Kazuo Shiraga
La pintura como performance
(publicado en Cappuccino Grand Papier nº4)
Kazuo Shiraga (Japón, 1924 – 2008) es uno de esos artistas
premonitores que va abriendo puertas y explorando nuevos caminos por los que
posteriormente muchos creadores transitan. Introductor de la performance y del
action painting en su país y vinculado desde siempre a la vanguardia, Shiraga
fundó en 1952, junto a otros interesantes artistas japoneses, el grupo
Zero-Kai, un movimiento radical y transformador que defendía la creación partiendo,
como su nombre indica, de cero, del vacío, generando una producción
desarrollada libremente según la pulsión creativa de cada uno de ellos. Shiraga
era un intelectual pionero que no podía estarse quieto, un apasionado precursor
que siempre estuvo relacionado con la investigación y con la experimentación
más innovadora, haciendo de su vida una búsqueda constante y de su forma de
crear un aprendizaje permanente. Fruto de este interés, en 1955, se unió al
conocido colectivo Gutai que, con sus irónicas y en ocasiones violentas
acciones, fueron el reflejo de la frustración y de la crispación del momento
que se vivía en Japón. Un grupo de artistas que influyeron, nada más y nada
menos, que en el movimiento Fluxus y en creadores tan importantes como Joseph
Beuys o Wolf Vostell. Ahí es nada.
En 1962 el gurú del arte informalista Michel Tapié da a
conocer la obra de Shiraga en Europa, una corriente creativa con la que el
artista comparte gran parte de sus postulados pero trascendiéndolos gracias a
su intensa investigación sobre la acción, la expresión y el movimiento, un
vínculo que le hace entender su pintura como una auténtica performance: obras
realizadas con los pies en una danza ritual sobre el papel, inmersiones en
barro o su conocida pintura pendular en la que el artista se ataba del techo
mientras ejecutaba sus piezas en base al azar dirigido de sus oscilaciones,
marcan de manera fundamental su itinerario creativo. Sus producciones absorben
influencias formales de Pollock, acometiendo el lienzo extendido sobre el
suelo, tratando de abarcar con pintura toda su superficie y dando importancia a
la vitalidad del gesto, también comparte conceptos con las antropometrías de
Yves Klein y su búsqueda de la huella humana, empleando como pincel sus manos,
sus pies y hasta su cabeza. Es por todo ello que Shiraga completa una obra que
ha resultado trascendente para el arte del siglo XX y que suscitó el interés de
creadores tan influyentes como Lebel o Kaprow, convirtiéndose en uno de esos
referentes contemporáneos que, desde Cappuccino, siempre hemos querido destacar.
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