Mariano Mayol - "El mapa de la vida"


EL MAPA DE LA VIDA*



No suele ser habitual empezar un texto sobre el inicio de una trayectoria artística con la obtención de un premio de cierto prestigio, sin embargo éste fue el prometedor comienzo de la carrera de Mariano Mayol gracias a la consecución del Ciutat de Palma de Pintura, un galardón que se le otorgó ex aequo junto a Miquel Carrió en 1987 y que fue fallado por un jurado formado por creadores tan reconocidos como Hernández Pijuan o Navarro Baldeweg. Anteriormente su obra ya había sido seleccionada en el IX Certamen de pintura i dibuix Vila de Santanyí (1986) y en el Certamen de pintura, dibuix i pintura damunt paper Ciutat de Felanitx (1986), consolidando un acierto precoz que animó al incipiente pintor y estudiante de Derecho a concentrarse en su camino por la senda de las plásticas. Los derroteros creativos que frecuentaba Mayol por aquellos entonces apelaban a los valores de un expresionismo figurativo que conectaba con lo onírico y con lo íntimo, pero también con cierto primitivismo, con lo atávico y con lo simbólico, un trazo remarcado por la voluntad decidida de dejar huella sobre la superficie que lo contenía y sobre la razón de quienes lo contemplaban. Prueba de ello fueron los dibujos con los que Mayol, ese mismo año, ilustró el suplemento cultural Los cuadernos de Baleares coordinados por el intelectual mallorquín Guillem Frontera, unas piezas que continuaban con la línea de creación que le hizo merecedor del citado premio.

Un inicio fulgurante que le llevó a alcanzar otros hitos importantes durante ese intenso 1988: una primera aparición individual que tomó la forma de una doble exposición en dos de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Palma, la Galeria 4 Gats y la Galeria Ferran Cano, dos espacios vinculados a la figura del galerista Ferran Cano que, por aquella época, todavía compatibilizaba ambos proyectos. En las series de piezas que presentó para esta doble propuesta encontramos el desarrollo preliminar del universo simbólico que después ha acompañado a Mayol durante toda su trayectoria, recurriendo a elementos de su entorno más inmediato para conferirles un contenido metafísico que iba contribuyendo a la construcción de la peculiar cosmogonía sígnica del autor, unas pinturas realizadas con cierta tendencia hacia el monocromo, desarrolladas en un espacio sin apenas gravedad y en el que comparecen trascendiendo sus pesos— piedras, agujeros o la figura humana, mientras unas recurrentes formas circulares apelan a la escalera como símbolo y al ciclo de la vida como metáfora. Con piezas de esta serie y de la mano del propio Ferran Cano, Mariano Mayol comienza su andadura por las ferias de arte contemporáneo más prestigiosas, acudiendo, ese mismo año, a ARCO y a Art Basel.

Otro momento importante en los inicios de Mayol tuvo lugar con su selección y posterior premio en la Muestra de Arte Joven del Instituto de la Juventud del Ministerio de Cultura celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1988), por aquellos entonces el galardón de arte joven más importante del país y donde compartió exposición con artistas posteriormente reconocidos como Dora García o Isaac Montoya. Seleccionado por un cualificado jurado compuesto por Manel Clot, Félix Guisasola, Javier Olivares, Pablo Ramírez y Pablo J. Rico, la participación de Mayol fue mencionada por plumas tan prestigiosas como las de Fernando Huici, José Manuel Costa o Juan Manuel Bonet. Un certamen que sirve de exitoso precedente para la que será su tercera exposición individual, una muestra que tuvo lugar en la Galería Miguel Marcos de Zaragoza en 1989. La serie de piezas que presenta Mayol con motivo de su primera incursión individual fuera de Baleares, concentra su atención en la materia, en la geometría y en el trazo; unas pinturas que unen el cuadrado a las otras figuras que preexisten en su obra, a la vez que incorpora elementos reales como cuerdas y naturales como ramas. Además, el artista, empieza a consolidar una suerte de alfabeto personal desarrollado a base de grafías gestuales mínimas de carácter críptico, que acompañan, como textos ilegibles, las diferentes composiciones.

Tras participar en diversas colectivas su siguiente exposición individual tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Palma en 1990. Allí dio a conocer el que, por entonces, era su trabajo más reciente, unas piezas que recogen geometrías y texturas, figuras simples y definidas, cuerpos celestes, planos terrestres y superficies lunares, las galaxias, las esferas y sus órbitas; las teorías de Kepler aplicadas al espacio pictórico mientras un péndulo de Foucault, en continuo movimiento, marca los ritmos de cada composición. Unas obras que tratan de reflejar la simplicidad geométrica de las formas cósmicas complejas a la vez que plantea esa extraña paradoja del conocimiento en la que, para sobrecogerse con algunas ideas, primero debemos entenderlas. Una línea de investigación que Mayol extendió, ese mismo año, a su siguiente exposición individual en la Galerie Art-Concept de Munich.

Sin embargo, para su propuesta en la Galería Miguel Marcos de Madrid en abril de 1991, el artista decide volver a la tierra tras su viaje interplanetario: figuras simples y objetos próximos, cotidianos y cercanos, la contradicción que se establece entre sencillos útiles que, extrañamente, no poseen un uso conocido, elementos ascéticos, casi metafísicos, que siguen algunos de los caminos explorados por Giorgio de Chirico; y también la superposición de planos, el cuadrado, el mosaico y la construcción pictórica avalada por el ingenio de Torres-García. Unas piezas maduras que no dudan en sumar, a todo lo anterior, una evidente incorporación de lo onírico, de lo soñado y de lo pensado; una forma de ver, de entender y de hacer, que tiene su continuidad en las siguientes propuestas individuales que Mayol plantea para la Galería Bretón de Valencia (1991), la Maior de Pollença (1992), la Saro León de Las Palmas de Gran Canaria (1992) y la MDA de Helsingborg, Suecia (1993). Un itinerario que compareció acompañado de presencias en ferias internacionales de renombre, como son las de Basilea, Frankfurt o Madrid, y en diversas colectivas de cierta trascendencia.

Dos piezas resultan definitorias de la evolución de Mariano Mayol durante estos años: S/T (1990, técnica mixta sobre lienzo, 162 x 130 cm.) y, sobre todo, Magic Machine (1991, técnica mixta sobre lienzo, 195 x 146 cm.). En ambas, el artista, decide dejar desnudo parte del lino gris del lienzo como recurso expresivo y argumento conceptual, dos obras en las que la depuración compositiva y el camino emprendido hacia la abstracción alcanzan unas cotas de madurez que llevarán a Mariano Mayol hacia un punto de plenitud evidente. La primera de estas piezas fue seleccionada para una colectiva de corte generacional, 15-30 Pintura Jove a Mallorca (1991), donde el artista participó junto a creadores como Susy Gómez, Biel March, Bernardí Roig, Bernat Sansó o, entre otros, Joan Soler; mientras que la segunda de estas pinturas terminó formando parte de la Colección BBVA e integrando una extraordinaria exposición, acompañada de una cuidada publicación, titulada Imágenes yuxtapuestas (2000), un diálogo entre la abstracción y la figuración en el que tomaron parte artistas de tanto renombre como Lucio Muñoz, Broto, Víctor Mira, Sicilia, Campano, Carmen Calvo, Canogar, Gordillo, Mompó, Navarro Baldeweg, Amat, Manuel Bouzo, Nacho Criado, Darío Urzay, Darío Villalba, Hernández Pijuan, Eva Lootz o Soledad Sevilla. Magic Machine resultó ser una pieza definitiva, sintética, suprematista, de una concisión que sólo se obtiene tras haber asimilado el lenguaje, las formas y las ideas, y que sirve de piedra angular para los posteriores desarrollos en la creación de Mayol. Esta síntesis, esta supremacía de la emoción y de la forma pura, reside en una abstracción que se mete de lleno en planteamientos mínimos, en la desnudez de la figura y de la composición, y que tuvo su refrendo expositivo en la muestra individual que Mariano Mayol realizó en la Galeria Gianni Giacobbi de Palma en 1994. Una exposición que terminó marcando un punto de inflexión en su manera de crear, unas pinturas donde comparece la rotundidad de la geometría apelando a las formas más esenciales: círculos concéntricos y estructuras en aspa, cruces, retículas y esquemáticos laberintos, la sencilla mecánica de las cosas más simples y la intimidad de lo propio colmada de austeridad, sobriedad y silencios.

Desde 1994 hasta 1998 la trayectoria de Mariano Mayol se concentró en su participación en numerosas exposiciones colectivas de carácter internacional entre las que caben ser destacadas: Découvertes ’94 en París de la mano de la galería canaria Saro León (1994), la de la galería Miguel de Agustín en Helsingborg, Suecia (1994), la realizada en el marco de la Col·lecció Testimoni de la Caixa en Barcelona (1994), la colectiva Desde el Mediterráneo que recaló en Castelfranco Veneto, Italia (1995), Etsen in Mallorca en Kasterlee, Bégica (1995) o, por último, “Abstraccions” (1996) una de las exposiciones de referencia sobre pintura contemporánea en Baleares. Unas muestras que se alternaron con la presencia de Mayol en las ferias de arte de Madrid, Basilea, Helsingborg, Estocolmo o Colonia. Unos años intensos que impidieron al artista preparar un proyecto expositivo de carácter individual, pero que le permitieron dar una interesante difusión a su obra y obtener reconocimientos como, por ejemplo, el premio de pintura de la Fundación Barceló (1994).

No es hasta 1998 cuando el Casal Solleric de Palma se decide a organizar una individual sobre la obra reciente de Mariano Mayol, una exposición que formaba parte de un ciclo que iba creciendo a partir de todos los creadores que habían obtenido el Premi Ciutat de Palma en los últimos años. En este proyecto, Mayol, vuelve a referirse al objeto desde la abstracción y desde cierta ambigüedad, desde la sencillez y la simpleza, desde la física y la metafísica, una reflexión que contrapone lo monumental con lo ínfimo, lo absoluto con lo seminal, una serie que conecta con los parámetros del refugio mínimo vital inserido en medio de la tierra, contraponiendo y relacionando el simbolismo del monolito frente a la utilidad evidente del receptáculo, del cubículo, una suerte de contenedores que se comunican con otro de los conceptos que nutre los futuros desarrollos del artista: la nave en el sentido más poético del término, pero también en el más físico.

Entre los años 1998 y 2000 la sucesión de ferias internacionales y exposiciones continúa. Especialmente decisiva en la trayectoria de Mariano Mayol resulta su individual Punt, línia i pla para la Galeria Gianni Giacobbi de Palma (2000), una muestra donde las bicromías casi monocromas van dejando paso a uno de los protagonistas fundamentales de la obra de Mayol: el mapa. Un mapa que, en esta serie, se centra en el perfil del entramado urbano del casco antiguo, en esa estrella de muchas puntas que conforma la silueta defensiva de la ciudad que vio nacer al artista. Fue durante una estancia en San Sebastián, realizando un taller de litografía con Don Herbert en el Arteleku, cuando al artista se le ocurrió establecer una relación entre la ciudad donostiarra y el santo patrón de Palma, reproduciendo, por una parte, unas grandes piedras situadas en la desembocadura del Urumea a modo de escollera y, por otra, diferentes retratos históricos del martirio de San Sebastián cogidos de las piezas clásicas de Antonio da Messina, Antonio y Piero Pollaiuolo, Carlo Crivelli o Andrea Mantengaunas representaciones que muestran el cuerpo del santo herido por esas flechas que, aquí, terminan convirtiéndose en líneas infinitas que trascienden la superficie del lienzo. Este trabajo llevó a Mariano Mayol a adentrarse en la historia de su ciudad y, gracias a esta investigación, terminó incorporando a su obra un elemento que ha resultado ser un icono de su producción: el mapa de Palma que elaboró el presbítero y matemático Antoni Garau en 1644.

Tras dos individuales en la Galleri MDA de Helsingborg (2001 y 2004), otra en la Antonio Puyó de Zaragoza (2003) y un número bastante razonable de ferias y muestras colectivas, su individual de 2004 en Altair le sirve para seguir profundizando en la imagen de la ciudad, una ciudad donde vuelve a comparecer la silueta de sus muros pero, en esta ocasión, poniendo más atención a los intramuros, al laberinto, a la retícula, a una trama que se hace humana mientras el tiempo se relativiza, se conecta y se incardina; entonces aparece la casa, y el puerto, y el mar, y en el mar un barco con el que llegar, pero también con el que zarpar. Durante varios años ese mapa de la ciudad fue el tema central de sus obras hasta que en 2005, en su exposición para Can Puig de Sóller, incorpora una variación en ese elemento: los mapas de la costa y de los puertos de Mallorca. Todo comienza desde el azar, desde la fortuna de encontrar, en un viejo baúl perteneciente a su familia, una serie de cartas náuticas de finales del siglo XVIII realizadas por Vicente Tofiño, cartógrafo y brigadier de la Real Armada Española, unos mapas que habían pertenecido al tatarabuelo materno del artista, el capitán de navío Mariano Jaquotot. Durante los últimos años, Mayol, ha reproducido numerosas veces fragmentos de uno de esos mapas en el que aparecía la isla de Mallorca y sus principales puertos, esas bahías con forma de concha que unen Palma, el Port de Sóller y San Sebastián, tres ciudades vinculadas, de una u otra manera, al artista.

El mapa, la cartografía como representación de mundos reales y como medio para construir nuevos mundos, las cartas marítimas, los mapas terrestres, la dialéctica y la simbiosis entre la tierra y el mar, el refugio, la bahía, el ser humano que busca resguardo, la tierra que recoge el mar o el mar que penetra en la tierra, son algunas de las coordenadas que marca Mayol en su nueva individual Cartografia de la memòria para Can Fondo de Alcúdia (2006), una propuesta donde empiezan a comparecer otras bahías, Alcúdia y Pollença, mientras permanecen la rosa de los vientos para situarnos y la barca frágil en medio del mar con la que desplazarnos. En sus siguientes muestras individuales realizadas en 2008, en el Real Club Náutico de Palma y en Can Gelabert de Binissalem junto a Pep Canyelles, la incorporación a esta base conceptual de nuevos materiales como la tela de vela, los cosidos y los remaches, reafirman la idea de que la travesía es el verdadero destino. Unas exposiciones que confirman el camino de Mayol hacia una obra de carácter cada vez más minimalista, unas piezas que, mediante un proceso natural, van despojándose poco a poco de la principal referencia figurativa que contenían: las costas y los puertos de la isla, aunque en un principio fueron conservando algunos pequeños elementos figurativos como la propia rosa de los vientos, las longitudes y las latitudes, los catavientos, las pequeñas embarcaciones o las cotas de profundidad, unos motivos que también fueron desapareciendo hasta llegar a unas obras totalmente abstractas y geométricas como las que presentó en la Galeria Joan Melià de Alcúdia en 2010.

Así es, en esta individual de 2010 que lleva por título Cercle et carré. Origen i destí, vuelve al principio: al mar, a un mar que es una referencia constante en la obra de Mariano Mayol, un inicio y un final, un origen y un destino, una catarsis redentora y un medio de curación, de sanación por inmersión, por ingestión y por contacto. Un mar indefinido, abstracto y en calma, de espacios diáfanos que conectan con cierta espiritualidad contemplativa, de superficies marinas en las que sumergirse y de paisajes terrestres a los que va dotando de coordenadas. Sus pinturas son el espacio adecuado para los sueños pero también para algunas pesadillas, calma, quietud, profundidad y transparencia, aunque no siempre. El mar tiene una física obvia pero también una metafísica no tan evidente, inabarcable, y es de esa trascendencia inmaterial de la que se nutre Mariano Mayol en su trabajo, en la evolución que va experimentando su propio criterio y que le permite ir puliendo su obra desde lo anecdótico hacia lo esencial.

Unas constantes que hemos podido ir apreciando a partir de sus primeras series en las que la abstracción se materializaba en unas composiciones esencialmente geométricas que plasmaban su voluntad de simplificarnos las cosas, de sintetizárnoslas para que pudiésemos asimilarlas mientras nos las va haciendo más atractivas. A esta línea de investigación le sucedieron otras, pero no fue hasta más tarde cuando compareció la ciudad, su ciudad, y luego el puerto y con el puerto el mar y para ubicarse y orientarse en el mar y en la vida surgieron los mapas, las cartas de navegación, las rosas de los vientos, las latitudes, las longitudes, los meridianos y los paralelos. Estas series que aquí presenta, en esta propuesta de carácter internacional e itinerante que tiene por nombre Landschit (2014), son una peculiar suerte de eterno retorno constante, unas piezas que vuelven a componerse a partir de aquella primera geometría, de aquella abstracción inicial que ya protagonizó sus comienzos visibles y que, ahora, comparece como el adecuado medio de expresión de unas inquietudes sobre el devenir de la vida que siempre han acompañado al artista.

*Texto para el catálogo de la exposición itinerante "Landsicht \ Terravista" en el  Kunstraum Villa Friede (Bonn), en la Galleri MDA (Helsinborg, Suecia), en la Galeria Miguel Marcos (Barcelona) y en el Casal Solleric (Palma de Mallorca), febrero 2014.


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