Ortografía
para caballos
-texto para el catálogo de la exposición "Manual de ortografía equina" de Santiago Morilla en el Museu d'Història de Manacor (diciembre de 2014)-
Fernando Gómez de la Cuesta
Es
obvio que esta pérdida de la orientación, esta no-situación, va a anunciar una
profunda crisis que afectará a la sociedad y por lo tanto a la democracia. La
dictadura de la velocidad al límite chocará cada vez más con la democracia
representativa[1]
Comencemos por el principio, por el lugar que ha elegido Santiago
Morilla para iniciar su proyecto, empecemos por el Hipódromo de Manacor, por un
escenario que actúa como un singular cuaderno caligráfico de renglones
ovalados, de líneas infinitas para un circuito limitado. El artista, con un pie
enyesado, dibuja con su muleta los rasgos de una cara gigantesca, un rostro
efímero sobre la arena de la pista, unos ojos sobredimensionados que miran
hacia arriba, una faz constantemente modificada e intervenida por los carros y
caballos que le pasan por encima. Morilla lo observa todo desde una perspectiva
privilegiada, desde una cátedra cenital donde devuelve la mirada, desde una
silla magistral en la que redacta este manual de ortografía equina, un escrito
gráfico y didáctico para caballos que dan vueltas con una cadencia concreta,
con un ritmo medido. Un discurrir que va dejando tras de si unos surcos bien
hendidos, las huellas de los cascos y también las de las ruedas, unos trazos
que indican otros itinerarios, que señalan nuevas experiencias, que conforman
vidas, que se superponen y que se refieren a otras existencias, que se borran o
se significan, que se pierden y se encuentran, que mueren, nacen y se mezclan. Diez caballos en la pista dibujando su propio texto y
desdibujando aquel rostro que apareció primero, al trote que no al galope, al
azar premeditado y a conciencia, a nueve millas por hora, sin prisas, sin
pausas y sin certezas.
En este mundo despiadado la velocidad se ha convertido en la
nueva dictadura, un ritmo impuesto y vertiginoso que nos impide pensar, una
velocidad inhumana y mecánica que ha entrado en colisión con el hombre, con una
sociedad que apenas consigue sobrevivir en este escenario de desbordamiento
frenético donde la humanidad corre alienada y sin rumbo definido. Ahora nos
exigen galopar porque ir al paso ya no basta, y el que se para: muere o le
matan. El trote podría ser el ritmo adecuado, la marcha idónea para quien sepa,
quiera y pueda mantenerla, pero no es una tarea fácil, en este juego de
distancias, velocidades y exigencias, tan sólo se admite el esfuerzo extenuante
de llevar un ritmo severo y constante. La velocidad siempre viene afectada por
el peso, tenemos hijos, iniciamos proyectos, tomamos decisiones, interviene el
azar, crecemos, cambiamos, enfermamos, aumentamos nuestra responsabilidad,
cargamos con personas, con situaciones y con cosas. El surco que dejamos cada
vez es más profundo, decrece la tolerancia y sumamos más peso, pero el ritmo
hay que mantenerlo, sea como sea, aunque nos vaya la vida en ello, aunque
nuestra degradación sea tan veloz que, rápidamente, parezcamos viejos.
Optimun non nasci[2]. Y si tanto nos degradamos lo mejor será no nacer, y si
al final nacemos, lo preferible será morir lo más pronto posible, antes de que
nuestro cuerpo se corrompa y vaya perdiendo sus facultades, antes de que se
vayan perjudicando nuestras funciones vitales y tengamos que suplirlas con
ingenios y prótesis, con inventos y artificios. Desde nuestra propia
experiencia algo hemos ido sabiendo, conocemos lo que nos pasó e intuimos lo
que puede estar al acecho. Más temprano que tarde comenzarán las minusvalías y
las enfermedades, llegarán los corsés y las muletas, las lesiones, las
amputaciones y las heridas de guerra, comparecerán los apósitos, los empastes,
los tornillos, las placas y hasta las sillas de ruedas. Morir joven es una
opción y sobre lo de dejar un cadáver bonito, pues que cada uno haga lo que
pueda. En este contexto crítico, Morilla, se cuestiona la responsabilidad y la
oportunidad de ser padre, el peso de la autoría y de la culpa, la conveniencia
de aportar a este mundo una nueva vida, un nuevo proyecto, una nueva obra.
Desde la valentía decide sacar adelante a la criatura, determina que, a pesar
de todo, vale la pena, haciendo del vicio una virtud, del daño una ventaja y
del miedo un estímulo. Por eso, para probar que todo es posible, resuelve no
realizar ninguna pieza de su propia mano para esta propuesta, sino que serán la
muleta, la rueda, la herradura, el odómetro, la cámara y el láser quienes
escribirán este manual sin manos para caballos con patas, cascos y herraduras.
Para la gente atosigada de
imágenes es muy probable que las puestas de sol luzcan vulgares; ahora se
parecen demasiado a fotografías[3]. Entre otras muchas cosas nuestra
mirada está enferma y lo primero que hay que
hacer cuando se detecta una patología visual es mesurar el defecto, la
diferencia entre la realidad y lo que vemos, la insensibilidad retiniana, la
miopía y la presbicia, mediciones oculares mecanizadas, optometrías y
optotipos, pruebas y diagnosis, correctores mecánicos y ortopedias visuales,
gafas y lentes, parches, anteojeras y oclusores. Cambiamos el punto de vista
para evitar el desgaste, la indolencia y el conformismo, para prescindir del
gran error y de ese desenfoque genérico que anula la mirada particular y
concreta. La misión principal es evitar la ceguera contemporánea, mantener la
capacidad de ver y de mirar, educar y ejercitar, de detectar el cuerpo extraño
y valorar su reacción, la legaña o la perla. Morilla nos pide tiempo y atención
para hacer visible lo invisible: líneas negras sobre un rectángulo negro,
trazos dibujados sobre una superficie del mismo color, rayas grabadas a láser
prácticamente imperceptibles, un dibujo que sólo puede verse y aprehenderse
invirtiendo una calma que no tenemos, bajando a un ritmo que no nos toleran,
situándonos a la distancia adecuada, agudizando el ingenio, aplicando la mirada
y la conciencia.
Es la mirada premonitoria del artista la que nos señala el
camino, uno de los posibles caminos, para corregir esta crisis de valores y de
contenidos que nos afecta. Estamos en pleno colapso, en el punto de quiebra,
pero no perdemos la esperanza y Morilla se implica hasta la médula, convierte
sus proyectos en investigaciones vitales, trabaja de frente, sin cortapisas,
medianías, ni banderas. Por eso aquí tenemos, para nosotros y para los
caballos, este manual ortográfico, una guía gráfica para que cambiemos el paso,
para que variemos el rumbo y busquemos nuevas quimeras, para que aprendamos de
nuevo a mirar, para que corrijamos las patologías, para volver a ser felices
cada uno a su manera.
[1] Paul Virilio, “Velocidad
e información. ¡Alarma en el ciberespacio!”, Le monde diplomatique, París, agosto, 1995
[2] “Lo mejor es no nacer”,
Plinio, Historia Natural., Visor Libros
/ Universidad Nacional de México, Madrid, 1999, vol. I, p. 302
[3] Susan Sontag, Sobre la
fotografía, Edhasa, Barcelona, 1996, p.
95.
No hay comentarios:
Publicar un comentario