-Marcelo Viquez en la Galería Kewenig-*
Gómezdelacuesta
Otra vez nos han vuelto a joder, ya perdí la cuenta de las
veces que lo han hecho, hay que ser idiota para caer siempre en la misma
trampa, una y otra vez, es de auténticos imbéciles. Aunque estos cabrones que
dirigen el mundo disfracen su objetivo, aunque le pongan un traje distinto con
la excusa de la crisis, siempre es lo mismo, siempre es la misma mierda.
Encima, estos babosos que ahora se ríen de nosotros, son los nietos de los que
se mearon en la cara de nuestros abuelos, también cambiaron su traje, como se
lo cambiaron a sus estúpidas intenciones, y la corbata y la forma de hacer el
nudo, pero son los mismos, se pusieron a la moda pero conservaron el hedor de
la basura que guardan en sus cajas fuertes y sus caretas de cerdo, esa
fisonomía tan particular que distingue a los de su especie. Hay que joderse,
precisamente ahora que tenemos las uñas llenas de luto por rascarles el lomo,
es cuando esta piara de puercos elitistas y desaprensivos se gira y nos dice
que llevamos las manos sucias, manchadas del lodo pestilente de su propia
pocilga, nos dicen, gruñendo, que ya no sabemos, que ya no entendemos, que ya
no podemos, que ya no tenemos lo que hay que tener, y que, mientras ellos
siguen engordando, nosotros nos moriremos de hambre.
Ahora
nos toca caer de bruces o indignarse, pero con indignarse no basta, ni con
acampar, ni con hacer pancartas, manifestaciones y alguna huelga, no basta con
ser un buen samaritano, ni ateo, ni activista, ni comunista, ni un rastafari
fumador de porros, ni siquiera basta con ser un guerrillero; la política es más
sutil y más lista que todos nosotros, y por encima de ella están el dinero y el
poder. Los políticos saben más, se cagan en todo, se lo cargan todo, primero se
infiltran sibilinamente en los grupos de resistencia y después los politizan,
en un instante todo es suyo y todo está contaminado, pervertido por sus propios
intereses y convertido en una herramienta más al servicio de este sistema de
manipulación, degradación y destrucción masiva. Marcelo Viquez no sabe tanto
como ellos, pero sabe mucho de lo suyo, Marcelo sabe que no basta con irse,
porque al final todos los sitios son iguales, cruzó un océano, subió al norte
para luego bajarse al sur y terminó en el mismo condenado lugar, con los mismos
capullos tirando de las riendas, pero a miles de kilómetros de su casa. Ahora,
su casa, es ésta, y también la guardan los mismos perros rabiosos, los mismos
que la guardaban allí pero con distintos collares. Marcelo asumió riesgos y
todos resultaron innecesarios, Marcelo hizo de todo y no sirvió para nada.
Viquez
adelgaza mientras los cerdos engordan, ha aprendido que el poder no atiende a
razones, ni dios, ni rey, ni amo, que esa gentuza sólo reacciona ante el miedo
insuperable, que sólo se sobrecoge con el ataque incoherente, ingobernable,
irracional y aleatorio, con el ataque suicida: libertad o muerte nos dice el
artista que también es terrorista. Marcelo va sin pasamontañas, aunque a veces
se pone una máscara de perro, o de cerdo, por mimetizarse con aquellos que
gobiernan, o unas orejas de conejo, simplemente por joder. A la incólume corona
de laurel le reserva un pedestal impoluto, a ver quién se la gana, no como la
nuestra, que se la ponen al primero que nace de una señora que llaman reina.
Marcelo sabe que la mierda hay que escribirla con letras muy grandes para que
alguien la lea, que hay que cagarse en todo y decir verdades como puños, a
quemarropa, como una ráfaga de ametralladora. El terrorismo, para que surta
efecto, en parte tiene que ser certero y en parte indiscriminado,
incontrolable, daños colaterales les llaman algunos. Él dibuja lo que piensa y
hace lo que siente, a veces parece que no piensa lo que dice, pero sí, piensa
mucho lo que dice, como yo pienso mucho lo que le escribo, sus misiles están
teledirigidos y sus bombas incendiarias queman su objetivo, sin errar, aunque
luego las llamas se extiendan desbocadas. Marcelo no gusta a todo el mundo,
pero no hay nadie que guste a todo el mundo, ni siquiera Marcelo.
Viquez
nos enseña sus diarios íntimos, que aquí hace públicos, dibujados con esa
caligrafía entre surrealista y expresionista, sus trapos sucios, sus obsesiones
y sus perversiones, sus vicios, sus fantasías y sus miedos. Parece que se pone
en evidencia, pero realmente nos deja a nosotros con el culo al aire, alza el
velo de nuestra doble moral, de nuestros prejuicios y de nuestra hipocresía, de
nuestra tolerancia de salón, de nuestro carácter falsamente integrador y de
nuestra generosidad con lo que no es nuestro. Todos somos extraordinarios
mientras no vemos peligrar lo que nos pertenece, lo que creemos que nos
pertenece, lo que es correcto, lo que creemos que es correcto, todos somos
perfectos oteando el horizonte desde nuestra torre de marfil, pero todos somos
alimañas corruptas cuando nos obligan a descender a la ciénaga. Viquez es un
hombre de acción, un luchador en el barro, un artista que comienza ironizando
consigo mismo, porque sabe que sólo riéndose de lo propio podrá reírse de lo de
los demás, un tipo que hace y deshace, un terrorista que no se va a quedar de
brazos cruzados mientras todo se rompe, si se tiene que romper, rompámoslo
juntos, a bombazos, que a todos los cerdos les llega su San Martín, incluso a
los ibéricos, a los de pata negra; y después del estruendo busquemos la
solución, hallemos el camino, creemos el antídoto, si vienen malos tiempos
sembremos grano, llevémoslo a moler, metámoslo en el horno, que todos los niños
nazcan con un pan bajo el brazo y, si no, con una metralleta.
*Publicado en la revista Youthing nº464 de 1 de junio de 2012.
Marcelo Viquez - Riesgo innecesario II - "Hambre para mañana".
Marcelo Viquez - Riesgo innecesario II - "Hambre para mañana".
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