Una exposición comisariada
por Fernando Gómez de la Cuesta para Pep Llabrès. Art contemporani (abril, 2016)
Hace tiempo que habitamos en la desmesura, que vivimos en
la disfunción, que comparecemos superados por una vorágine tan inhumana que nos
aliena tanto como nos ensimisma. El exceso es evidente, una desproporción
construida en base a una gran mentira llena de múltiples engaños, unas trampas
que se están demostrando crueles y despiadadas cuando la carnaza que nos
ofrecen, precisamente, es la de obtener una vida más plena y construir un mundo
mejor. Deambulamos sobrepasados y desubicados porque nuestros puntos de
referencia y las coordenadas que nos orientan son falsas, ahora transitamos por
el desbordamiento y el colapso, ahora nos hallamos en plena distopía.
Mientras la mayoría de nosotros seguimos aturdidos por el
golpe, algunos artistas como Gilbert Herreyns han iniciado el retorno a aquel
lugar al que nunca debimos renunciar. Una vuelta a lo esencial, a lo básico, al
hogar, a la naturaleza, a aquel paraíso tan cercano que justo estaba a nuestro
lado. Un edén que desechamos por su proximidad, por su accesibilidad, porque
nos parecía tan fácil que pensamos que era de mentira, pero era de verdad: una
realidad más cierta que la ficción que llevamos años viviendo. Susan Sontag,
con su pensamiento premonitorio, ya anticipó las consecuencias sensoriales de
tanto exceso, la insensibilidad que afectaría a nuestra mirada golpeada por
millones de imágenes por segundo y que produciría una visión indolente en unos
seres desquiciados, un nuevo tipo de ceguera para una sociedad frenética, un
mirar sin ver.
Para tratar de curar esta patología, para intentar
abrirnos el entendimiento, Herreyns decide comenzar por lo táctil, por ese
sentido primero que da luz en la oscuridad, por lo que se puede tocar, por lo
aprehensible, por elementos sencillos y corpóreos que comparecen al alcance de
las manos: las ramas de la sabina curvadas y atadas hasta su armónico punto de
quiebra, las agujas de pino convertidas en hojarasca y pintadas sobre el lienzo
de lino, las tablas de madera encontradas en la orilla, modeladas por el mar,
la resaca y la carcoma, intervenidas, entintadas e impresas con la mera presión
de las manos del artista sobre el papel.
Unas piezas que no están exentas
del drama que acabamos de vivir, ni de la cautela, ni de la prevención
necesarias para decirnos que, aunque retornemos a casa para guarecernos, para
reponer fuerzas y seguir en otra dirección, siempre podremos volver a
desviarnos hacia la desmesura y el exceso. Por eso, Herreyns, se convierte en
un sanador comprometido, en un minucioso recolector de lo básico, en un
buscador de tesoros elementales que antes habían sido descartados, apropiándose de los objetos que
interviene con cuidado pero con gesto poderoso, físico y performático, unas
obras que nos recuerdan que, pase lo que pase, siempre nos quedará la memoria y
nuestras manos.
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