Nada (y todo) es lo que parece*
Ninguna imagen es
inocente,[1] ningún creador es virgen, ningún espectador es
completamente objetivo. Las condiciones ideales, los espacios neutros, las
gentes inocuas, las atmósferas insaboras, incoloras e inodoras no se dan ni
siquiera en un aséptico laboratorio, ni tan sólo en esos espacios sellados y
aparentemente controlados donde una bacteria entrometida o una máquina díscola
pueden dejar en evidencia tanta pulcritud. En realidad todo está contaminado,
procesado, influido, adulterado, enfatizado, tamizado o modificado, amplificado
o minimizado, todo es vida, mentira, ficción y verdad, porque lo real y lo
virtual han pasado a formar parte de nuestra propia existencia, de esa nueva
realidad, infinita e inmaterial, que hace tan sólo unos años veíamos desde la
distancia y que, ahora, marca nuestras vidas. Dice John Berger que el modo en
que vemos las cosas está afectado por lo que sabemos o lo que creemos,[2]
por lo que somos, por lo que fuimos y por la dirección que llevamos. El modo
como las vivimos también: yo soy yo y mis circunstancias, y en este mundo
interconectado y expandido, la extensión de la red que nos define, que nos
condiciona y que nos manipula, tiene un alcance global.
Ésta
es nuestra (hiper)realidad, éste es el ámbito de nuestra vida, éste es el juego
sin reglas donde todo y nada es posible. Miguel Soler continúa el camino de su
reflexión girando con habilidad, intención y conciencia, los conceptos de
realidad y de ficción que todos tenemos asimilados y que, posiblemente, sean
tan inciertos como la propia verdad, como cualquier mentira. Primera curva:
Soler parte del cine comercial, de la industria del entretenimiento, de sus
películas, de sus trailers, de sus pósters y de sus otros artefactos de
seducción aparentemente irreal, para aportar a su propuesta una estética y unas
maneras de comunicar que nos condicionarán sobre la certeza de los contenidos
que esperamos ver. Segunda curva: sus videocreaciones cobrarán el formato de
trailer de películas inexistentes que se nutrirán de un tipo de imágenes a las
que solemos dar cierta verosimilitud, imágenes que el artista ha ido capturando
de los noticieros de todo el mundo, de los informativos televisivos de todo el
planeta, mientras deja en evidencia como el contexto, el montaje y la
intención, modifican cualquier credibilidad. Tercera curva: Miguel Soler
convierte en un cine las salas donde se muestra su proyecto, pervirtiendo las
expectativas sobre lo que suele ser un espacio expositivo y volviendo a girar
desde la realidad hacia la ficción para señalar que, quizás, ninguna de ellas
existan.
Empecemos por la materialidad de la sala de exposiciones, por
uno de esos espacios autonormativos[3]
que generan, por convención, tradición y uso, su propio modo de empleo. Unas
reglas de disfrute que nos indican cómo debemos comportarnos, las expectativas
que debemos mantener y las relaciones que se establecen entre los diferentes
agentes que intervienen, llegando incluso a otorgar la categoría de arte a las
piezas que hayan pasado los filtros previos para acceder a él y que,
finalmente, son presentadas en ese contexto. Esta red de relaciones fue la que
puso entre interrogantes el gran Marcel Duchamp al introducir su urinario en
estos espacios y situarlo sobre una peana, cuestionando el propio objeto
artístico, la fuerza legitimadora de la sala de exposiciones y el papel crítico
del espectador. Como señala Régis Debray, el museo por si mismo se ha
convertido, desde hace un tiempo, en el aval suficiente para que cualquier
dispositivo allí ubicado -y que tenga la pretensión de ser arte- quede
certificado como tal: Entre la profanación –lo trivial- y la sacralización
–la vitrina-, la diseminación –la vida- y la concentración –la colección-, la
radicalidad y la promoción, se opera una especie de movimiento de ida y vuelta
en el que la última palabra seguirá siendo la del ‘medio’ que convierte a la
anticultura, la cultura y lo escupido, en agua bendita: el museo, vencedor por
puntos. The show must go on,[4] un sistema que incide en lo
contextual, en los medios y en el interfaz, más que en el propio objeto y sus
características esenciales.
El espectáculo debe continuar. Miguel Soler es consciente de esa
importancia del contexto y, en un nuevo giro, se ocupa de provocar la
ocultación del espacio expositivo por transposición. La forma de “desaparición”
por la que opta en este proyecto titulado Basado en hechos reales se refiere a la trasformación y al
simulacro que, sin duda, son las maneras más escenográficas de yuxtaposición y
de camuflaje. Para ejecutar las traslaciones previstas en su propuesta, el
artista parte de la idea de convertir la sala de exposiciones en una sala de
proyecciones cinematográficas, mientras pervierte los usos, las formas y las
maneras de lo que suele ser habitual en un espacio expositivo. Las butacas, la
alfombra roja, el photocall, la cartelería, los displays, el cortinaje, las
palomitas, la oscuridad, la pantalla y, por supuesto, las proyecciones,
consiguen la completa transformación de la sala y, por extensión, de las
expectativas del público que penetra en ella, a la vez que camufla la identidad
real, si es que las identidades existen, de la obra que se va a proyectar.
Como
si de un prestidigitador se tratara, Soler continúa su táctica de desapariciones
y apariciones encadenadas, de manipulaciones sobre la manipulación, poniendo su
atención en el propio objeto artístico que se desmaterializa ante nuestros
ojos, mientras adopta, al menos en apariencia, la forma de esa subyugante
sucesión de trailers cinematográficos con los que el creador consigue ir
pulsando los resortes de ese espectador que ya comparece predispuesto al nuevo
estímulo tras la “conversión” de la sala expositiva en un cine. Como señala
Yves Michaud, no es necesario que el dispositivo sea fácilmente identificado
como ‘arte’, visto que el arte no es más que un efecto producido,[5]
así que, para producir los efectos que pretende, el artista selecciona, a la
manera de un dj, esas imágenes verosímiles de telediarios provenientes de todo
el planeta, algunas de ellas de sucesos que apenas nadie recuerda, otras
fácilmente reconocibles, con el objeto de construir unos spots que apelan a
ciertas referencias del cine de autor y al documental, a citas cultas y músicas
singulares enmascaradas bajo esa apariencia de trailer. Un collage videográfico
que introduce de forma sutil temas de máximo interés y un proyecto basado en
hechos reales que deja en evidencia que la verdad y la mentira son la misma y
muy diferentes cosas… Nada es lo que parece ¿o tal vez si?
*Texto para el catálogo de la exposición "Basado en hechos reales" de Miguel Soler para el Centro de las artes de Sevilla, abril de 2014.
[1]
Régis Debray, Vida y muerte
de la imagen. Historia de la mirada en Occidente, Ediciones Paidós, Barcelona, 1994.
[3] El arte es entonces una cosa
definida, una especie de la naturaleza y, como cualquier especie del mundo
físico, actúa de acuerdo a sus propias leyes, Mark Rothko, La realidad del artista, Editorial Síntesis, Madrid, 2004,
p. 63
[4] Régis
Debray, Introducción a la mediología,
Editorial Paidós, Barcelona, 2001, p. 97
[5] Yves
Michaud, El arte en estado gaseoso,
Fondo de Cultura Económica, México, 2007, p. 32
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