The Collector

(una reflexión actualizada y remezclada sobre la obra del artista Pedro Vidal que nos sirve como excusa para hablar de algunos temas)*

Pedro Vidal + Fernando Gómez de la Cuesta

Artistas como el barón Wilhelm von Gloeden (1856-1931) y su serie de fotos de jóvenes en Taormina (Sicilia)[1] son una sutil referencia en la obra de Pedro Vidal (Palma, 1968). En esas imágenes, von Gloeden, une la cultura clásica y un flagrante erotismo con una habilidad exquisita y una sexualidad a flor de piel que emana directamente de la propia libido de este artista voyeur e hipersensible. Una óptica peculiar, un conocimiento y un gusto refinado, que el fotógrafo alemán mezclaba con la inocencia más o menos cándida de sus impúberes modelos. La manipulación adulta de la voluntad de los retratados comenzaba desde el preciso momento en que von Gloeden –al igual que hace Pedro Vidal en muchos de sus proyectos- ofrecía dinero a los jóvenes a cambio de posar. Lo que para el primero era el medio de conseguir su objetivo, retratarlos venciendo su resistencia, se constituye, en el caso de Vidal, en la expresión de la idea con la que trabaja: la fuerza incitadora y corruptora que el mundo adulto ejerce sobre los jóvenes.

- Hola, te ofrezco 50 euros por dejarte dar un masaje. No tendrás que hacer nada. Dime cosas.
- Sólo busco chicas, soy hetero. Paso tío.
- Busco hetero, por eso te he escrito a ti. No tendrías que hacer nada, sólo dejarte dar un masaje ¿Qué edad tienes?
- ¿Yo? es que soy hetero, tengo 18 años ¿Cuánto dinero sería?
- 50 euros, te paso mi número de móvil, seguimos por Whatssap mejor.

El arte ha muerto. Sus movimientos no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones de un cadáver sometido a una fuerza galvánica.[2]

Otros creadores le han dado un contenido menos inocente al adolescente, concediéndole la iniciativa y la voluntad, la seducción e incluso el engaño: la Lolita de Nabokov[3], los desasosegantes comportamientos de los protagonistas de los filmes de Larry Clark[4] o los jóvenes que se entregan conscientemente a nuestro apetito voyeur, que sacian nuestra ansia de un estereotipo de belleza actual, mientras colman su propia necesidad de exhibirse, de mostrarse y de ser aceptados en esa nueva realidad en la que la pubertad les va situando y que tantas inseguridades les genera. Todos ellos conforman otra percepción con menos carga de ingenuidad adolescente pero sin negar las dosis evidentes de perversión adulta. Aquí es donde se configura la adolescencia como un trayecto pleno de ambigüedades, de contradicciones y de pugnas en una sociedad finalista que todo lo mide por el desenlace, donde comparece la dificultad de ser un “mero proyecto” en un entorno donde sólo se valoran los resultados. La adolescencia es un tránsito, pero también una de las etapas más importantes de nuestro itinerario vital, en un mundo que, desoyendo a Kavafis[5], sólo entiende de objetivos y finales.

- Hola ¿Qué tal? jeje, soy el chico del anuncio.
- Hola ¿Qué te cuentas?
- Bien, nada...
- Bien, eso me gusta. Con ganas de quedar y conocerte.
- Jejeje, yo soy hetero y tal, pero...
- Ya, ya...
- Quiero probar.
- Es lo que busco, un hetero.
- Vale, jeje ¿Cuánto ofrecías? ¿Y por hacer qué?
- Un masajito... y si fluye...
- Vale ¿Cuándo quieres quedar? Yo ahora voy un poco borrachín, jeje, si te va bien quedar ahora...
- Ok, ya te digo, con muchas ganas. Seguro que lo vas a pasar bien.
- A ver...
- La idea es que te tumbes sobre la cama desnudo y te doy el masaje con aceite...- Me gusta la idea, mmmm…
- Me alegro.
- Pásame la dirección, estoy borrachín de verdad, jajaja, y un poco cachondo…
- Contento de que hayas aceptado...

Para que haya Autoconciencia es necesario que el Deseo se fije sobre un objeto no-natural, sobre alguna cosa que supere la realidad dada. Mas la única cosa que supera eso real dado es el Deseo mismo. Porque el Deseo tomado en tanto que Deseo, es decir, antes de su satisfacción, sólo es en efecto una nada revelada, un vacío irreal. El Deseo, por ser la revelación de un vacío, la presencia de la ausencia de una realidad, es esencialmente otra cosa que la cosa deseada, distinto de una cosa, de un ser real estático y dado, pues se mantiene eternamente en la identidad consigo mismo.[6]

Pero, independientemente de la inocencia o malicia de cada una de las partes que interviene en esta relación dialéctica y simbiótica de iniciación, amor, sexo, pasiones y odios, es indudable que el aprendizaje sexual del adolescente está ponderado por la sexualidad adulta que le rodea. De esta influencia en los comienzos sexuales de los jóvenes, en muchas oportunidades precozmente forzados y casi siempre manipulados, ya hablaron las fotos de Lewis Carroll (1832-1898)[7] a las que algunos han buscado cierta perspectiva pedófila y que muestran de una manera evidente la incipiente sexualidad de la niña y el deseo, normalmente encubierto, del adulto; o los primeros cuadros de Eric Fischl (1948) [8] con el reflejo del despertar sexual de los jóvenes y sus anhelos adolescentes, todavía insatisfechos, y encaminados hacia el mundo adulto de la sexualidad; o piezas concretas como la Leçon de guitare[9] de Balthus (1908-2001) en la que se plasma a la perfección ese violento inicio sexual que, en ocasiones, los adultos inflingimos a aquellos que todavía están en proceso.

- Hola, pasa ¿Quieres beber algo?
- Sí, jeje, mejor...
- Mira, coge lo que quieras, aquí están las botellas ¿Qué tal la noche?
- Bien, jeje, voy a tomar vodka... Por Magalluf y tal.
- En la nevera tienes naranjada... Aquí está el hielo.
- Gracias.
- Bueno, bueno, no bebas tan rápido, jeje. ponte otra…
- Sí, sí, la necesito... Que casa más chula ¿Eres diseñador o algo así?
- No, no... Estás genial tío, vaya cuerpazo.
- Me cuido, me cuido, jeje...

Delimitación de la estética y refutación de algunas objeciones contra la Filosofía del Arte. Mediante esta expresión excluimos inmediatamente lo bello natural. Tal delimitación de nuestro objeto puede parecer una determinación arbitraria, tan arbitraria como la facultad que tienen las ciencias de demarcar el propio campo a su antojo. Pero no podemos entender en este sentido la limitación de la estética a la belleza artística. Ciertamente, en la vida cotidiana acostumbramos a utilizar expresiones como color bello, cielo hermoso, bellos arroyos, bellas flores, animales bellos y, sobre todo, hombres bellos. No queremos entrar aquí en la disputa de si puede atribuirse con razón a tales objetos la cualidad de la belleza, situando en consecuencia lo bello natural junto a lo bello artístico. Pero afirmamos ya de entrada que la belleza artística es superior a la naturaleza. En efecto, lo bello del arte es la belleza nacida y renacida del espíritu. En la misma medida en que el espíritu y sus producciones son superiores a la naturaleza y sus manifestaciones, descuella lo bello del arte por encima de la belleza natural. Bajo el aspecto formal, incluso una mala ocurrencia que pase por la cabeza del hombre, está por encima de cualquier producto natural, pues en tal ocurrencia está siempre presente el sello del espíritu y de la libertad.[10]

Uno de esos contenidos es la relación entre masculinos. El artista no sólo trata el tema de la adolescencia y de cómo las consignas adultas convierten en confusas situaciones que son unívocas y sin dobleces entre los jóvenes, para dotarlas de prejuicios, miedos y prohibiciones, juzgándolas con parámetros adultos; si no que instala este razonamiento en un ambiente exclusivamente masculino y entre masculinos. Vidal pretende así cuestionar el rol social del varón, obteniendo con ello unas piezas de sutil ambigüedad que establecen el punto crítico en el más poderoso bastión de esta sociedad que todavía lastra rémoras del pasado: el hombre. Puede que con ello parezca que sus piezas conecten con una sugerente estética homosexual y que sus contenidos enlacen con parte del ideario reivindicativo gay, pero el artista habla, en realidad, de otra dialéctica, de la que se genera entre la sexualidad en bruto del adolescente frente a la experimentada o viciada mirada adulta, situando su sarcasmo en la esfera de la adolescencia masculina, un ámbito donde el debate que plantea se hace más evidente.

- ¿Me quito el slip?
- Sí, todo, los calcetines también. Así... ahora túmbate boca abajo, relájate y déjame a mí... tranquilo...

Ver los cuerpos no es desvelar un misterio, es ver lo que se ofrece a la vista, la imagen, la multitud de imágenes que es el cuerpo, la imagen desnuda, que deja al desnudo la realidad. Esta imagen es extraña a todo imaginario, a toda apariencia y también a toda interpretación, a todo desciframiento. De un cuerpo a otro no hay nada que descifrar salvo esto, que la cifra de un cuerpo es ese mismo cuerpo, no cifrado, extenso. La visión de los cuerpos no penetra en nada invisible: es cómplice de lo visible, de la ostentación y de la extensión que lo visible es. Complicidad, consentimiento: el que ve comparece con lo que ve. Así se disciernen, según la medida infinitamente finita de una justa claridad.[11]

En todo ello se refleja esta dualidad perversa de la mirada adulta, su manto protector y sus voluntades perturbadoras. Las vendas en los ojos de los adolescentes simbolizarían el juego a ciegas en el que se sumergen y donde los adultos se desenvuelven sin vendas, con cierto grado de omnisciencia. El adolescente es la ciega pasión a ciegas, el adulto, sin embargo, tiene un deseo consciente, el adulto ve, aunque su mirada esté plena de convencionalismos, de tabúes, de normas y de prejuicios. En los proyectos de Vidal se establece una interesante metáfora sobre la mirada y la no-mirada, el sentimiento no tiene ojos, mientras que la visión adulta es la que dota de perversión al gesto puro y ciego de los adolescentes. El amor juvenil, entre iguales, ambos con esas vendas que evitan el dogma de una mirada social que se plantea como metáfora de todas las convenciones castrantes, a la vez que lo ciego se plasma como expresión de lo puro, de lo emocional, de lo verdadero, la justicia es ciega y el amor también. 

*Texto publicado en Alexis W. (ed.), TEXTOSterona, Madrid, junio de 2016.


[1] Wilhelm von Gloeden, Taormina. Twelvetrees Press, Pasadena, California, Estados Unidos, 1986
[2] Arthur Danto, "El final del arte", El Paseante, Siruela, Madrid, 1995, núm. 23-25
[3] Vladimir Nabokov, Lolita, Anagrama, Barcelona, 2002 (1ªed.1955)
[4] En películas como Kids (1995), Another day in Paradise (1998), Bully (2001) o Ken Park (2002)
[5] Konstantinos Kavafis, “Itaca”, Poesías Completas, Hiperión, Madrid, 1997
[6] Alexandre Kojéve, La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, La Pléyade, Buenos Aires, 1982
[7] Pseudónimo de Charles Lutwidge Dodgson, autor del cuento Alicia en el país de las maravillas (1865). Su obra fotográfica fue reconocida por la historiografía de manera reciente. Solía fotografiar niñas con las vestimentas y las poses más variadas, incluso desnudas. El conjunto de sus imágenes nos ha llegado mutilado, muchas de ellas destruidas por el autor, tras las críticas que recibieron por su ambigüedad
[8] Sus primeras piezas Sleepwalker (1979), Time for bed (1980), Bad boy (1981) o Birthday boy (1983), se constituyen en una inquietante reflexión sobre el deseo sexual juvenil, a veces casi infantil, y sus relaciones con el mundo adulto.
[9] Oleo sobre lienzo de 1934, Colección Thomas Ammann, Zurich.
[10] Hegel, Lecciones de estética, vol.1, Edicions 62, Barcelona, 1989
[11] Fernando Castro Flórez, “El encuentro con el otro como una forma poética de la ternura”, Alexis W. La ventana indiscreta (2003-2009), Gobierno de Canarias, Las Palmas, 2009

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