(a partir de la pieza de Guillermo Rubí para la 11a. Bienal Martínez Guerricabeitia - Universitat de València)*
*Publicado en "Nulla aesthetica sine ethica", 11a. Biennal Martínez Guerricabeitia, Universitat de València, febrero, 2012.
1 - El arte (en su museo) y el artista (en su poltrona).
Un arte autocomplaciente,
conformista y aburguesado, de ahí venimos, no hay duda, de un arte que se
encarga de divertirnos desde la mera ocurrencia, como si fuera una idea más o
menos sofisticada, como si sus producciones fueran estructuras huecas que en
lugar de estimularnos, de retarnos, de provocarnos para que nos planteemos
cuestiones de calado, simplemente nos hacen pasar el rato; un espectáculo que
en el mejor de los casos nos entretiene y en el peor de los supuestos –el más
habitual- nos aburre, nos deja indiferentes. Hace algún tiempo la creación
plástica no era tan epidérmica como ahora, no era tan facilona, además de los
bufones de palacio, que siempre los hay, había rebeldes genuinos y algún osado
pionero, pero ya no queda nada de eso, venimos de unos años en los que apenas
hay valientes, concluimos una época de vacas gordas hasta la obesidad más
mórbida, una etapa finiquitada por quiebra técnica, por defunción del sistema,
por auténtico colapso financiero. Venimos de un pasado reciente en el que el
arte tenía la misión de ser el pasto con el que se cebaba al ganado, mientras
que los artistas, encantados de conocerse a sí mismos, comparecían cómodamente
sentados sobre el éxito de su propia obra, fuera poco, mucho o absolutamente
ninguno. Un ciclo en el que había espacio para cualquier cosa y dinero para
todo. Cada arte tenía su museo, cada artista su poltrona y el político, las
instituciones y las fundaciones promovidas por el capital público, por el
privado, tenían a su alcance la maquinaria perfecta para su propia propaganda,
para su manipulación demagógica, tenían a su entera disposición el arte de un
creador vendido a una financiación que antes se le resistía y que, hace apenas
unos meses, todavía se le ofrecía bajo un slogan tentador, aparentemente
flexible y asequible: “haz algo que nos vaya bien a todos, que nosotros
pagaremos la cuenta”, el payaso actuaba y muchos reíamos.
2 - Ahora (por fin) nos están tocando (los huevos).
Ahora nos toca llorar. Ahora le
toca sufrir a este occidente superlativo de comodidades obscenas que no era tan
todopoderoso ni tan indestructible como la humanidad pensaba. Los países del
tercer mundo nunca salieron del pozo, y el primer mundo, que lo veía desde la
barrera, permitió que algunos de aquellos tipos nacidos en estados miserables,
subdesarrollados, vinieran a trabajar aquí, dejando que saltaran las alambradas
que nos separaban de ellos; al llegar, los exprimimos hasta el agotamiento y
los devolvimos a la miseria, ajenos al dolor, al hedor y a la podredumbre,
somos así de finos, somos unos auténticos hijos de la cuna del humanismo.
Después el punto de mira se situó en los nuestros, en algunos de los nuestros,
en los que estaban en precario –porque aunque nos cueste reconocerlo también
tenemos de eso- y ya no fueron tan nuestros, dejaron de serlo mientras la
mayoría de privilegiados seguíamos mirándolos desde arriba, en silencio,
indolentes… Ahora vienen a por nosotros, como dijo Brecht o quizás fue
Niemöller, ahora vienen a por los que siempre hemos estado en una buena
situación, a por aquellos que contemplábamos el mundo desde nuestra torre de
marfil; ya no queda nadie más, nadie que pueda o quiera defendernos, ahora nos
están tocando los huevos y en esta ocasión puede que sea de forma irreversible.
A los artistas, por supuesto, también se los están tocando –y a los comisarios,
y a los directores de museos- ya no hay dinero para financiar sus ocurrencias,
en realidad, ya no hay dinero para absolutamente nada, y para el arte, aún
menos.
3 - Una oportunidad única (a los
cobardes sólo nos queda ser valientes).
Indignaos dice Hessel, y
nosotros, obedientes incluso para la subversión, nos indignamos, parece que
esta vez con toda la razón. El artista, con la arrogancia de aquel expulsado
que cuando lo echan dice que él ya se iba, finge no perder esa dignidad
indignada y se va con los trastos a otra parte ¿pero dónde? Quizás tengamos una
oportunidad única, quizás estemos ante un momento histórico, quizás podamos
decir que somos nosotros quienes nos vamos –aunque no sea del todo cierto- y
emprender de nuevo el camino hacia la verdadera autonomía creativa, hacia la
independencia, hacia la libertad. Llevamos un par de generaciones sin ser
valientes, pero ya que nos van a pegar la patada, ya que nos van a hacer morder
el polvo, ya que nadie nos va a dar de comer, podemos ser osados desde la
cobardía consciente de no tener nada que perder. Menos da una piedra, y si ya
no hace falta desactivar el arte por miedo al qué dirán los que pagan, entonces
podemos hacer lo que nos dé la real gana, de perdidos al río, podemos preñar la
estética con aquella ética en la que creemos o con aquella de la que
descreemos, podemos tener hijos bastardos, naturales o matrimoniales, podemos
tener todos los que queramos y podemos procrear con quién nos apetezca y
consienta. Fuera prejuicios y limitaciones, el dinero nos había puesto un bozal
y nunca tuvimos agallas suficientes para quitárnoslo, ha sido la crisis y la
falta de lubricante los que han hecho que despertemos, ahora nos toca hablar a
nosotros y, como decía Darwin, la necesidad crea el órgano, veremos nuestro
órgano, veremos de lo que somos capaces.
4 - Por una estética (con ética).
Guillermo Rubí (Palma, 1971)
recorre su camino y empieza a ladrar, ya se quitó el bozal. Hace algún tiempo
que halló el medio y también encontró la forma, ahora se encarga de llenarlos
de contenido. Primero fue la música y sus emociones, sus miedos, sus
inquietudes y sus dudas, los suyos y los de los que le rodean, detectar,
identificar, codificar, simplificar, transmitir y compartir sentimientos; ahora
comienza a incorporar cierta denuncia, después ya veremos. La fortuna estética
le sonrió pronto, unas piezas actuales, postmodernas, contemporáneas, unas
obras que apetecen y que tienen como origen la fotografía, su manipulación y su
representación a través de esmaltes y acrílicos sintéticos que extiende sobre
superficies inverosímiles. El creador, mientras se acerca a su particular idea
de belleza, la va convirtiendo en concepto, difuminando sus pinturas en una
presencia corpórea que se va diluyendo: en la era de la alta definición, de la
sobredosis de imágenes a gran calidad, el artista nos obliga a arrugar los
ojos, a detenernos un tiempo en unas piezas que no se ven de un simple vistazo,
no es desenfoque, es sosiego y reivindicación para una época frenética de
velocidades alienantes. En Rings (2010),
la obra que presenta en esta Bienal, habla de exclusión, de una exclusión
sutil, como sus pinturas, pero no por ello menos dramática, habla de cómo
podemos estar solos mientras andamos multitudinariamente acompañados, de cómo
la masa te puede excluir por los motivos más peregrinos, por los más azarosos,
por los más coyunturales o, simplemente, sin motivo alguno, habla de cómo
podemos gritar en medio de la muchedumbre sin que nadie nos oiga, habla de una
sociedad que va perdiendo sus valores más básicos y, en realidad, está hablando
de todos nosotros, diciendo lo que no le gusta, sin bozal, con una estética
que, sencillamente, comparece preñada de su propia, personal e intransferible
ética.
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