Gori Vicens - al trot



Los (no tan) nuevos lugares de la creación contemporánea

-Un sencillo prólogo con un pequeño cuento intercalado para un libro sobre trote mallorquín-*


Enciendo el ordenador. Doy vueltas alrededor de las miles de páginas Web que me enseñan un mundo de aspecto infinito, multiplicado hasta el absurdo pero aparentemente asequible en alguna de sus partes, transitable por muchos de sus caminos, nunca por todos, desde la comodidad de un hogar cada vez menos nuestro. Una extraña paradoja donde parece que tenemos la opción de elegir lo que queramos sumidos como estamos en el seno de la infinitud. Salgo de casa y sigo conectado, apenas llevo equipaje, ni monedas, desayuno sushi en Estocolmo y me resulta más fácil encontrar pizza en la costa mallorquina que en algunos pueblos de Italia, soy un entendido en cocina libanesa y aprecio el vino chileno. Decimos que conocemos los sitios, las cosas, por que estuvimos allí una vez, apenas unas horas, o por que vimos un documental en La 2, o por que nos metimos por Internet en la página de no sé qué historia ¿se imaginan? Lo conocemos todo de refilón, por que nos suena, sin ningún tipo de rigor y, lo que es peor, casi nunca dudamos si realmente lo estamos entendiendo.

Cada año va de una letra del abecedario, los nombres de los trotones nacidos aquí deben empezar por la letra que toca, así todo es más fácil, ahora nos hemos puesto a la par de los franceses, y gran parte de Europa también, muchos potros para una sola letra, será cosa de la globalización. Pues eso, los que nacen el año de la T deben llamarse de alguna manera que empiece por T y al año siguiente por la U, la V, la W, la verdad es que ahora no sé por qué letra van, hace algún tiempo que desconecté. Mi abuelo se llamaba Miquel y era un buen hombre, en el pueblo decían que daba buenos consejos. Tenía algo de reuma, un pequeño huerto y algunos cerdos. También tenía caballos, bueno, los caballos eran de mi padre. Mi abuelo siempre se las apañaba para llegar a todos lados con su mobylette, incluso cuando empezó a fallarle la vista, en el pueblo decían que se sabía los caminos de memoria y también los horarios de la gente, así nunca chocaba con nadie ni con nada. Al hipódromo no iba con su mobylette, al hipódromo lo llevaba mi padre, y mi padre llevaba todo lo demás, el caballo, el cabriol, a mi madre y a mi.

Aunque sólo sea en apariencia algunos hablamos con más propiedad de ancestrales rituales zulúes que de las matanzas porcinas de nuestro propio pueblo, para nuestra desgracia nos quedamos con la anécdota de extrañas tribus africanas más que con la cultura que nos rodea, la que suele definirnos. Nos hemos convertido en absurdos contenedores de datos intrascendentes, insustanciales, muchas veces exóticos y en otras absolutamente anodinos, mientras apenas dedicamos un segundo de nuestro tiempo a profundizar sobre lo que tenemos al lado, ni siquiera sobre lo que realmente nos interesa. Viajamos para conocer el gótico flamígero y no estamos más de un día en cada ciudad, unos minutos en cada catedral, vamos a una exposición de arte contemporáneo y tan sólo miramos de reojo aquellas videocreaciones que consideramos interminables, simplemente, por que requieren algo más de nuestra atención, leemos las solapas de los libros y nos conformamos. Un poco de todo, ahora que ese todo es demasiado y casi siempre mentira. Las escasas cosas ciertas que encontramos, en medio de este ritmo vertiginoso, a duras penas suelen ser la epidermis de la verdad: en la era del (des)conocimiento global, el más bocazas, el más mentiroso, el que más palabras dice y el que las dice más fuerte, es el rey. 

Unas cuadras con corrales, una finca con una pista para trotar, una rodadora para que los caballos estiren las patas, un buen coche que pueda tirar del remolque, el cabriol y los demás aparejos, infinidad de aparejos, una habitación llena de riendas, pesos, gomas, vendas, protectores para que no se golpeen las patas cuando corren, ungüentos, caretas para dirigir su mirada o para cegarla casi por completo, evitando sus miedos, sus nervios, ojos que no ven corazón que no siente. Una yegua de cría, los potros, los caballos que ganan premios y los que todavía no han ganado, los que nunca los ganarán, el semental que viene a cubrir a tu hembra, kilos y kilos de forraje, horas y horas de atención, y de esfuerzo, el cuidador que te echa una mano, el conductor si no lo eres tú, mucha gente, mucho tiempo y mucho dinero.

Entre ese marasmo de falsedades que produce el bendito (des)control de la información, cambiamos la apariencia falsa de hacer y saber lo que nos dé la gana por no poder fiarnos prácticamente de nadie, conocer de todo un poco y de nada mucho. Un terrible proceso de wikipediación donde concurren abundantes posibilidades e infinidad de datos pero poco rigurosos, alguna verdad y no menos mentiras. Además los contenidos vuelven a comparecer sesgados, hay otra censura pero es bastante más sutil, nos engaña con mayor soltura y desde la libertad, nos la cuela sin apenas darnos cuenta y hasta el fondo, mientras finge, con cara distraída, que podemos elegir. Información desinformada, seleccionada y manipulada, disimulo nauseabundo e indolencia absoluta. Me desconecto harto de lo mismo –aunque parezca distinto- pero vuelvo a encontrarlo a mi lado, a escala pretendida y pretenciosamente mundial, por todas partes donde voy y empezando por mi casa. Las multinacionales, los bancos, la bolsa, las religiones, los políticos, los partidos y los hijos más o menos bastardos de todos ellos, una modernidad postiza inoculada directamente en nuestras retinas, despersonalizadora y enfermiza, un capitalismo salvaje y un consumismo extenuante que campa a sus anchas incluso en tiempos de crisis. En este contexto casi todos comparecemos desbordados mientras vamos renunciando a lo propio, a lo cercano, a nuestros valores más esenciales, renunciando a lo sencillo, a lo que realmente puede hacernos felices, quizás tenemos lo que nos merecemos.

Los potros al nacer están con su madre en el corral, allí pueden correr, antes de que cumplan el año comienza la doma en serio, se les ponen unos arneses atados a unas riendas y unos pesos para que se acostumbren a tirar y así se pasean unas horas al día, su rutina siempre será entrenar, con un trotón hay que trabajar diariamente e ir al hipódromo a hacer kilómetros, llevarlo al mar para que nade, cuidarlo. Nosotros tuvimos una yegua buena, se llamaba Ula, cada año pagábamos un semental e intentábamos sacar lo mejor de cada potro en las carreras de media tarde, se convertían en trotones regulares que, como mínimo, solían hacer algunos terceros y con eso iban ayudando a su manutención. Estos potros se llamaban Meló, Rock, Sort, luego compramos otro a un criador de Manacor, Riky, que fue un fenómeno, conseguimos bastantes premios e incluso ganamos algunas carreras de las diez de la noche. También tuvimos un caballo francés, Noé de París, que compró mi padre y que ganó muchas de las ultimas competiciones del día, esas en las que ya ha oscurecido y ves volar a las bestias con marcas inauditas. Meló fue mi preferido. Ula murió. Los números de los criadores difícilmente salen, algún trotón gana, pero todos comen alfalfa.

Hace un tiempo que dejamos olvidado lo nuestro, renunciamos a la esencia que nos definía para cambiarla por un vehículo mucho más moderno, de buena marca pero producido en serie, millones y millones de unidades. Por el camino perdimos más de lo que pensábamos, nos desprendimos de nuestros cimientos, comenzamos a carecer de la base necesaria y, por ese motivo, nuestras creaciones se resintieron. Sin raíz apenas hay vida. Después de sufrir el desconsuelo y la alienación en nuestras propias carnes, poco a poco, hemos iniciado el camino de regreso a casa, volvemos allí donde nosotros somos nosotros mismos, donde nos encontramos a gusto, a salvo, retornamos a lo que nos identifica, a un lugar cerca del paraíso que, a pesar de estar a nuestro lado, nunca supimos reconocer, que desdeñamos por vulgar cuando en realidad era auténtico. Ahora que venimos de vuelta apenas comenzamos a saborearlo, lejos de las exquisiteces moleculares realizadas por cocineros deconstructivos –pero con estrella- que a veces van rellenas de aire, el cocido casero, a poder ser de nuestra madre, se ha convertido en el plato más preciado.

Cuando hay una carrera prestigiosa viene la banda de música y desfilan las majorettes, suele haber demostración de doma o una exhibición de caballos andaluces, o algo, pero siempre un poco de jaleo para que parezca que hay más fiesta. Se presenta a los caballos que compiten en los premios importantes, a sus conductores y a las cuadras, pasan uno a uno por meta listos para salir a calentar, alguien les acompaña pie a tierra. Nunca fuimos de apostar, mi abuelo no bebía y mis padres apenas tomaban un par de cervezas, si el ambiente se animaba o si encontraban algún buen amigo quizás pedían un gin-tonic, o una botella de cava si había algo que celebrar. Los bares suelen estar concurridos y entre carrera y carrera hay unos minutos, pero siempre tienes algo que hacer, apostar, negocios, complicarte la vida un poco más, apuntar a tu trotón para la semana que viene, ver aparatos nuevos, comer un buen plato de frito mallorquín, visitar a otros caballos en las cuadras, duchar al tuyo, cargarlo en el coche. Los fines de semana vives en el hipódromo, te tiene que gustar, lo tienes que amar.

Los creadores sinceros siempre van a la vanguardia y, como buenos pioneros, están consiguiendo retornar a casa antes que nadie, de todos los expedicionarios que emprendimos el frenético viaje de la modernidad son ellos los que están volviendo primero. Efectivamente, una parte muy significativa de la creación contemporánea se ha propuesto recuperar la cultura que le es propia, la del lugar de origen, empleándola como base, objeto y sujeto de su reflexión, apelando a lo que conocen, a las características que realmente los definen, para construir sus piezas desde los fundamentos más profundos y sinceros posibles, no desde lo superficial y lo falso, consiguiendo un enriquecimiento mutuo que va en beneficio de la obra, pero también de la cultura donde crecieron, derivándola hacia lo insondable a la vez que van prescindiendo de estúpidas apariencias y de conceptos que no le son propios. Una reivindicación de lo nuestro que se convierte en un valor añadido sobre lo que nos define, amplificando, mejorando y multiplicando hasta el infinito el sustrato sobre el que apoyamos nuestros pies.

Hay caballos que corren apenas sin nada y otros que van cargados de aparejos hasta las trancas, desde gomas de diferentes pesos en los cascos para equilibrar su trote, hasta atornillar plomillos en los mismos para lastrar las patas, consiguiendo que las bestias lancen el pie más lejos, que tengan más zancada. La cinta que les tira de la cabeza se tensa justo antes de la carrera y llevan tapones en las orejas atados a cuerdas finísimas para que el conductor las destape y su caballo le oiga gritar. Cada cuadra tiene una camisa que les distingue, puedes contratar al conductor que quieras pero debe llevar tus colores en la pista. Hay varias maneras de salir, la más habitual es con auto-start, un coche con barreras laterales que se despliegan formando la línea para que los caballos se coloquen tras ella según el número que les ha tocado llevar, los competidores siguen al coche hasta pasar por la marca que indica la salida, luego el vehículo acelera y se aleja de los trotones, en ese momento se establece una lucha por conseguir el cordón, luego dan dos vueltas o dos y media, según la distancia de la carrera, y al iniciar la última de ellas oyen la campana que se lo indica. Ver trotar a algunos ejemplares es algo maravilloso, una mezcla de fuerza, destreza y estética. En carrera el trote debe ser limpio, si no lo es se advierte al conductor y se le puede llegar a descalificar, si el caballo galopa se dice que ha saltado, si los jueces lo perciben se lo notifican al conductor y se canta por megafonía, entonces, el sancionado, debe llevar rápidamente su cabriol a la derecha, dejando paso y no molestando a nadie, si no haces las cosas bien se te puede castigar a no competir durante varias carreras. El caballo es un animal noble, generoso en el esfuerzo, no se le puede fustigar en exceso, aunque en el trote, como en casi todo en esta vida, suele ganar quien llega primero.

Se puede ser rabiosamente moderno partiendo de un puerto conocido, para ser trasgresor es mejor saber de dónde se viene. En su viaje plástico, entre otras muchas cosas, Miquel Barceló inició una afortunada diáspora de ciertas iconografías baleares, porque las ha vivido y porque le da la gana, un itinerario creativo que se encarga de extender nuestra cultura por el mundo, un uso de los elementos, de las costumbres y de las tradiciones isleñas, vistos desde un prisma contemporáneo que puede servir para transmitir nuestra filosofía, nuestro carácter, nuestros paisajes, el color de la tierra de Felanitx, pero también todo el bestiario mallorquín, nuestra trascendencia y nuestra anécdota, nuestros vicios y nuestras virtudes, interpretando las formas y los conceptos, difundiéndolos sin pudores ni manías esnobistas. Todo eso es parte de lo que ha venido rodeando a Barceló y por eso comparece en muchas de sus obras, pero Barceló no ha sido el único. En la presente publicación un conjunto de creadores se reúnen alrededor del trote mallorquín, un deporte arraigado en nuestras costumbres, de convivencia permanente y de estética conocida. Las fotografías de Gori Vicens ya fijaron su interés en las fiestas populares o en las propias matanzas, ahora es el trote lo que capta la atención de su óptica privilegiada para conformar un libro con contenido y, sin duda, de belleza cierta. Unas imágenes que aparecen acompañadas por los textos de reconocidos escritores que mantienen algún nexo con las islas, así, la antropología cultural y creativa de Andreu Manresa se combina con el interés de Agustín Fernández Mallo por conjugar ciencia y literatura, el ensayo y la intertextualidad, la teoría y la cita, el cine y la música como expresión de la alta cultura popular, o con el texto de una Llucia Ramis que suele acudir a lo cercano, a lo próximo, para procesarlo con su sentido del humor escéptico y extraordinariamente descriptivo de la realidad más actual, una realidad que también frecuenta, desde la ironía, a veces incluso desde el sarcasmo, las narraciones de Román Piña, o el surrealismo lleno de verdad de Bárbara Celis, o el periodismo novelado de Lourdes Durán, y Phillip Meridian, y Francesca Pujol. Una forma de crear apelando a las raíces, tomando como punto de referencia una zona amiga, para reflexionar, desde cierto conocimiento, sobre cualquier cosa.

La ducha es muy importante, los caballos se duchan con manguera después de cada entreno, de cada paseo y, sobre todo, después de cada carrera, les encanta, es importante dárselas cuando son jóvenes, les amansa y les acostumbra a la mano del hombre. Se friegan con cepillos duros, se secan con varillas planas arrastrando el agua, les encanta, se untan de vinagre, bueno, hoy en día supongo que habrán salido cosas nuevas. En invierno se les pone una manta atada por la barriga y si sufren de las patas se les venda con telas grandes y gruesas hasta las rodillas. Cuando un caballo lleva varias temporadas a pleno rendimiento necesita descansar, a veces les embadurnan las extremidades con arcilla y se les deja unos meses sueltos, el barro bien untado también se usa para sanar los golpes. Ir a la playa a dar baños de mar les suele gustar, pero ojo hay que ser muy fuerte, tiran siempre para dentro, les cuesta salir y es difícil gobernarlos. Para manejarte con caballos tienes que tener suficiente fuerza física, es bastante duro. También hay quien tiene otra perspectiva de las cosas, gente que son más de comprar y vender y menos de criar, ya se sabe, los últimos aparatos, el mejor caballo francés con el mejor conductor, y a ganar premios, y a hacer caja, pero eso no funciona siempre. Yo creo que hay que amar a los caballos y ellos siempre responden en la medida de sus posibilidades. Hay tipos que lo contaminan todo, anestesian cuando hay dolor o meten un poco de basura en sus venas para que corran más, estos personajes son los que falsean la pureza y la belleza de este deporte, los que no quieren a los animales que dan sentido a esta forma de correr, gentuza que estaría mejor en cualquier otro lado. Mi abuelo era un tipo excepcional, amaba todo lo que le rodeaba y todo lo que le rodeaba le devolvía ese amor, él sabía que no se podía hablar sin haber escuchado antes y que no se podía querer sin creer, el amaba a los caballos. Yo, todavía, sigo tratando de aprender todo lo que viví a su lado.

Prólogo para el libro de fotografías "Al trot" de Gori Vicens, D-Palma, Palma. Marzo 2011.

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