Cualquier instante puede ser decisivo
-Ian Waelder en La Residència de Deià-*
Salir a la calle, intuir,
seleccionar, tomar una imagen, prolongarla en el tiempo, en nuestra retina, en
la memoria, multiplicarla. Cualquier instante puede ser decisivo, pero también
cualquier momento puede pasar completamente inadvertido. Hay que tener el ojo
preparado y los poros de la piel y la cabeza y el dedo y ciertas neuronas. Hay
que mirar, a veces sin ser visto, hay que aprender a mirar porque la verdad está
cerca, a nuestro lado, y también la belleza, y la mentira, y tantas otras
cosas, sin ir más lejos, justo aquí. Hay que ser rápido y ágil y hábil y, si se
puede, listo. Hay que buscar la ética sin renunciar a la estética o al feísmo, hay que reconocer, en una fracción de segundo, el
significado de lo que tienes delante, las formas adecuadas para expresarlo,
plásticas, filosóficas, una habilidad al alcance de algunos, que lo digital, su impunidad
y su indiscriminado poderío, parece haber puesto al alcance de todos. Quizás
por eso Ian Waelder es analógico, su
cámara digo, por eso o porque le da la gana, no es un insulto, es una decisión
que implica un estilo, una idea, un ritmo y una estética, una decisión que, en
su caso, parece acertada, porque para conseguir lo que pretende no basta con
estar en el lugar correcto en el momento preciso, sino que también hay que
comprender lo que sucede, no dejarse llevar por lo anecdótico y tener la
capacidad de organizar en el espacio los elementos expresivos de un modo
sugerente, sin distorsionar la escena, empatizando, integrándose en ella, y
empleando como elementos compositivos todo lo que nos rodea, las luces, los
paisajes, las arquitecturas y, sobre todo, las personas, dotando a la imagen de
una fuerza expresiva donde la figura humana irrumpe, como por azar, en el lugar
exacto y con el gesto adecuado.
Deià es un pueblo
especial, un lugar excepcional, la Sierra de Tramuntana, su ambiente bohemio, la gente... Robert Graves lo sabía, y Sheridan, y tantos otros, un sitio
auténtico donde ocurren muchas cosas mientras el tiempo se detiene, es curioso,
parece un contrasentido pero no lo es. Los fotógrafos también paran el tiempo y lo hacen de múltiples maneras, no sólo desde la evidencia de inmortalizar
la realidad con sus fotos, sino también de otras formas más sutiles, apoyados
en su sensibilidad especial y, algunos de ellos, en
sus superpoderes. El fotógrafo de verdad, el auténtico, el genuino, es como la
lente de un video de alta definición, es capaz de percibir muchísimos
fotogramas por segundo, descomponiendo lo que sucede ante él, convirtiendo un
instante en miles de apetitosas imágenes, imágenes que disecciona, selecciona y
retiene. Estos fotógrafos son capaces de ver, entender, encuadrar y disparar a
la velocidad de la luz, con la pausada rapidez de un hombre tranquilo, con la genialidad de un falso lento, con la eficacia y la estética de aquellos
futbolistas que, aunque no parecen muy veloces, gracias a su inteligencia, a su
intuición, a su anticipación, a su capacidad de ver el juego antes que los
demás, lo hacen todo primero, lo hacen todo mejor, pienso en Zidane, o en
Laudrup, no eran flechas, eran tipos extraordinariamente listos, eran jugadores premonitorios.
Ian no es futbolista, que yo sepa, es fotógrafo y también
skater, y por ambas pasiones sabe que hay personas que pueden controlar el
tiempo y estirarlo, aunque medido en segundos sea el mismo, hay gente que le
saca más provecho, como aquel Johnny Carter cortazariano. Hay tipos que cuando
patinan, cuando saltan, sin saltar más que nadie, les cunde más, lo tienen todo
controlado, saben lo que hacen y poseen la técnica adecuada para ejecutarlo,
sus movimientos son limpios y todo resulta más plástico, más bello. Con los
fotógrafos ocurre lo mismo, algunos de ellos parecen controlar el tiempo y son
estos los que mejor plasman en sus imágenes la realidad que les rodea, cada uno
la suya y el buen fotógrafo en la de todos, como Dios, pero de otra manera. Hay personas que siempre
acuden al tópico, piensan que Deià tan sólo tiene dos tonalidades y tratan de
contárnoslas, a veces en términos dialécticos, los allí nacidos y los
residentes enamorados del pueblo y venidos de fuera. Pero no es así, Deià tiene
infinitas realidades, tantas como personas, tantas como caracteres. Ian está
atento y las va recogiendo, va construyendo su particular visión de unas gentes
y de un lugar, mientras, con la respetuosa insolencia de su mirada, va dejando
un legado que contribuye a aumentar la mística de este pueblo tan peculiar que
bien merece todas sus historias.
*Publicado en la revista Youthing nº448 de 14 de octubre de 2011.
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