Belén número 13, Albert Pinya: acciones y ejercicios entorno al nacimiento de Jesucristo, desde el portal deconstructivista, hasta la arqueología emocional o el belén nudista
(Y la rata se hizo
flautista)
Can Marqués, diciembre de 2011, Palma. No doy crédito, una
panda de ateos, descreídos e impíos va siguiendo a una rata flautista que, para
más inri, es judía. Iesus nazarenus rex iudaeorum dijeron aquellos romanos cachondos con ganas de mofarse del hijo de
Dios. Ahora, cientos de años después de pronunciar esta frase y cientos de años
después de que aquel tipo higiénico se lavara las manos, comparece esta
cuadrilla de nihilistas postmodernos; un extraño reparto para cualquier
película, un grupo de infieles bastante incrédulos que en ocasiones van juntos,
en otras separados y en muchas revueltos; una suerte de personajes tan
aconfesionales como nuestra patética Europa, escépticos consumados que no creen
en dioses, ni en religiones, ni en gurús, ni en nada; un elenco de auténticos
ilegítimos que dan forma a unos belenes más bien bastardos, de madre evidente y
viviente, pero sin padre conocido.
Colonizando significantes y manipulando significados.
Albert Pinya quiere construir un belén, deconstruirlo, destruirlo y
reconstruirlo, romperlo y comerlo, cosas modernas de cocineros modernos, de
cineastas experimentales, de comisarios petardos o de artistas conceptuales.
Creo que Pinya se nos ha vuelto un poco así –conceptual digo- y quiere hacer un
ejercicio de comunicación que transcienda lo meramente visual –dice él- sin
reinterpretaciones ni relecturas, aglutinando el mayor número posible de
disciplinas creativas, a lo director de orquesta multimedia, a lo comisario de
arte contemporáneo, a lo rey de los ciegos. Ahora a cualquier cosa le llaman comisariar
–decimos los dos- terminaremos comisariando hasta lo más cotidiano,
comisariaremos nuestra lista de la compra o un montón de ropa pendiente de ser
planchada, seremos curadores de lo que está arrugado y de lo que se tiene que
lavar. Para nuestra desgracia, los comisarios ególatras y los creadores
soberbios, son los que dominan el cotarro.
Hace tiempo que muchos de los artistas más reconocidos de
nuestro engreído primer mundo son también celebridades importantes y
faranduleras, a veces más interesadas en pendonear que en crear, lo mismo
ocurre con los comisarios tuertos –los nuevos artistas dicen algunos- tipos
peligrosos en cuyas manos estamos perdidos, os lo digo yo que conozco a varios.
Quizás por eso, por pendonear, Albert se rodea de músicos, cómicos, poetas,
cineastas, cocineras, arquitectos, modelos y actores, quizás por eso o quizás
porque se ha dado cuenta de que el arte contemporáneo más actual, con el que
nos comunicamos mejor, reside en la idea y en su desarrollo, sin límites
físicos en sus formas ni tampoco en sus autorías, aquí vale todo y todo es de
todos. Seguimos el camino, aunque algunos no lo sepan, de un arte total
realizado en colectivo: lo que me gusta lo cojo y lo que hago lo presto,
incluso, sin yo saberlo.
Ahora Albert Pinya hace las cosas sin pintura, para
sorprender, para epatar, pero también para llegar, para avanzar y para
consolidar. Plantea trece acciones como trece soles, trece belenes sencillos,
crudos, directos, flagrantes y flagelantes. Un itinerario dirigido por una vía
colectiva donde las piezas se integran en el espacio, sin galerías ni centros
comerciales, sin podium ni vitrinas, donde cada propuesta tiene su sala y en
cada sala hay que hallar la propuesta: espectadores a la búsqueda del tesoro
con un mapa incompleto, un público que, sin saberlo, o sabiéndolo sólo un poco,
interviene en el concepto y se convierte en autor de su propia historia. Una
pieza coral, múltiple, insondable y tan inefable que no hay quién la cuente, ni
siquiera el hagiógrafo oficial de este santo socarrón y desviado –con aura pero
sin aureola- que ahora también toca la flauta, aunque a veces, la flauta, suene
por casualidad.
Acción 1: “El portal deconstructivista”
Empecemos por la estructura, la casa por los cimientos,
pero también por el tejado. Llamemos a un arquitecto para que nos diga en qué
consiste esta construcción denominada establo, esta arquitectura polivalente y
funcional de hace más de 2000 años. Un refugio seguro para bueyes, mulas,
partos de vírgenes e hijos de dioses hechos hombre, qué polivalencia tan
maravillosa. Oportunidad: establo en Belén, planta baja, un solo ambiente,
completamente diáfano, calefacción a base de resuello animal, amueblado en
madera y con el novedoso confort que proporciona la paja, todo lo que su familia
busca en vísperas del natalicio. Nuestro arquitecto deconstruye el portal, se
acerca a las grandes estéticas arquitectónicas, mantiene la intuición popular
que lo hizo útil y cambia sus materiales por los que la contemporaneidad le
ofrece, busca a Gehry en la organicidad de los pesebres y en la forma
helicoidal de las heces del ganado, realiza la maqueta y, como buen arquitecto,
espera poder llevarla a cabo: esto tan sólo es el principio, comenta.
Acción 2: “Gordon Mata-Pinya”
De la arquitectura a la anarquitectura. Albert y yo somos
de Matta-Clark, yo soy más de sus vacíos, de sus huecos, de sus imposibilidades
y de su reivindicación conceptual, a él le va más el corte, el tajo, el
hachazo, la sierra eléctrica, cierta violencia y el sesgo, a ambos nos gustan
el ingenio lacerante de sus juegos de palabras y, por supuesto, su idea de la
destrucción constructiva y creadora. Pinya coge la caladora de madera y parte
por la mitad la maqueta de un belén que, en realidad, no es más que un establo
endiosado; luego coge otra caladora, esta vez de fruta y de teletienda, para
cometer su propio pinyacidio, un tropicalicidio balear y epifánico de una piña
que, en realidad, habla de mutilaciones, reinvenciones y desacralizaciones, así
sea.
Acción 3: “La destrucción es una forma de creación”
Efectivamente, ya lo decía Matta-Clark y Mata-Pinya y
Donnie Darko y por supuesto Picasso, que lo dijo y lo hizo absolutamente todo:
cualquier acto de creación es, en primer lugar, un acto de destrucción.
Omnividente el gran misógino y hábiles tipejos el resto de los mencionados. La
pugna eterna del héroe frente al antihéroe, la clásica pregunta de si el arte
tiene que ser bello, la duda permanente sobre qué es la belleza y el pleito
recurrente de la habilidad técnica. Punzones y sopletes, fuerza y fuego,
destrucción y creación. Un belén que se vuelve contemporáneo a base de golpes y
mechero, sin minimalismos innecesarios, dejando al aire la estructura y la
verdad, pero también la mierda, el cartón y el carbón. Un establo puesto al
desnudo por uno de sus amantes.
Acción 4: “El belén nudista”
En Palma, como en otros lugares del mundo, se sigue una
curiosa tradición: realizar un belén viviente que aquí llaman L’Adoració dels
Reis, una escenificación con gente de la sociedad mallorquina interpretando a
los diferentes personajes, siguiendo en parte los textos originales y en parte
diciendo lo que les da la gana, reivindicando, criticando y denunciando, como
una válvula de escape para quejarse y cagarse en la política, el sistema, la
moral, el botellón o el carril bici, poniendo al desnudo sus ideas de una
manera bastante kitsch y sobreactuada. Pinya también pone sus ideas al desnudo
y también apela al kitsch, desnuda el belén, lo deja en pelotas, mientras sigue
un esquema que mezcla la asepsia del plató con lo barroco de la composición y
de un atuendo que termina desapareciendo. Una especie de declaración de
principios para estas trece acciones, sin divismos pero con terremoto –de
Alcorcón claro- ateizándolo y desacralizándolo, convirtiendo el reverente
portal en un establo humano, muy humano, sin hijos de dioses, sin santos, sin
reyes, sin magos y, por supuesto, sin vírgenes, sin ninguna virgen.
Acción 5: “Mi primera vez”
Siempre hay una primera vez, incluso para la Virgen, diga
lo que diga. Lo siento San José no hay más que verla, la Virgen sólo fue virgen
lo justo y necesario, su cuerpo de ámbar rezuma sexo y, ahora que la veo
desnuda, no me extraña nada, lo entiendo todo. Esa historia del colibrí y de la
oreja izquierda y del Espíritu Santo y lo del padre putativo, en fin. Nuestro
viaje, el de los seres humanos, empieza en el principio y acaba en el final,
nos vamos desvirgando día a día. Preguntamos a unos niños sobre su primera vez,
ellos tampoco son vírgenes, su iniciación comenzó hace mucho tiempo, más del
que nosotros imaginamos, veremos como acaba, o quizás no, quizás no lo veremos.
Acción 6: “Arqueología emocional”
Así es, todo empieza al principio y acaba al final.
Comienza la película, una voz en off nos habla del recuerdo, de aquello que hay
después del final. Una carta cualquiera a una abuela concreta, unas estúpidas
cajas amontonadas, la mugre acumulada por el paso del tiempo –plano corto- unas
cajas que son recuerdos y un belén napolitano que es memoria. Cajas ataúdes,
cajas tesoro, cajas de secretos, cajas de cajas, cajas para usar y cajas para
olvidar. La luz dirigida de un pensamiento. Somos lo que fueron, somos lo que
fuimos, somos lo que somos y somos lo que comemos.
Acción 7: “Alletar”
¿Y qué es lo que comemos? ¿a qué sabe un belén? Dime lo
que preguntas y te diré lo que pretendes. Un belén no tiene que saber a musgo,
ni a tierra mojada, un belén sabe a leche de almendras dice Solivellas, y esta
chica sabe, sabe de sabores, de texturas, de olores y de colores, conoce el
género y lo practica, a mi me ha convencido; igual que la Caoba, que también
sabe de todo, también conoce los géneros y también los practica, es evidente.
Os vais a beber un belén, espetan ambas, y yo voy y me lo bebo, pero poco a poco,
paladeándolo, un belén libre de transgénicos, a lo slow food, directo al estómago y a la conciencia, directo a
nuestra esencia, porque no hay nada más íntimo que lo que te tragas y excretas.
Una mamada, el primer acto, succionar la leche materna, ahora de almendras,
pero también el líquido seminal, el origen de todo, una gran eyaculación.
Solivellas, con su clarividencia de cocinera avispada, lo vio claro, al
momento, y dijo que un belén sabe a leche de almendras, pero que no sean
amargas, al espíritu líquido de aquella mandorla divina donde los medievales ubicaban a Dios. Lo del
semen, por supuesto, lo digo yo.
Acción 8: “Belén MACBA”
Suena la música, electrónica claro, y las ratas bailan,
incluso las de cloaca, las de gafa de pasta y Raval de Barcelona. Comisarios y
deejays se disputan el atril y también el cetro. Escuchad, esto que suena es un
belén, dice Triqui. En la pista –la del circo- baila Damien Hirst con su
marchante, mientras un Jeff Koons plasticoso arrima paquete a Cicciolina,
Murakami, sin despeinarse, celebra su cena de empresa y un portero sobornado no
deja entrar a Santiago Sierra, que, por supuesto, se hace el enfadado. Suena la
música, electrónica claro, y las ratas bailan, todas las ratas bailan.
Acción 9: “Belén”
Belén también es un nombre de mujer y puede ser el nombre
de un amor, quizás, incluso, del primer amor. Belén pueden ser millones de
recuerdos y cientos de presentes. Belén puede ser nuestro pasado, nuestra
realidad o nuestro futuro. Belén puede ser cualquier cosa, cualquier persona,
porque la infinita polisemia de los términos, en manos de un poeta, puede hacer
que Belén sea lo que él quiera: la huella de unos pies descalzos, el sonido de
un metal enamorado, un caballo alado o un edificio sin cristales, recita Emili.
Para mi, que vida más triste, Belén tan sólo es la Esteban.
Acción 10: “El viaje contemporáneo”
Internet es dios y Google su profeta. Viajando sin salir
de casa dijo premonitoriamente Alaska y, quizás, ese nuevo filósofo apellidado
Vaquerizo. Desde Can Marqués, en Palma, hacia cualquier lugar del mundo. Albert
Pinya investiga y traza itinerarios, una metáfora de cómo el tiempo se ha
vuelto instantáneo, de cómo la realidad se expande y de cómo casi cualquier
usuario padece de omnipotencia. Si Jesucristo tuviera que volver a nacer lo
haría en el garaje de Steve Jobs. Belén, Palestina, Cisjordania, la Basílica de
la Natividad, allí estamos o eso creemos, sabemos o creemos que sabemos, real o
virtual, profundo o epidérmico, sólo el tiempo lo dirá.
Acción 11: “Guerrilla”
Albert nos marca el camino, a lo moderno, a lo street
art, a lo post-graffiti, con una intervención urbana belenística y
guerrillera a base de pegatinas de Supermerda –uno de sus personajes fetiches-
haciendo de caganer –otro de sus iconos preferidos-. Cagar cura y Pinya se
suele cagar en todo, aquí pega sus sticks junto a espacios que albergan exposiciones de belenes antiguos, nos
marca el itinerario oficial del rancio circuito palmesano, reivindicando una
iconografía contemporánea para las fórmulas más clásicas, pero sin perder de
vista la historia, sin renunciar a las referencias, porque, para cagarse en
algo, lo primero es comérselo.
Acción 12: “Sólo Pinya (II)”
De vuelta a casa. Después de tanto viaje no hay nada más
exótico que volver al taller, al laboratorio de la pinya-pintora, porque al
final, la cabra tira al monte y Albert a la pintura. Tras la tormenta siempre
viene la calma y, en la soledad del estudio, algo que parece el final, puede
ser un nuevo inicio: una serie de piezas donde todo lo deconstruido puede
volver a ser construido. Empezamos por los cimientos, terminamos por el tejado,
como debe ser.
Acción 13: “Belén ateo”
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