Un proyecto de Carles Gispert sobre armas, colegios,
violencia y (des)educación*
Gómezdelacuesta




Hace tiempo que vagamos
confundidos, perdimos el norte, el objetivo y la dirección. Perdimos la ética y
también la estética, lo perdimos casi todo y nos cuesta reconocerlo. La
globalización nos hizo renunciar a aquellos prácticos contenedores llenos de
compartimentos que nos permitían tener las ideas claras, donde poníamos a buen
recaudo nuestros valores más esenciales, aquellos que nos ubicaban y que nos
definían, que nos ayudaban a mejorar, aprender, educar y evolucionar, aquellos
conceptos que se encargaban de habilitar y facilitar la convivencia. La
contemporaneidad –utilizando la modernidad como excusa- nos hizo renunciar a
nuestros pisos, con habitaciones y puertas, para cambiárnoslos por un loft
diáfano, un auténtico cajón de sastre –desastre- donde vamos metiendo, sin
orden ni concierto, todo lo que va cayendo en nuestras manos, todo lo que
vemos, oímos, olemos, tocamos, comemos, sabemos, e incluso, lo que no
entendemos. Todo junto, todo revuelto, lo poco bueno y lo mucho malo.
Y lo malo, por contacto,
pervierte lo bueno. En realidad ese enorme contenedor se convierte en una fosa
séptica, personal pero transferible, a la que recurrimos en beneficio de la
maldita globalización, de esa homogenización que hace que perdamos la
diferencia en favor de la estupidez, mientras vamos metiendo la mano en nuestra
propia basura para sacar la podredumbre con la que llenamos el cajón de las
personas que, aunque parezca un contrasentido, más queremos, para ir colmando
los sumideros de los que tenemos al lado, de nuestros hijos, padres o hermanos.
Así es, nos da igual que sea en casa, en la calle o en el colegio, podemos
insultar, acosar y agredir en horario infantil, podemos hacerlo en público o en
privado, en espacios consagrados a la educación, al ocio o al trabajo, podemos
hacerlo en nuestra propia casa, en prime time o de buena mañana. Nos da igual,
perdimos los papeles, los límites, la ética y el criterio, y ahora, estamos
pagando las consecuencias.
Padres
que son un ejemplo nefasto para sus hijos, progenitores que se enfrentan a los
profesores en los que previamente han delegado toda su educación,
desautorizándolos, ninguneándolos, maridos que someten a sus mujeres, alumnos
que agreden a sus maestros, hijos que pegan a sus padres. Pena de muerte, Bullying,
Internet, discriminación, los medios de masas, abusos, seguridad, represión,
armas sin control, poder, violencia, vigilancia y frustración, todo ello en
lugares críticos, allí donde nos la jugamos, en sitios que debieran estar
reservados al crecimiento personal, al colectivo, donde deberíamos ser felices
y construir. Todo junto, todo revuelto, en un sistema corrupto, vicioso y
enfermo, de eso habla ESO, un proyecto de Carles Gispert.
*Publicado en la revista Infomag en mayo de 2012.
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