
Una carta (con preámbulo) sobre la vida, el mar, la geometría y la abstracción*
Hace un año nuestros caminos se cruzaron gracias a una mezcla de suerte, afectos compartidos y casualidades varias que germinaron en una colaboración que apenas debía durar unas semanas, sin embargo, el incontrolable devenir de la vida, esa imprevisión que provoca que nuestro tránsito sea un itinerario único, personal e intransferible, se encargó de ir prolongando en el tiempo esta relación. Mientras los días pasaban, yo iba sabiendo de Mariano Mayol por algún encuentro fortuito, alguna llamada deliberada o alguna nota breve recibida en mi ordenador, esos meses se unieron hasta formar un año y este texto, que por cosas del destino empecé en Londres, me ha acompañado durante todo ese tiempo, mutándose a la vez que nosotros mismos íbamos viviendo, a la vez que ambos íbamos cambiando. Después volví a ver su obra, aquellas piezas que deberían haberse expuesto hace ahora doce meses, unidas a sus pinturas más recientes y a todo aquello que el artista les había ido aportando, las vi con el bagaje de lo que nos había sucedido durante ese período y que, sin duda, no era lo mismo que llevábamos vivido hace tan sólo un año. Somos porosos y cualquier cosa que ocurre a nuestro alrededor nos influye, nos afecta, nos condiciona y nos inspira. Ninguno de nosotros somos exactamente iguales en el transcurrir del tiempo, sus creaciones y mis escritos por supuesto que tampoco, así que este texto, peculiar en su génesis y en su desarrollo, no es ni más ni menos que el resultado de todas nuestras derivas vitales y también creativas, acumuladas y puestas en común durante este año que, aunque sólo sea por el azar, el destino y la casualidad, nos ha tocado compartir.
Del origen (de algunas cosas), de un principio (de incertidumbre) y de un final (que es un inicio)
No hay normas. En cuanto crees que sabes algo, en cuanto piensas que controlas como funciona el asunto, cuando intuyes lo que va a pasar, el origen y el destino de los objetos y de la mayoría de los seres, en ese preciso instante es cuando la realidad decide volver a confundirnos, nos traspasa, nos supera, nos deja patente que los puntos de encuentro entre ella y la certeza suelen darse en el pasado. Decir te quiero puede ser un comienzo y siempre es una incertidumbre, amar es fluir y en los fluidos, así como en los sentimientos más básicos, es donde está el origen de cualquier cosa. Hay tantos principios como personas, tantos desarrollos como situaciones, tantos finales como emociones vividas, sin embargo, ni fluidos ni sentimientos pueden controlarse, y eso es lo que hace de la vida una experiencia extraordinaria e irrepetible. Nacemos, crecemos, morimos, mientras tanto amamos, odiamos y vivimos. Morimos y volvemos a nacer, un eterno retorno que, indefectiblemente, siempre nos lleva a aquella primera y esférica semilla, a aquel fluido inicial.
Para nosotros los isleños ese entorno germinal del que todo procede, líquido incontrolable e inconmensurable, es el mar, un mar que amamos con el afecto necesario para que se pongan en funcionamiento casi todos nuestros engranajes vitales, un mar que nos mediatiza y nos pondera, que nos hace nacer, crecer y creer, que nos comunica, nos separa y nos diferencia, al que siempre volvemos, a veces incluso para morir, también para nacer y renacer de nuevo. El mar suele ser el comienzo de muchas cosas y de otras, por supuesto, no tanto. Pero el mar sin duda es la simiente y la referencia constante en buena parte de las obras de Mariano Mayol, principio y fin, origen y destino, quizás catarsis en el tránsito, un medio de curación como lo es en tantas culturas que sanan el alma por inmersión, por ingestión o por su mero contacto. El mar de Mayol suele comparecer indefinido, abstracto y en calma, espacios diáfanos de dominante monocroma que conectan con cierta espiritualidad contemplativa, superficies marinas en las que sumergirse, paisajes infinitos en los que perderse, el espacio adecuado para los sueños, pero también para algunas de las realidades más flagrantes. Calma, quietud, profundidad y transparencia, pero no siempre.
Es el propio principio de incertidumbre el que se encarga de establecer los límites a partir de los cuales los conceptos de la física clásica no pueden ser empleados y, efectivamente, el mar tiene una física obvia pero también una metafísica no tan evidente, inabarcable. De parte de esa trascendencia inmaterial es de la que se nutre Mariano Mayol en el trabajo que va desarrollando, en la evolución que va experimentando su propio criterio y que le permite ir puliendo su obra desde lo anecdótico hacia lo esencial. Unos caminos por los que muchos se pierden y otros tantos no aciertan, pero por los que los artistas solventes, tocados por la cualidad del genio, por la virtud del esfuerzo o, en el mejor de los casos, por ambos dones, consiguen salir airosos. Mayol siempre ha recorrido con suficiencia, interesándose e interesándonos, esta senda maravillosa que completa la percepción más evidente –la visión más física de todo lo que nos rodea- con nuevas realidades, nutriendo nuestros mundos de afortunados descubrimientos plásticos, de muchas ideas sugerentes y de una estimulante espiritualidad.
Unos contenidos que podemos apreciar desde las primeras series de Mayol en las que su abstracción se materializaba en unas composiciones esencialmente geométricas que venían a plasmar su voluntad de simplificarnos las cosas, de sintetizárnoslas para que pudiésemos asimilarlas, haciéndolas a la vez más atractivas. A esta línea de investigación le sucedieron otras, pero no fue hasta más adelante cuando compareció la ciudad –su Ciutat- y luego el puerto y con el puerto el mar y para ubicarse y orientarse en el mar y en la vida surgieron los mapas, las cartas de navegación, las rosas de los vientos, las latitudes, las longitudes, los meridianos y los paralelos. Estas series que aquí presenta, en una peculiar suerte de eterno retorno, vuelven a componerse a partir de aquella primera geometría, aquella abstracción inicial que ya protagonizó sus comienzos visibles y que ahora comparece como el adecuado medio de expresión de unas inquietudes sobre la vida y su devenir que le han acompañado desde siempre: el mar fragmentado en su infinitud como expresión de las diferentes facetas vitales, los vientos como manifestación del azar –y de la voluntad- que ponderan la dirección de cualquiera de los rumbos de nuestro viaje, y aquellas acumulaciones esféricas de algas que pareciendo la evidencia de un final llevan implícito el nacimiento de una nueva vida, seguramente afortunada.
*Texto para el catálogo de la exposición "Cercle et carré. Orígen i destí. Mariano Mayol". Galería Joan Melià. Alcúdia. Noviembre 2010.
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