Las vetas, la brecha y el filón*
La lucha por llegar a las
cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo
feliz.
“El mito de Sísifo” - Albert Camus
Podríamos quedarnos en lo formal, en lo aparente, en
aquella definición que dice que una veta es un trazo de un tono distinto al
resto del cuerpo que lo alberga. Podríamos permanecer en el exterior y resbalar
sobre la superficie pulida del mármol, ensimismados con su dibujo, seducidos
por la forma y el gesto, mientras obviamos lo que hay debajo de su brillo y
prescindimos de esas profundidades que no se aprecian ni suceden a simple
vista. Podríamos hacer eso pero sería un error, porque las obras de Jesús
Zurita nunca son lo que parecen. Por ello, quizás sea más oportuno tomar otra
definición como punto de partida, aquella que se refiere a la veta como el
estrato que completa la falla y el resquicio –y que en ocasiones los detona-
como aquella materia diferente que se distingue del elemento que la contiene
por su color y por su forma, pero también por su esencia.
Los títulos de las obras
de Zurita nos dan la primera pista sobre el mundo que se oculta bajo la
exquisita formalización de sus piezas. Unos textos que señalan algunos de los
caminos que emprende el artista y que abarcan desde la mera superficie hasta
ciertas oquedades que se enfrentan al abismo, a sus abismos y también a los
nuestros. Dice Zurita que ningún proyecto aparece de la nada y mucho menos esta
visión expositiva que abarca trabajos del 2008 hasta la actualidad. Si cada una
de sus obras es una línea, el haz resultante de la presente propuesta se
extiende hacia lo insondable, hacia los extremos, hacia lo que el artista fue y
hacia lo que será, sin el ánimo de alcanzar la eternidad y sin la voluntad de
dar todas las respuestas, pero con el objetivo de ofrecer un desvelamiento,
necesario y embarazoso, de un proceso de sedimentación creativa en el que estas
pinturas se muestran con más o menos pudor.
La vorágine del frenético
paso del tiempo va revelando a un creador sucesivamente ubicado en las grietas
de lo convencional, en los puntos de quiebra de lo establecido, un pintor que
puede reivindicar el gusto y la belleza, pero que primero prefiere defender la
honestidad, el trabajo, el esfuerzo y el oficio, la profundidad y el rigor.
Zurita decide situarse en las escasas brechas que deja la compacta superficie
de este mundo homogéneo y globalizado, para comenzar a escarbar con las manos,
no con la intención de herir y horadar sino con la decidida convicción de
buscar y, en las escasas oportunidades que concede la dificultad, con el
hallazgo como resultado. Porque los descubrimientos importantes, aquellos que provocan una aportación y un estímulo, sólo ocurren en ocasiones muy contadas y
casi nunca tienen que ver con la ocurrencia y el azar, sino con la formación,
el (des)empeño, la constancia y una creatividad que, además, suele tener más
relación con la transpiración que con la inspiración.
Zurita no valora con los
criterios habituales las diferentes opciones que le ofrece el camino, elige la
dificultad de lo simple poniendo en valor la belleza de los movimientos,
ponderando el ritmo de la excavación y la estética de la perforación,
sublimando la idea. No vale cualquier forma de avanzar y debemos estar
preparados para que, cuando alcancemos el punto de bloqueo, sólo nos quede
volver atrás dudando sobre si el esfuerzo habrá
merecido la pena. De todas maneras debemos hacerlo y debemos hacerlo bien.
Sísifo tardó en entenderlo pero finalmente lo consiguió, esos trabajos
pretendidamente estériles quizás no lo fueran tanto. El artista también debe
comprenderlo y comprenderse, porque el creador realiza la labor más absurda
pero también la más necesaria, aquella que nos permite sentir y aprehender lo incomprensible,
aquella que nos hace humanos y sobrehumanos, aquella que evita nuestra
inhumanidad, aquella que nos muestra y demuestra nuestra verdadera esencia, lo
que nos une y lo que nos diferencia.
El trabajo de Zurita también
tienen mucho de lucha, pero optando por una vía sutil, subjetiva y metafórica,
mientras apela a ese camino formal y conceptual que conecta lo onírico con lo
inefable. Para el espectador poco atento pudiera parecer que sus obras no son
más que exquisitas ideas llenas de ingenio, pero las pinturas de Zurita son
mucho más que eso: reivindican la labor del artista de la manera más bella, con
estética y con ética, con poesía y con prosa, se posicionan y hacen que tomemos
partido. Su visión premonitora sabe que lo que importa es el camino, Itaca nos
regala un hermoso viaje dijo Kavafis, y él nos obsequia con un bello itinerario
incitado y excitado por una compleja búsqueda. Ese es el motivo por el que las
obras de Zurita siempre reclaman más cuestiones que la evidencia de su belleza,
que el virtuosismo de su técnica y la profundidad de las ideas que plantean. En
ellas hay una reclamación del esfuerzo que cuesta realizar una creación sincera
y coherente partiendo de las carencias fácticas y estructurales del sector,
hasta llegar a los problemas generados por los propios desarrollos
conceptuales.
Por eso, este texto, podría ser simplemente un
escrito convencional, un relato al uso para una publicación de estas
características, pero no lo es por expreso deseo del artista. Zurita ha
decidido que empleemos este espacio, este pequeño reducto de visibilidad –ese
concepto que sirve más de cebo con el que articular el chantaje, que de
verdadera oportunidad- para que también pongamos el punto de mira en la
dificultad de los diferentes trabajos que debe acometer el artista y en su
ubicación insegura en un sector productivo donde ellos deberían ser los
verdaderos protagonistas. El aprovechamiento descarado de la vocación en los
oficios del arte por parte de agentes e instituciones, es lo que acaba por precarizarnos
a todos los profesionales del sector. Una desvergüenza ruborizante con la que
algunos sacan adelante sus proyectos y programaciones, beneficiándose de la
pasión y de la pulsión que sentimos muchos y que es la que provoca que
aceptemos lo inaceptable, no siendo concientes –o siéndolo sólo un poco- de que
con ese acatamiento entramos en connivencia con las malas prácticas que impiden
que, finalmente, podamos vivir de lo que hacemos.
El trabajo del artista auténtico es un desempeño constante y más bien austero, exigente consigo mismo,
trascendente, interno, visceral en muchas ocasiones, cerebral en otras y
honesto en todas. Una labor sin pausa, intensa y arremangada, donde el creador
se esfuerza por detectar las vetas, abrir la brecha y alcanzar el filón con el
que dar expresión a sus ideas y continuar así su difícil camino, un camino que,
Jesús Zurita, hace tiempo que emprendió.
*Texto del catálogo de la exposición "Vetas" de Jesús Zurita en la Casa de la Entrevista de Alcalá de Henares (abril, 2016)
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