La herida luminosa.
Un pequeño ensayo sobre el color negro a partir de la obra de
Fatiha Zemmouri.
Quand la lumière vient de la plus grande absence de
lumière qu’est le noir c’est assez troublant. Dès l’origine de l’humanité les
hommes sont allés dans les endroits les plus sombres de la terre pour peindre
non pas avec des couleurs mais avec du noir. Et ça a duré des centaines de
siècles.[1]
El
negro no es un color cualquiera, el negro es un color de sentimientos y
emociones encontradas, de contenidos que no dejan indiferente, de percepciones
condicionadas por seres y lugares, por culturas y experiencias. Desde una
perspectiva europea, el negro, se ha vinculado a la muerte y a su luto, a la
mala suerte, a una visión pesimista del futuro, a la falta de luz, pero también
a la elegancia, al recogimiento, a la introspección, a la espiritualidad y a la
sobriedad. El arte contemporáneo occidental ha visto afectada la asimilación
expresiva y conceptual de este color por las ideas tan poderosas con las que se
le relaciona y por su reacción a ellas, unas implicaciones que, en ocasiones,
lo sitúan más cerca de cualquier final que de alguno de sus múltiples inicios,
más cerca de lo privado que de lo externo, más próximo a lo individual, lo íntimo
o lo propio, que a lo colectivo, lo público o lo ajeno: El sonido interior
del negro es como la nada sin posibilidades, la nada muerta tras apagarse el
sol, como un silencio eterno sin futuro y sin esperanza. Musicalmente sería una
pausa completa y definitiva tras la que comienza otro mundo porque el que
cierra está terminado y realizado para siempre: el círculo está cerrado. El
negro es apagado como una hoguera quemada; algo inmóvil como un cadáver,
insensible e indiferente. Es como el silencio del cuerpo después de la muerte,
el final de la vida[2]. Sin embargo es desde esta hoguera quemada de
Kandinsky, desde ese cuerpo aparentemente inerte, desde ese final que no es más
que un nuevo comienzo, desde donde renace el negro en expansión de Fatiha
Zemmouri, un negro diferente, lleno de luz, energía y color[3],
que apela al origen y a la creación, que se convierte en materia seminal y en
conclusión, en principio y en fin en si mismo.
Para
seres hipersensibles como Zemmouri enfrentarse al negro es un acto que entraña
cierta dificultad, el negro es un color que connota y que denota, que
significa, que apela e interpela, que simboliza y que conmueve, no es un color
neutro ni indolente, es un color que afecta. El negro de Fatiha Zemmouri
comienza en el claustro materno, en la caverna, en la fragua del herrero, en el
atanor del alquimista, en lo originario, en lo esencial, en lo primero, pero
también alcanza la oscuridad de la noche, el ocaso, el incendio, el último
aliento; un color para la herida y para el alimento, para los nacimientos y las
muertes sucesivas, un color integrado en ese ciclo constante, sin interrupción,
sin prisa pero sin pausa, que es la creación de esta artista, donde no hay
principios ni finales autónomos, donde todo es causa y efecto, donde cualquier
existencia es parte de ese discurrir eterno en el que los diferentes matices de
negro se dan la mano en un bucle infinito, en una sucesión de comienzos y de
desenlaces sin solución de continuidad[4].
Nos encontramos ante un recorrido en el que la comprensión de los significantes
y de los significados se convierte en una cuestión sensorial pero también
aprendida, convenida y cultural, una polisemia construida persona a persona,
hecha de experiencias propias, recuerdos y olvidos, de convenciones y de enseñanzas,
de presentimientos, sentimientos y emociones: somos lo que somos por donde
nacimos y por todo lo que vivimos, por lo que fuimos y por lo que seremos. La
llama quema la materia a la vez que la purifica y ese color negro que comparece
se transforma en el singular punto de partida para esta senda creativa[5];
el fuego se convierte en un útil de trabajo pero también en el elemento
esencial a partir del cual nace cada nueva reflexión, un agente de acción y de
creación que establece un vínculo metafísico con la tierra, con la cultura de
la que Zemmouri procede, con la energía fundamental que cocina el alimento del
cuerpo y del espíritu, que calienta las almas y los hogares, que cuece la
cerámica y moldea los materiales, un origen propio y enraizado, unos cimientos
sólidos, para un alambique con proyección universal[6].
Lucio
Fontana y los firmantes del “Manifiesto blanco” pedían la colaboración de las
mentes preclaras, de los hombres de ciencia del mundo que saben que el arte
es una necesidad vital de la especie,
para descubrir esa sustancia
luminosa y maleable que permita el desarrollo del arte tetradimensional[7]. Fatiha Zemmouri asume ese papel de artista
alquimista, de científica romántica en busca del conocimiento y de la magia, en
su caso, apelando al color negro y a la materia adecuada para trascender el
espacio, para incorporar esa anhelada cuarta dimensión mientras supera los
límites del soporte pictórico y abre las entrañas de los volúmenes
escultóricos, mientras profundiza en las investigaciones de los precursores espacialistas y sobrepasa las coordenadas de la superficie y del
tiempo[8].
Zemmouri inicia así su camino, una investigación que le hará descomponer y
volver a componer la materia, deshacer la trama de filamentos que la conforma
permitiendo que la luz del saber se vaya filtrando entre ellos y, como una
nueva Ariadna, tirar del hilo para seguir alguna de las múltiples vías que se
despliegan ante ella. Un proceso creativo ininterrumpido donde el negro
primigenio va entrelazándose con el blanco sin mácula en una dualidad que no se
refiere a lo opuesto sino a lo simbiótico y a lo complementario, donde hay
contraposiciones pero no contradicciones, donde el negro va dejando paso al
blanco para luego volver al negro, en un eterno retorno en el que, siguiendo a
Heráclito, nada es igual porque todo cambia a cada paso[9].
Un ciclo constante que refuerza esa idea de espiral, de esfera, tan presente en
los itinerarios circulares y singulares de una artista que vuelve
permanentemente sobre sus pasos pero que nunca se repite.
El
trabajo de Fatiha Zemmouri a base de capas que se van superponiendo actúa como
registro de experiencias, como memoria de vida que incorpora esa perspectiva
existencialista que constituye al propio material como resumen de lo que ha
sido y premonición de lo que será, una mirada que conecta más con la metafísica
del informalismo europeo, con Fautrier, Soulages, Mathieu o Tapies, incluso con
algunas cuestiones expresivas vinculadas a Kiefer, que con el propio contexto
donde Zemmouri vive y crea. Estas coordenadas van introduciendo el paso del
tiempo entre los puntos cardinales de su arte y le confieren un respeto por la
materia en bruto, por la materia primera, por los materiales accesibles y
desvinculados de cualquier pretensión, que aviva en su creación algunos afectos
e intereses concurrentes con las ideas del povera. Las piezas que componen esta “Œuvre au noir” de
Zemmouri son composiciones delicadamente brutales, violentamente bellas, donde
las acumulaciones de pequeños elementos y los silencios, la gravidez y la
ingravidez, descubren el equilibrio pero también la duda. La artista trabaja
con el negro y sus diferentes tonos pero, sobre todo, con la luz reflejada en
él[10],
con la materia, con los volúmenes y sus intersticios, entendiendo esa luminaria
como un elemento de conocimiento, pero también terapéutico, de curación, de
catarsis, que se encarga de sanar las heridas del cuerpo y del alma. Otras
mentes clarividentes también asumieron el negro como un principio y no como un
final, como una restitución y no como un daño: las “Pinturas negras” de Goya o
la “Black Chapel” de Rothko, Malevitch o Reinhardt, parecen anticipar una
conclusión y, sin embargo, son una premonición clara y meridiana, una visión de
un futuro que justo comienza en ese momento, un porvenir en el que el artista
ha conseguido desprenderse de lo superfluo y tan sólo mantiene lo
verdaderamente importante, lo esencial, una mística que le hace prescindir del
ego mientras se enfoca en su propia búsqueda con el objetivo de alcanzar una
realidad más elevada, separándose de las apariencias y concentrándose en
percibir y asimilar la experiencia futura, fijando como punto de partida ese
lugar extraordinario y precursor donde, sin duda, radican las obras negras de
Fatiha Zemmouri: unas piezas reveladoras realizadas por una creadora visionaria
y alquimista, por una sibila a la que debemos creer, en la que debemos creer,
con la que debemos crecer.
[1] Pierre Soulages en: Patrice Bardot, “Noirs désirs.
Pierre Soulages et Gesaffelstein”, Tsugi, París, Francia, nº 70, marzo, 2014, p. 86
[2] Wassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte, Premia Editora, Tlahuapan, Puebla, México, 1989, p.
73-4
[3] Le noir est une couleur, Matisse citado en: Jacques Kober, “Le noir, une
conception méridionale de la lumière", Le Noir est une couleur: hommage
vivant à Aimé Maeght, Fondation
Maeght, Saint-Paul-de-Vence, Francia, 2006, p. 43
[4] Joindre ensemble des
événements multiples, des causalités, des finalités et des hasards, Fatiha Zemmouri en: Ilham Tahri, “De
l’onde sensible a la perception sensible”, l'Oeuvre au Noir, la Galerie 38, Casablanca, Marruecos,
2011, p. 8
[5] En alchimie, l’ouvre noire est la première étape
de la purification. La matière, quelle qu’elle soit, passe par le feu et
devient, Fatiha Zemmouri en: Paola
Frangieh, “Fatiha Zemmouri: entre noirceur et ambivalence”, Le Soir Echos, Casablanca, Marruecos, 8 de diciembre de 2011
[6] Quand j'utilise par exemple le charbon, je
cherche à retrouver le feu caché, la trace des civilisations, la conscience du
geste et des traditions, Fatiha
Zemmouri en: Ilham Tahri, “De l’onde sensible a la perception sensible”, l'Oeuvre
au Noir, la Galerie 38, Casablanca,
Marruecos, 2011, p.7
[7] Lucio Fontana, Manifiesto Blanco, Buenos Aires, Argentina, 1946, en: Rafael Cipollini (ed.),
“Apuntes para una teoría del manifiesto”, Manifiestos argentinos. Políticas
de lo visual 1900-2000, Adriana
Hidalgo Editora, Buenos Aires, Argentina, 2003, p. 188
[8] Je préfère penser que ce sont moins des
ouvertures qu’une volonté de ne pas fermer l’espace, un façon de laisser à
d’autres possibilités, Fatiha
Zemmouri en: Raphaële de La Fortelle, “L'interview”, l'Oeuvre au blanc, la Galerie 38, Casablanca, Marruecos, 2013, p.29
[9] En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues]
somos y no somos [los mismos],
Heráclito, “Sobre la naturaleza. Doxografía y fragmentos”, Revista de
Filosofía, Universidad de Costa
Rica, San José, Costa Rica, Vol. XIV, N. 39, julio, 1976, p. 41
[10] Le charbon, dans son noir, attire la lumière, et
recèle un coté sombre et lumineux à la fois. C’est une matière chaude qui
conserve le feu et va au-delà du noir. Il n’est pas noir mais en nuances de
gris, et accroche magnifiquement la lumière, Fatiha Zemmouri en: Paola Frangieh, “Fatiha Zemmouri: entre
noirceur et ambivalence”, Le Soir Echos, Casablanca, Marruecos, 8 de diciembre de 2011. Pierre Soulages también
señala: ce n'est plus avec du noir que je travaille, c'est avec la lumière
reflétée par la peinture que je dépose sur ce fond noir, en Bernard Paquet, “Pierre Soulages: entre l’ombre
et la lumière”, Vie des Arts,
Montreal, Canadá, vol. 40, n° 164, 1996, p. 23
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