*Texto para la hoja de sala con motivo de la exposición de Guillem Nadal "La mirada de foc". Casal Solleric, abril de 2016.
Guillem Nadal (Sant Llorenç des Cardassar, Mallorca, 1957) aprovecha el recorrido circular de la Planta Noble del Casal Solleric para trazar un itinerario donde su comienzo y su final conectan en un bucle continuo. Un eterno retorno que plantea una interesante y peculiar metáfora del ser y de la contemporaneidad, con la que el artista trata de desentrañar los códigos esenciales, más o menos ocultos, que rigen nuestra naturaleza. Nadal incorpora, en medio de la vorágine actual, la reflexión, la profundidad y la pausa, el tiempo necesario para el análisis y una perspectiva adecuada para lograrlo. Un camino que tiene su inicio en los restos de un incendio físico y emocional: una instalación site-specific titulada “La porta del bosc” que parte de una idea ya esbozada en 2002 y que esconde el acceso al conocimiento y a la experiencia que el artista propone. Una puerta que, para el espectador atento, produce el primer desvelamiento de los muchos que nos ofrece esta exposición.
La senda que marca Nadal tiene algo de iniciación, de viaje trascendente y de búsqueda, pero también de realidad y de esa dialéctica simbiótica entre el orden y el caos que tan presente está en toda su obra, como ocurre en esas piezas que pertenecen a las series “Caos” y “Codi” y que también integran la presente propuesta. De hecho, es el propio artista quien realiza una ajustada y meditada selección de sus obras de los últimos años para acompañarnos por este itinerario que él conoce tan bien, pero que, en un exquisito contrasentido, cambia de forma y de contenidos a cada nuevo paso. Una mutación permanente que Nadal trata de fijar de forma efímera en sus “Mapes de foc”, donde comparece una primera incursión, allá por 1994, en el formato vídeo, o con sus “Paisatges de memòria” donde la realidad, lo imaginado y el recuerdo entran en un sugerente contacto.
Con todo ello, Nadal, no pretende que obtengamos perspectivas absolutas ni visiones amplias, no trata de alcanzar esa luz demostrativa y general que iluminaba el Renacimiento con cierta pretensión de omnisciencia, no quiere saber “la verdad” ni mucho menos formularla, tan sólo intenta situar algunas luminarias en nuestro devenir, unos hitos que nos permitan ver justo allí donde miramos, reubicando y reivindicando el alcance humano de la visión ante la inhumana desmesura de los tiempos. El artista nos ayuda a recorrer el camino, a realizar este viaje de pasiones y desencuentros sobre un escenario cambiante, sobre un lugar tan variable e irreconocible que sólo permite trazar esos mapas mutantes, grabados por la singular e intensa “mirada del fuego”, aquella que da título a la presente exposición.
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