deseos, pero donde también se dan cita sus frustraciones, unos paraísos artificiales que, en la mayoría de ocasiones, ni tan siquiera son paraísos. En “Lovestores”, una serie que el artista lleva desarrollando desde 2004, se entremezclan las noches de París, Ámsterdam, Barcelona o Palma, un campo de observación extenso para este proyecto documental sobre el negocio del sexo, una industria que adopta las estrategias de la ciudad del espectáculo y que se presenta en su exterior como un deslumbrante universo de neones y luces de colores que camuflan la realidad que se esconde tras esos destellos: el sexo y su comercio como una actividad más de ocio y de consumo de esa sociedad del espectáculo que describió Debord[20]. En “Honeymoon Club Resort” (2008 - 2009) también hay un poso amargo de decadencia y distopía post-romántica. Unas urbanizaciones que, al igual que los “Lovestores”, muestran una gran indiferencia por el contexto que les rodea. Los complejos turísticos contemporáneos, los llamados resort, se abstraen del territorio humano, histórico y geográfico donde se sitúan, para crear simulacros paralelos donde ofrecer experiencias “únicas”, preconcebidas, enlatadas y absolutamente segmentadas en función de las tipologías personales y familiares de los clientes, una concreción que trata de evitar interferencias en los respectivos disfrutes de cada individuo. Centros especializados en ofrecer emociones edulcoradas exentas de autenticidad, haciendo participes a los turistas de entornos construidos y tematizados que, como señala Carlos García Vázquez, se integran en ese descomunal parque humano de Disney en el que se ha convertido nuestro mundo[21].

No es casual que este recorrido expositivo que plantea Xisco Bonnín concluya con su serie titulada “Art Show” (2008-2010) resultado de aplicar su óptica personal, ese singular método de estudio y esa especial forma de expresar lo obtenido, al mundo profesional al que pertenece, al mundo del arte contemporáneo. Un ámbito visto desde el prisma de un agente del propio sector, una autocrítica de artista sobre el entorno en el que se desenvuelve y, en este caso, desde la mirada de un fotógrafo que, en una productiva simbiosis, también es historiador del arte. Una de esas cualidades que definen el mundo de la creación plástica y a la vez la dotan de su peligroso carácter fronterizo, es su extraordinaria sensibilidad para absorberlo todo, lo positivo y lo negativo, lo que suma y lo que resta, procesarlo, asimilarlo, expresarlo y amplificarlo. Las imágenes de Bonnín tratan de demostrar todas esas imposturas que rodean al mundo del arte, su espectacularización, su mercadeo o ese efecto globalizador que se ha encargado de difundir masivamente modas y tendencias con una intensidad tan alta que ha conseguido vaciarlas de cualquier contenido[22]. Un bucle sin fin de causas y efectos llenos de contradicciones, vicios y tentaciones, donde los pecados capitales del mundo del arte hacen acto de presencia[23]. La práctica artística, sus actores, los artistas, galerías, galeristas, ferias y mercados, espacios y museos, los medios, los críticos, los comisarios y los propios objetos elevados al estatus de obra de arte son capturados y superpuestos por Bonnín, para crear una nueva realidad visual que deja en evidencia el espectáculo del arte y a la sociedad que lo hace posible y visible, mientras continúa escarbando con las manos una acumulación de capas translucidas en esa ciudad sin fin de los paraísos artificiales.



[1] Italo Calvino, “Nota preliminar”, Las ciudades invisibles, Editorial Siruela, Madrid, 2007 (1ª Ed. 1972), p. 15
[2] Manuel Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura: La sociedad red, Alianza Editorial, Madrid, 1997, Vol.1, p. 462
[3] La diferencia, sin embargo, con la idea de ser una guarida es que su ámbito, a diferencia de otros tiempos en los que se comportó como la exclusiva isla del tesoro, se encuentra traspasado en la actualidad por todas las avenidas de la comunicación externa, agujereado por la informática y bien censado como unidad de consumo. Vicente Verdú, “Hacia otra casa”, La Casa, su idea, Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, Madrid, 1997, p. 42-43
[4] Marc Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Gedisa, 2008, p. 122
[5] La vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante. Zygmunt Bauman, Vida líquida, Ediciones Paidós, Barcelona, 2006, p. 10
[6] Día tras día, somos testigos de la desaparición o relegación de acontecimientos reales que, manteniendo las apariencias de lo real, son, de entrada, objeto de unas manipulaciones que niegan la realidad misma (aunque conserven alguna verosimilitud con ella). Gillo Dorfles, Falsificaciones y fetiches, Ediciones Sequitur, Madrid, 2010, p. 16-7
[7] El narrador toma lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida. Y la torna a su vez en experiencia de aquellos que escuchan su historia. Walter Benjamín, "El narrador", Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Taurus, Madrid, 1991, p. 115
[8] El mundo de la supermodernidad no tiene las medidas exactas de aquel en el cual creemos vivir, pues vivimos en un mundo que no hemos aprendido a mirar todavía. Marc Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona, 2008, p. 42
[9] Fernando Sinaga, Agua Amarga, Fundació Pilar i Joan Miró, Palma, 1996, p. 104
[10] No olvidemos, en efecto, que si el mimetismo es característico del poder de condicionamiento de los mass-media (…) desemboca actualmente en la estandarización de los comportamientos y, lo que es peor, en la sincronización de las emociones. Paul Virilio, Ciudad pánico. El afuera comienza aquí, Editorial del Zorzal, Buenos Aires, 2006, p. 40 
[11] Lo sagrado es, por definición, aquello que no podemos ver, aquello que no debe ser visto. Lo profano, en cambio, es lo común, la experiencia de vida cotidiana. Sin embargo, hay puntos en los que las dos experiencias se entrecruzan: el momento en que la realidad es trascendida, transformada en algo diferente, algo que explica nuestras alegrías y nuestros miedos, algo que transforma la realidad banal en una experiencia espiritual. Esto es, sin duda, el misterio que Baudrillard ha definido como “la irreverencia divina de las imágenes”. Simon Njami, “La irreverencia divina de las imágenes”, Bamako 03. Fotografia africana contemporània, CCCB, Institut d’Edicions de la Diputació de Barcelona, Barcelona, 2004, p. 126
[12] Italo Calvino, “Nota preliminar”, Las ciudades invisibles, Editorial Siruela, Madrid, 2007 (1ª Ed. 1972), p. 15
[13] Rem Koolhaas, Ciudad Genérica, Gustavo Gili, Barcelona, 2006, p.12
[14] Refiriéndose a “Motorland”, Pilar Ribal señala: Haciendo un uso brillante del clásico recurso del “cuadro dentro del cuadro”, el artista despliega un universo dislocado de palabras perdidas, reflejos fugaces y destellos de actividad comunes y corrientes que tienen la virtud de ejemplificar la pérdida de identidad que afecta a todas las dimensiones de nuestra vida. Pilar Ribal, “Imágenes del no-lugar”, Motorland. Xisco Bonnín, Xisco Bonnín (autoedición), Palma, 2007, p. 53
[15] Agustín Fernández Mallo, “viaje tangente a una burbuja”, Motorland. Xisco Bonnín, Xisco Bonnín (autoedición), Palma, 2007, p. 7 
[16] Ebenezer Howard, Garden Cities of Tomorow, Faber and Faber, Londres, 1946 (1ªEd. 1902)
[17] Roland Barthes, “Tales”, La Torre Eiffel, Paidós, Barcelona, 2001, p. 141
[18] Juan Herreros (director), Isla Ciudad. Arquitectura y energía en Mallorca, COAIB, Barcelona, 2004
[19] Charles Baudelaire, Los paraísos artificiales, Alianza Editorial, Madrid, 2011 (1ªEd. 1860)
[20] Guy Debord, La société du spectacle, Champ Livre, París, 1967
[21] Carlos García Vázquez. Ciudad Hojaldre, visiones urbanas del siglo XXI, Gustavo Gili, Barcelona, 2004, p. 36
[22] Los artistas no pueden sostener su trabajo en un vacío cultural gobernado sólo por la moda, la cibertecnología, la nostalgia y el cinismo, o entretenerse coqueteando con la violencia y el sexo, parecidos a esos jueces de “El Proceso” de Kafka que durante los interrogatorios nocturnos ojean libros pornográficos. Fernando Castro Florez, “¡Qué pantano!”, Espai Quatre 05, Ajuntament de Palma, Palma, 2006, p. 172
[23] Fernando Gómez de la Cuesta, “The Show Must Go On”, Art Show. Xisco Bonnín, SamaKineta, Palma, 2010, p. 19-28

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