Las líneas de la vida
-Una mirada retrospectiva sobre los dibujos de Eloy
Cerecero-
(Monografía editada por la Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coahuila, México, 2014)
Fernando Gómez de la Cuesta
1- El dibujo infinito.
No todo lo que empieza tiene un final, no todos los
dibujos y sus líneas acaban de una manera definida, algunas de ellas se
prolongan hasta donde la mirada no alcanza y algunas otras se estiran tanto que
ni siquiera les llega la razón. Algo así ocurre con las líneas de la vida, con
aquellos surcos marcados en nuestras manos que señalan el futuro mientras van
dejando un rastro, bien hendido, de lo que fue nuestro pasado. La realidad es
que nunca tenemos la absoluta certeza de lo que va a ocurrir, nunca sabemos si
verdaderamente conocemos ese pasado, el presente, ni el futuro, ni siquiera si
las líneas que tenemos ante nuestros ojos dicen lo que creemos que están
tratando de decir. El ser humano, en esta frenética contemporaneidad sin pausa
que nos ciega, se mueve en el terreno permanente de la incertidumbre, por eso
valoramos a las personas que poseen otro tipo de visión, a esos creadores
premonitorios que son capaces de arrojar luz y cierta calma sobre los caminos
que nosotros no vimos.
Pero comencemos por el principio, por uno de los posibles
inicios, por uno de esos orígenes que ya empezamos a intuir que, difícilmente, tendrá
un final conocido. Tenemos quiromancias y presunciones, premoniciones y
adivinamientos, pero también ciencia, conocimiento, indicios, evidencias y
datos; y comencemos por una mano, pero no por una mano cualquiera, sino por una
dibujada por Eloy Cerecero (Saltillo, Coahuila, México, 1929). Una de aquellas
manos seminales que son el inicio de tantas cosas, que actúan como principio y
como semilla, como simiente y como cimiento, que centran la composición, la
razón y la mirada a partir de la cual se construye el resto del dibujo. Manos
cerradas con fuerza que se convierten en un puño y manos extendidas con el afán
de alcanzar su objetivo, manos entrelazadas, solidarias y también solitarias,
manos con un dedo índice que señala el camino, palmas de manos que enseñan las
líneas que las surcan y líneas que nos cuentan historias que, en realidad, son
vida.
Podríamos decir que Eloy Cerecero es un quirógrafo pero de
otra singular manera, un lúcido dibujante de las líneas maestras de nuestras
manos que van componiendo las diferentes vidas, tantas como personas, tantas
como existencias. Quizá sus líneas sean esos planaires lugubres que Salvador Dalí, con su peculiar mirada, detectó
en los dibujos de Pablo Picasso, unos gusanos filiformes y aplastados, una de
las formas biológicas más elementales, que tienen la particularidad de ser
capaces de regenerar los trozos que van perdiendo de su cuerpo, una sugerente
metáfora para unas líneas que nunca mueren[1].
En esta imagen de la eternidad bien pudiera recogerse la voluntad de los
dibujos de Cerecero, un creador que sabe perfectamente lo que es -y lo que no
es- el infinito, unos dibujos esenciales que, a veces, nacen para ser obra en
sí mismos y, en otras, para ser una idea que asume nuevos volúmenes, colores y
superficies en aras de diferentes técnicas; dibujos para ser dibujos, dibujos
para ser cuadros y dibujos para ser murales.
Un pintor y un contexto
estimulante, una formación entre la ciudad que lo vio nacer y la capital de un
país que lo vio crecer, un dibujo, una pintura, de contenido social y
trascendente, que entronca con la tradición que le es propia y con la cultura
que le rodea, y con Saltillo, y con la Ciudad de México de aquel Frente
Nacional de Artes Plásticas, de Francisco Goitia o de Jorge González Camarena;
de David Alfaro Siqueiros o de Diego Rivera. Un itinerario lleno de estímulos y
de creaciones, de idas y de venidas, un camino apasionante del que esta visión
retrospectiva sobre dibujo y vida quiere dejar una memoria, un trazo, una seña,
una línea infinita como las que construyen los dibujos que Eloy Cerecero
imagina.
2- Bajo la influencia
de un contexto poderoso: el estímulo del muralismo.
Para cualquier creador
mexicano nacido en los años 20, abstraerse de la influencia de los grandes
muralistas de su país resulta bastante complicado. La rotundidad de esas
personalidades y el extraordinario alcance de su producción fueron un estímulo,
un camino a seguir, pero también un bagaje del que era difícil desprenderse.
Aunque la actividad artística de Eloy Cerecero comenzó apoyando el lápiz y el
carboncillo sobre el papel, desde el inicio tuvo muy claro su interés por la
pintura mural y por aquellas insignes figuras de la creación plástica mexicana
que trascendieron las fronteras del país para incorporarse a la Historia
Universal del Arte. A pesar de que en los talleres de María Escobedo, de María
Narro y de otros pintores de Saltillo, las enseñanzas se centraban en el
bodegón y en la naturaleza muerta, el artista incipiente ya buscaba superar la
medida del lienzo refiriéndose al cuerpo humano, una inquietud que comenzó a
verse satisfecha gracias a los hallazgos escultóricos que iba haciendo en sus
paseos por el Panteón de Santiago, unas figuras que, por su envergadura,
sobrepasaban el formato del cuadro que venía realizando y servían a nuestro
artista como improvisados modelos que le permitían comenzar a cambiar la escala
y los temas de su arte.
Como no podía ser de otro
modo, Cerecero, no tardó mucho tiempo en tener la oportunidad de contactar con
la práctica de la pintura mural. Esto ocurrió cuando la reconocida pintora
saltillense Elena Huerta llegó desde la Ciudad de México para realizar un mural
en la actual Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro de Saltillo, invitando
a asistirle en la realización de este trabajo. La citada obra se desarrolló
entre 1951 y 1952[2], siendo la
primera vez que el artista se subía a un andamio y empleaba la técnica de la
vinelita, una pintura plástica de gran ductilidad que permite realizar
empastados gruesos y sencillas veladuras. A pesar de esta temprana vocación por
el arte, cuando llegó el momento de elegir su preparación académica, Eloy
Cerecero optó por otro tipo de estudios y se matriculó en contaduría en la
Academia Victoriano Cepeda. A su término, y tras un breve paso laboral por
Monterrey, aceptó un trabajo en la Secretaría Particular del Gobierno de
Coahuila que le hizo retornar a Saltillo.
En aquellos años, el
ambiente cultural de la capital de Coahuila era ciertamente interesante pero
también mantenía alguna carencia que lo limitaba. Existían círculos literarios
activos y una programación teatral y musical más o menos continua, sin embargo,
la ciudad, no disponía de muchos espacios consagrados a la exhibición de arte,
una falta que se podía compensar de algún modo con la presencia de piezas en
las casas particulares y con la apertura puntual de estos lugares para que
algunos invitados disfrutasen de las mismas. Este dinamismo y la propia
destreza del artista para la pintura y para el dibujo fueron los que provocaron
que, por aquella época, comenzara a integrarse en cualquier actividad cultural
que se produjera en su región, como su ingreso en la Sociedad de Artistas
Coahuilenses en 1950, su primera exposición individual de 1953 para Súper
Motores de Saltillo o su participación en la colectiva “9 Pintores de Saltillo”
que itineró por San Luis Potosí, Monterrey y el propio Saltillo.
Tras su matrimonio en 1954
con Yolanda, la mujer que le ha acompañado durante toda su vida, Eloy Cerecero
obtiene una modesta beca que le permite instalarse en la Ciudad de México y
dedicarse más activamente a su formación como pintor mientras sigue trabajando
como contable, en esta ocasión, en la Secretaría de Recursos Hidráulicos de la
capital. En 1955, nuestro artista, decide dar un paso trascendente en su
carrera y pide el ingreso en el Frente Nacional de Artes Plásticas. Allí es
recibido por el pintor José Chávez Morado, quién le explicó la forma de acceder
al Frente: una prueba de ingreso que consistía en acudir a la junta ordinaria
del grupo llevando consigo cuatro piezas para la evaluación por parte de la
asamblea. Cerecero fue aceptado de manera unánime y, en la misma junta, se
seleccionó una de sus obras, El desgranador, para participar en la siguiente exposición colectiva
del Frente que rendiría homenaje a los 50 años de pintura de Diego Rivera. Esta
muestra le dio a Cerecero una doble satisfacción, por un lado ver una de sus
piezas colgada al lado de las del maestro, por otro, recibir de parte del
propio Rivera comentarios de elogio sobre la misma[3].
Fundado en 1952, el Frente
Nacional de Artes Plásticas se constituyó como una asociación integrada por los
creadores más representativos de la cultura nacional de ese tiempo con el
objetivo de impulsar el desarrollo de la plástica, cubriendo ciertas
necesidades formativas, gremiales y de difusión, así como cuestiones relativas
a la defensa de los intereses profesionales de los artistas, su labor se
extendió con eficacia durante algo más de diez años. Una agrupación dinámica
que, por aquel entonces, programaba multitud de encuentros, conferencias y
exposiciones[4], y donde la
libre expresión y la tolerancia a las ideas primaban sobre cualquier otra
cuestión. La función fundamental del Frente era esa promoción de las artes
plásticas y el apoyo a los artistas, una labor que dirigió en inicio Francisco
Goitia, sucedido posteriormente en la presidencia por Siqueiros. Eloy Cerecero
recuerda que también formaban parte de esta asociación el insigne Diego Rivera,
Jorge González Camarena, Roberto Berdecio, José Chávez Morado, Francisco
Dosamantes, Rosendo Soto, Raúl Anguiano, Francisco Icaza, Roberto Donis,
Gilberto Aceves Navarro, Raúl Velázquez, Celia Calderón, Ángel Pichardo, Mario
Orozco Rivera y algunos escritores como Antonio Rodríguez, Adrián Villagómez,
Ignacio Márquez Rodiles y Antonio Montero.
Todo ello tuvo una
especial trascendencia en la trayectoria plástica de un joven Eloy Cerecero,
quien mantuvo, durante toda su carrera, una relación permanente con la pintura
mural. Ya en sus dibujos de esa época se aprecia ese interés, influido y
compartido con el muralismo, por múltiples cuestiones de calado social que nos
invitan constantemente a reflexionar sobre los escenarios políticos y
culturales de nuestro entorno. En México, la jerarquía artística de esta forma
de expresión es incuestionable, centrando su eje en la conocida trilogía
histórica que llevó esta técnica a su máxima expresión y que está integrada por
Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, aunque la perspectiva
del muralismo más interesante se puede completar con otros nombres de
importancia como son Chávez Morado, González Camarena, Francisco Goitia o
Salvador Tarazona. Con la mayoría de ellos, de una forma u otra, tuvo relación
Eloy Cerecero, que procediendo de la provincia realizó su primer mural en 1956
para la Casa de Coahuila en la ciudad de México y que, tras esa obra, ha
seguido acometiendo de forma constante otros trabajos de pintura mural,
fundamentalmente en el período que abarca de 1974 a 1985[5],
frecuentando, como temas principales, contenidos históricos o religiosos.
3- La ciudad de México
En todos esos años
capitalinos que se extendieron hasta 1961 era habitual ver pasear a Cerecero,
cuaderno y lápiz en mano, recogiendo las escenas que llamaban su atención,
escenas costumbristas o de calle que, en muchos casos, le servían de estudio
para sus trabajos posteriores. También aprovechó su estancia en la ciudad de
México para asistir ocasionalmente como alumno libre a la Academia de San
Carlos y a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado de la Esmeralda,
así como para desempeñar, durante un tiempo, trabajos de publicidad gráfica.
Durante aquella época conoció a importantes personajes del arte, destacando,
entre otros, Guadalupe Solórzano, directora de las Galerías Chapultepec, una
entusiasta promotora que dio buenos consejos a nuestro artista en sus inicios,
de hecho, por invitación del Instituto Nacional de Bellas Artes, su siguiente
propuesta expositiva tuvo lugar en las propias Galerías Chapultepec en 1956,
una muestra colectiva con el título “Cuatro pintores contemporáneos”, que
contaba, además de con la participación de Cerecero, con la de Celia Calderón, Raúl Velázquez y Telésforo Herrera, una
exhibición que también pudo contemplarse en las Galerías José Clemente Orozco
de la misma ciudad. Sin embargo, no fue hasta 1959[6]
cuando Eloy Cerecero decide realizar su primera exposición individual, siendo
el espacio escogido la prestigiosa Galería Excélsior del Distrito Federal[7].
La actividad se sucedía al
ritmo que marcaba la capital, y así, en ese mismo año, participó en otra
colectiva, esta vez en las Galerías Romano y con la participación de Macrina
Krauss, Ángel Pichardo, Arturo Estrada y el propio Cerecero, una muestra que
sirvió para trabar una interesante relación con la familia Romano que
fructificó en algunas exposiciones más[8]
e, incluso, en una propuesta internacional con motivo del 50 aniversario de la
Revolución Mexicana. Titulada “Doce pintores jóvenes”, auspiciada por la citada
galería y por la Secretaría de Relaciones Exteriores del Gobierno, la
mencionada propuesta tuvo lugar en el Consulado de México en Nueva York en
1960, en ella, Cerecero, llevó una serie de piezas que giraban en torno al
concepto de celebración. La vorágine seguía su curso con la realización de su
primera pintura mural para la Casa de Coahuila en la ciudad de México (1956),
con su participación en otras dos colectivas en las Galerías Chapultepec (1958
y 1959)[9],
su inclusión en la I y II Bienal Interamericana de Pintura y Escultura de
Ciudad de México (1958 y 1960), o con la consecución de galardones y
reconocimientos que obtuvo durante esta época: Primer Premio en el Concurso
Nacional de Pintura de la Feria de Saltillo en los años 1955[10]
y 1956[11],
el segundo lugar en el certamen de 1957[12]
o la Mención de Honor en el Concurso de Pintura de la Feria de San Ángel
(1959). En todos ellos, las obras presentadas por Cerecero, fluctuaban entre
dos de los contenidos temáticos con los que el artista daba mejor expresión de
su capacidad, por un lado sus célebres payasos como metáfora de la tragicomedia
humana[13]
y, por el otro, unas piezas de contenido religioso donde conseguía plasmar su
evidente espiritualidad[14].
Con toda su intensidad, la
Ciudad de México se convirtió en un lugar de interesantes encuentros para Eloy
Cerecero que, sin duda, le fueron influyendo en su itinerario vital y creativo,
un contacto con artistas de renombre como Francisco Goitia, Juan O’Gorman o
Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, o las visitas como observador a la
ejecución de los murales realizados por Chávez Morado, Raúl Anguiano, González
Camarena o David Alfaro Siqueiros, contribuyeron a conformar un lenguaje cada
vez más maduro y personal, a la vez que tejía una amplia red de relaciones,
muchas de las cuales, volvería a encontrarse a lo largo de su vida. Prueba de
esta voluntad generosa por establecer redes de contactos, fue su contribución a
la exposición “Pintores coahuilenses” (1961) que, con su participación, supuso
la posibilidad para varios artistas de esta población de mostrar su obra en la
capital, concretamente en las Pérgolas de la Alameda, en un momento vital en el
que los Cerecero estaban con un pie en Ciudad de México y con el otro de
regreso a Saltillo.
4- De vuelta a Saltillo
Fue en 1961 cuando la
familia Cerecero decide volver definitivamente a su lugar de origen después de
su estancia en la ciudad de México. A su regreso, Eloy Cerecero, mantiene su
plaza de contable en la Secretaría de Recursos Hidráulicos de la localidad,
profesión que compaginará con una intensa labor docente que, tras diversas
ocupaciones, le llevó a dirigir la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad
Autónoma de Coahuila (1975 – 1978), pero siempre combinando todo ello con su
constante faceta creativa. Con la intención de dar a conocer su obra actual en
Saltillo, una población que carecía de espacios destinados a esos fines,
Cerecero decidió alquilar un local
vacío con el objeto de exponer sus piezas. Esta primera exposición de 1962 fue
un éxito y, a ella, le sucedieron otras cuatro igualmente exitosas, dos en el
propio Saltillo, en una oficina de la Cámara de Comercio y en un local contiguo
al Hotel Urdiñola[15],
otra en el cercano pueblo tejano de Eagle Pass[16]
y, por último, una trascendente exposición en la Dirección Federal de Turismo
de México en Dallas (1963). Manteniendo esta intensidad expositiva, Cerecero,
se fue prodigando en diferentes muestras individuales en Saltillo en 1963 y
1964, y una en Monterrey en 1965, con estas propuestas se reafirmó en la
posición influyente que, dentro del sector de la creación plástica saltillense,
llevaba tiempo ostentando. Un entorno de artistas que comenzó un interesante
proceso colectivo que desembocó en la constitución de la Sociedad de Artistas
de Saltillo en 1969, un grupo de
creadores que trató de dar voz y cohesión a todo el sector, y que, en su
inicio, estaba integrado por Carmen Harlan Laroche, Alfonso Gómez Lara, Emilio
Abugarade, Laura Sánchez, Francisco Gómez Saucedo, Alejandro Cerecero, hijo de
Eloy, y el propio Eloy, una asociación a la que el Gobierno del Estado de
Coahuila llegó a ceder un local para que pudieran albergar en él gran parte de
su programación[17]. En ese
mismo año la fortuna de los premios volvió a sonreír a nuestro artista con la
consecución del primer y tercer galardón del Concurso Estatal de Pintura de la
Cámara Nacional de Comercio de Saltillo[18],
con los cuadros “Aguacero” y “Hippie”[19],
y la mención de honor en el Concurso Nacional de las Cámaras de Comercio de
México[20].
Una intensa actividad que
se completa con exposiciones como las realizadas para las Fiestas Mercedarias
en Toluca (1970), la de la Torre de la Rectoría[21]
o “Trilogía: esencia de la expresión”, ambas en Saltillo en 1972 y, esta
última, con su hijo Alejandro como participante; muestras que eran combinadas
por Cerecero con su ocupación ocasional como retratista[22],
escenógrafo[23], diseñador
de vitrales[24] y, sobre
todo, como ilustrador, destacando su labor continuada en el suplemento cultural
del diario Vanguardia entre los años 1987 y 1995. Una de las personas capitales
en la trayectoria profesional de Cerecero comparece, precisamente, en ese
contexto y por mediación de Armando Castilla, director del propio periódico. Se
trata de José Luis Becerra, propietario y director de la Agencia Mexicana de
Información y quien fuera Jefe de Información y Propaganda durante el gobierno
del presidente López Portillo. Becerra se convirtió en un gran admirador de la
obra de Cerecero, adquiriendo muchas de las piezas que el artista producía y, no
sólo para su uso y disfrute personal, sino también para hacérselas llegar a
diferentes personajes de la política y de la cultura mexicana, incluyendo,
entre ellos, al propio Presidente de la República. Todavía hoy se puede
contemplar una interesante colección de obras en las oficinas de la Agencia
Mexicana de Información de la ciudad de México y uno de los dos murales que,
para dicha sede, realizó Cerecero, puesto que el otro, titulado “El periodista”
(1985)[25],
se encuentra actualmente en el edificio del Diario de Coahuila[26].
El pulso creativo y
expositivo de Eloy Cerecero se siguió manteniendo vigoroso durante los años 80.
Las exposiciones y reconocimientos continúan con alguna interesante individual
como la realizada en las Galerías Ceramano de Saltillo (1986)[27],
la del Festival de Cultura de Acapulco (1987), la “Retrospectiva” que le dedicó
el Centro de Artes Visuales e Investigaciones Estéticas de su ciudad (1988), o
el homenaje que le hizo la asociación Amigos de la Cultura de Saltillo (1988)[28].
También concurrieron múltiples colectivas donde el artista tuvo la enorme
satisfacción de ver como se integraban en ellas sus hijos, citando sus propias
palabras: “sus mejores obras”[29].
Tres de ellos, Alejandro, Adriana y Gabriel, que junto a sus hermanos, Yolanda, Rubén y Rafael, daban continuidad a esta
saga de artistas, con esfuerzo, ilusión y, por supuesto, con una magnífica
formación absorbida desde muy jóvenes. Los Cerecero iniciaron una sucesión de
exposiciones de participación conjunta con la propuesta titulada “Pintores de
Saltillo” en el Centro Cultural Vanguardia y en el Instituto Mexicano
Norteamericano de Relaciones Culturales, ambas en Saltillo (1983), y con
“Pintores coahuilenses” en el Instituto Cultural Mexicano de San Antonio en
Texas (1988)[30], los dos
proyectos marcan el inicio de un camino expositivo compartido que fructificó en
innumerables colectivas de la familia Cerecero durante los años 90.
Efectivamente, “Las cerezas de Cerecero”[31]
resultó una importante exposición que se inauguró en el Centro Cultural
Vanguardia en 1990 y en el Teatro Fernando Soler de Saltillo en 1993, y que
luego tuvo su continuidad con una muestra itinerante que, durante 2001, visitó
Monterrey, Tampico, Reynosa, San Luis Potosí, Zacatecas y Durango en México, y
San Antonio en Estados Unidos. Con posterioridad a todo esto se organizó
“Cuatro pintores mexicanos” con la que los Cerecero dieron el salto a Europa,
en concreto a uno de los espacios de la Fundación Matthías Kühn en Palma de
Mallorca (España, 2004)[32].
Por último, en “Cerecero 2012”, se cierra este ciclo de exposiciones con la
familia como protagonista, gracias a este proyecto que vio la luz en la
Universidad Autónoma de Coahuila[33].
En los años 90 y en los
2000 las distinciones, homenajes y reconocimientos siguen sucediéndose: su
inclusión en el Diccionario Biográfico de Coahuila (1991)[34],
la fundación del Centro de Arte Contemporáneo de Saltillo junto al resto de
miembros de su familia (1992), la concesión de la presea Impulsores de Coahuila
(1993), su nombramiento como Coordinador General de la Extensión Universitaria
y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila (1994), el homenaje
a toda su carrera por el Instituto Coahuilense de Cultura (2005), la obtención
del segundo premio en el Bird 2005 International Art Award de Beijin (2005) con
la obra Sursum Corda[35], o el homenaje a su labor como muralista que le
realizó la Universidad Autónoma de Coahuila (2013) [36],
se fue alternado con importantes muestras individuales como “Telas de juicio”
para el Instituto Coahuilense de Cultura de Saltillo y la Casa de la Cultura de
Piedras Negras (2005)[37],
“Recuentos” en el Centro Cultural Universitario de la Universidad Autónoma de
Coahuila (2008)[38], “Ideario”
en el Centro Cultural Casa Purcell de
Saltillo (2010)[39]
y “El boceto en la obra de Eloy Cerecero” en el Recinto del Patrimonio Cultural
Universitario de la Universidad Autónoma de Coahuila (2012)[40],
proyecto del que, obviamente, trae causa la presente publicación.
5- Un nuevo principio
Hace
poco tiempo, dando un orden al material que durante muchos años
se había venido acumulando en mi estudio, me encontré con una historia casi
olvidada, o mejor dicho, me encontré conmigo mismo. Fueron apareciendo bocetos
y trazos que de pronto me parecieron extraños y desconocidos pero que, una vez
identificados, me llevaron al recuerdo de los momentos más emotivos y
significativos de mis inicios en el arte de la pintura. En cada boceto fui
encontrando recuerdos de lugar y de tiempo, y si en su momento no significaron
gran cosa para mí por considerarlos como trazos efímeros y sin valor, hoy, al
contemplarlos, he sentido que parte de mi alma y de mi espíritu se encuentran
en cada uno de ellos, y que estos fueron quedando como semillas diseminadas al
azar, viniendo en conjunto a culminar en una obra, en un cuadro, en un mural, en una pintura, en muchas pinturas.[41]
Todas las obras son el
resultado de los cientos de dibujos y pinturas que les precedieron, la suma de
una experiencia y de un oficio que se va acumulando y superponiendo, línea a línea,
trazo a trazo, dibujos donde las rectas y las curvas, las marañas cruzadas, las
líneas limpias, amplias y ordenadas que corren en paralelo, que divergen o
convergen, van tejiendo la expresión de las múltiples ideas, conceptos y vidas
que los componen, la manifestación de los planteamientos que el artista trata
de comunicarnos. Poder analizar los dibujos de Eloy Cerecero es tener el
privilegio de examinar la radiografía de su arte, la opción de conocer unas
marcas creativas que no son sólo bocetos o estudios previos, sino la simiente
de todo lo que vendrá después, la preparación, el análisis, la investigación e
incluso la propia obra acabada. Unos trazos que surgen del grafito, del
carboncillo, del lápiz de color o de la tinta china, unas líneas infinitas que,
cada vez, marcan un nuevo comienzo sin concluir lo precedente, un rastro
continuo que señala una evolución, un camino, unos hilos infinitos que van
creando una trama, viviendo una vida que trae causa de lo anterior y que aporta
la premonición de un futuro que está justo aquí, frente a nosotros, unas
grafías prodigiosas que llevan en ellas la experiencia del artista y el
generoso ofrecimiento de incorporarla a nuestra vida.
En las obras de Eloy
Cerecero no hay política sino espíritu, una sensibilidad y una estricta ética
que conecta con los contenidos más absolutos de la justicia y de la bondad,
unas piezas que sincronizan los valores de la bonhomía, la filantropía, el
socialismo y la igualdad, el reparto y la equidad; y un artista que, en
realidad, pinta sentimientos compartidos, no por las diferentes ideologías,
sino por gran parte de la humanidad. Un creador que dibuja el dolor, la
infelicidad, la pena, la desigualdad, la lucha y la reivindicación, pero
también la alegría, la dicha de vivir, el trabajo, el esfuerzo y el
florecimiento del ser humano gracias a la cultura. Como en el laboratorio de un
alquimista, Cerecero, se plantea el destino y la posibilidad de modificarlo
mientras siembra alguna de las semillas que considera más importantes para poder
articular el cambio, introduciendo los agentes, los principios activos, que
puedan estimularlo: una decidida y permanente voluntad pedagógica, una intensa
labor educadora y formativa que tanto precisamos, el amor hacia el prójimo, la
ética, la estética, la coherencia y la consecuencia.
Con esa reivindicación de
corte social y humano, con ese realismo expresionista que lo sitúa dentro de la
potente Escuela Mexicana de Pintura, Eloy Cerecero decide incorporar, a esos
valores absolutos que maneja, afectos y características que los individualizan,
que los ubican en un contexto más específico, en el norte del país, en su
Saltillo, en Coahuila, donde aparecen los amarillos del sol y los grises del
desierto, la infinitud de sus paisajes y de sus planteamientos, su cultura, su
artesanía, sus gentes y las reivindicaciones que les son propias. Una
singularidad que tampoco descarta influencias universales como la de Cézanne y
la modernidad, como la de las vanguardias históricas desde la simplicidad,
desde un método sencillo que viene enriquecido por las formas y por los
colores, por las ideas y por el temperamento que marca la creación en México,
unas maneras que no obvian tampoco la influencia decidida del cómic pionero, de
la ilustración periodística y, por supuesto, del muralismo y esa permanente
proyección conceptual hacia el gran formato que incluso comparece en sus
dibujos más pequeños, transcendiéndolos y demostrando que la grandeza de las
ideas no es una cuestión de tamaño, ni de perspectiva, ni de ubicación, ni de
crédito.
Cerecero es un dibujante
prodigioso que recoge, con sensibilidad, la honda ternura de los aspectos más
humanos y la profunda metafísica ética de los más espirituales. Un artista que
crea desde una tierra de contrastes, la suya, donde comparece lo mundano y una
intensa religiosidad, a la vez que va elaborando un singular epílogo que, una y
otra vez, se constituye en un nuevo principio. El artista, nuestro artista,
consolida un depósito bien intencionado de sus planteamientos más genuinos, una
herencia que testimonia en sus mayores valores, en sus máximos valedores, en su
obra y en sus hijos. Todos ellos son los que ahora recorren esta emocionante
senda junto a su padre, los que continúan su camino y dibujan estas líneas que
se ordenan y que se enmarañan, mientras siguen creando vida, pero no una vida
cualquiera, sino la vida de todos nosotros unida, indefectiblemente, al arte de
esta singular estirpe, los trazos de los dibujos, las líneas de la vida de Eloy
Cerecero y su familia.
[1]
Con motivo de la inauguración de la sede del
Colegio de Arquitectos de Barcelona con una decoración diseñada por Pablo
Picasso, Salvador Dalí comenta: “Las líneas de los dibujos de Picasso son
gusanos de los que denominan los naturalistas planaires lugubres, una de
las formas biológicas más elementales. Son filiformes, aplastados y tienen la
propiedad de que si se les corta la cabeza, a las cuarenta y ocho horas les
vuelve a crecer. Picasso ha adivinado, con su poderoso instinto, lo que en
estas formas elementales hay de imagen viva de la eternidad. Por eso, alucinado
como se encuentra con la idea de morir, las utiliza continuamente en sus
dibujos”. Publicado originalmente en El
Noticiero Universal, Barcelona,
España, 17 de mayo de 1963, y recogido en Rafael Santos Torroella, La
trágica vida de Salvador Dalí y otras indagaciones dalinianas, Parsifal Ediciones, Barcelona, España, 1995.
[2]
Dina Comisarenco Mirkin, “Electa Arenal y Cuba:
un tiempo de amor recíproco”, Revista Brasileira do Caribe, vol. XII, núm. 23, Universidade Federal de Goiás,
Goiânia, Brasil, julio-diciembre, 2011, p. 225.
[3]
“Posteriormente me comentaron que
Diego Rivera expresó favorables comentarios sobre ella”, palabras de Eloy Cerecero recogidas en: Imelda
Montemayor, “Óleo sobre tela”, Saltillo una ciudad de altura, Saltillo, Coahuila, México, abril de 2012, p. 21.
[4]
En diferentes folletos de la época queda
documentada la participación de Eloy Cerecero en otras exposiciones del Frente
Nacional, junto a artistas de gran renombre como Diego Rivera, Siqueiros,
González Camarena, Olga Costa, Pablo O’Higgins o Chávez Morado, recogido en Gran
Exposición de Pintura Mexicana Contemporánea, Frente Nacional de Artes Plásticas, Galerías CDI, Ciudad de México,
México, 1958; o en Exposición de Pintura y Estampa Homenaje al Pintor Diego
Rivera, Frente Nacional de Artes
Plásticas, Local del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República
Mexicana, Ciudad de México, México, 1958.
[5]
Prueba de ello son los murales del Teatro del
pueblo de Ocampo (1974), el Canto de esperanza en Arteaga (1977), el Común Unión en Eagle Pass (1978), el Homenaje a Ramos Arizpe en Saltillo (1980), los de la Presidencia Municipal y
el Centro Social de Parras de la Fuente (1982 y 1983) y los dos de la Agencia
Mexicana de Información en Ciudad de México (1985).
[6] Galería Excélsior, Ciudad de México, México, 1959.
[invitación]
[7]
Las crónicas de la época se refieren a esta
exposición como de realismo con intención social y señalan las piezas que la
compusieron fueron: Ecce Homo, La testerita, Bambalinas, Crucifixión, Las
siete palabras, Yerma, Los aguadores, Amanecer provinciano, La vieja
ladrillera, Papeleros, La escalera, El desgranador, El trompo, Homenaje, 10 de
mayo, La erosión, Ojalá nos llegue, Músico indígena, La cola, Ranchería, La
piedra y Autorretrato. Unos títulos que denotan el aparente eclecticismo
temático de Cerecero que, sin embargo, mantiene el rigor común en su reflexión
humana y espiritual.
[8]
Como por ejemplo: “La Galería Romano inaugura el
Décimo Salón de Primavera”, Ovaciones, Ciudad de México, México, 30 de abril de 1957, p.
14.
[9]
Rindiendo en ambas un homenaje al pintor
Francisco Goitia mediante su obra “Tata Goitia”, realizada a partir de unos
apuntes tomados ante el cadáver del maestro.
[10]
“La exposición de arte ha llamado la atención”, El
Sol del Norte, Saltillo, Coahuila,
México, 2 de septiembre de 1956.
[11]
C. Junior, “Exposición de Pintura”, El Diario, Saltillo, Coahuila, México, 2 de septiembre de 1956.
[12]
En esta ocasión el artista optó por una pintura
de cierto dramatismo que llevaba implícita una evidente crítica social.
[13] Como ocurre en dos de las pinturas premiadas, Payaso y Descanso,
citadas por Raymundo de la Cruz López, “Eloy Cerecero”, La Opinión, Torreón, Coahuila, México, 19 de abril de 1969.
[14] Cuadros galardonados como Cristo vuelto a crucificar o Las siete
palabras ejemplifican esta línea de
expresión.
[15] Las crónicas de la época señalan la buena acogida de
público y crítica de estas muestras, así como explicitan su contenido: piezas
que abarcan temática revolucionaria como El adiós o Réquiem
y religiosa como Las siete palabras.
[16] “Elogian las pinturas de Eloy C. Sandoval. Hoy
cierran la exposición”, La Voz del Norte, Piedras Negras, Coahuila, México, 12 de noviembre de 1962, p. 1 y 4.
[17]
Ejemplo de ello es la exposición “8 artistas de Saltillo” en la Galería de Arte de Saltillo
en 1976, recogido en “Artistas de Saltillo”, El Tiempo, Laredo, Texas, Estados Unidos, 24 de junio de 1976.
[18] Francisco J. de la Peña, El Heraldo de Saltillo, Saltillo, Coahuila, México, 22 de julio de 1969.
[19]
“Impulso a las artes en el concurso de la
CaNaCo”, El Sol del Norte,
Saltillo, Coahuila, México, 22 de julio de 1969.
[20] Con un jurado de renombre compuesto por: David Alfaro
Siqueiros, Carmen Barreda, Lourdes Chumacero, Enrique Moreno Tagle, Salvador
Novo y Jacobo Zabludosky.
[21] “Se inaugura hoy la exposición de Cerecero”, El
Sol del Norte, Saltillo, Coahuila,
México, 14 de junio de 1972.
[22]
Recibiendo numerosos encargos entre los que
destacan los realizados por el Gobierno del
Estado de Coahuila para retratar al presidente Adolfo López Mateos, a Eva
Sámano de López Mateos y a María Esther Zuno de Echeverría, estas últimas
esposas de presidentes de México.
[23]
Como en la opereta de Alfonso González, Molinos
de viento, Ateneo Fuente, Saltillo,
Coahuila, México, 1963.
[24] Realiza el del Instituto de la Protección a la
Infancia (1974) o el de la Iglesia de Fátima (1985), ambos en Saltillo.
[25]
La otra pintura se titula “La palabra escrita” y
ambas se refieren de una manera evidente al tema periodístico.
[26]
Sigifredo López Herrera, “Añorado mural regresa
a Saltillo”, Diario de Coahuila,
Saltillo, Coahuila, México, 5 de enero de 2003.
[27] “En su labor se aprecian equivalentes naturales,
la búsqueda de la libertad, el sol patriarcal, la madre tierra, los 10
Mandamientos (la luz divina), también agradables variaciones de tono como un
autorretrato, o un sencillo misticismo en una figura de Cristo”, recogido en “El ambiente agradable para una gran
obra”, Vanguardia, Saltillo,
Coahuila, México, 14 de diciembre de 1986, p. 11-C.
[29]
Ernesto Amezcua, “Confidencias de Padre a Hijo”,
Palabra, Saltillo, Coahuila, México,
16 de junio de 2002, p. 2C.
[31]
El sacerdote Luis Fernando Nieto, amigo de la
familia, fue quien dio título a la exhibición como “Las cerezas de Cerecero”.
[32]
“Los Cerecero a España”, Anuario Vanguardia, Saltillo, Coahuila, México, diciembre de 2004, p.
32.
[33]
Recogido en varias notas de prensa como: Livio
Ávila, “Cerecero. Su apellido es arte”, Vanguardia, Saltillo, Coahuila, México, 19 de mayo de 2012, p.
9; Luz Morales, “Arte y locura… a lo Cerecero”, Vanguardia, Saltillo, Coahuila, México, 16 de mayo de 2012, p. 6; Carlos Chávez,
“Inauguran Cerecero: exposición”, Zócalo
Saltillo, Saltillo, Coahuila,
México,18 de abril de 2012, p. 6E.
[34] Arturo Berrueto, Diccionario biográfico de
Coahuila, 1550 – 2005, Consejo
Editorial del Estado, Saltillo, Coahuila, México, 1999, p. 127.
[35]
Pedro Martínez, “Vuela en China”, Palabra, Saltillo, Coahuila, México, 27 de agosto de 2005;
Humberto Vázquez Galindo, “Obtiene reconocimiento en China”, Vanguardia, Saltillo, Coahuila, México, 30 de agosto de 2005, p.
3C.
[36]
Livio Ávila, “Eloy Cerecero. Increíble vida en
la pintura”, Vanguardia, Saltillo,
Coahuila, México, 22 de marzo de 2013, p. 4.
[37]
Telas de Juicio. Eloy Cerecero, Instituto Coahuilense de Cultura, Gobierno de
Coahuila, Saltillo, Coahuila, México, 2005. [catálogo]
[38]
Recuentos, Centro Cultural Universitario, Universidad Autónoma de Coahuila,
Saltillo, Coahuila, México, 2008. [catálogo]
[39]
Laura Luz Morales, “¡No, qué me voy a retirar!”,
Vanguardia, Saltillo, Coahuila,
México, 28 de septiembre de 2010, p. 6.
[40]
Javier Treviño Castro, “Un esbozo de Eloy
Cerecero”, Vanguardia, Saltillo,
Coahuila, México, 25 de abril de 2012, p. 6.
[41]
Discurso pronunciado por Eloy Cerecero con
motivo de la inauguración de la exposición: El boceto en la obra de Eloy Cerecero, Recinto del Patrimonio Cultural Universitario,
Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coahuila, México, 2012.
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