Alex Giles - "Una pintura empática" - Galería Marimón - Palma


Una pintura empática*

 

Fernando Gómez de la Cuesta

 

Es interesante observar como la historia de la pintura se construye a partir de la suma heterogénea de los sucesivos estratos que el devenir de la creación humana y el paso del tiempo van acumulando. Una concentración de capas de información visual que fija lo preexistente mientras filtra hacia la superficie determinados elementos que, en un crecimiento continuo e imparable, provocan que el arte mute, se regenere y crezca. Esas formas y esas ideas -que se desarrollan primero por sedimentación y luego por aplicación de talento- se elaboran a base de que lo anterior sea entendido, asumido y conservado, pero también modificado, amplificado o eliminado en una tarea de desmembramiento que analiza el contenido de cada una de sus partes y lo reubica allí donde puede aportar, donde converge con esa nueva mirada que habilita otras maneras de pintar. 

 

Alex Giles explica que cuando era niño estaba obsesionado con hacer artilugios a partir de aquellos dispositivos que su curiosidad le hacía desmontar, unos mecanismos que luego trataba de (re)ensamblar con un resultado que siempre era algo diferente del original, un proceso muy parecido al que ahora lleva a cabo con su propia pintura. Es por ese motivo que Giles nos habla desde la pulsión y la inquietud, desde la intuición de alguien que se empeña en desarmar las imágenes que le preceden, que se encarga de buscar en los cajones de la historia del arte para encontrar los elementos necesarios que componen el nuevo acervo visual de la contemporaneidad, un léxico que está cambiando nuestra forma de ver, de pensar y por supuesto de crear.



En medio de la vorágine actual, de la desmesura y del exceso, los artistas son los encargados de activar nuestra emoción y nuestra razón para que conectemos con esas imágenes que harán que nuestro entendimiento, que nuestra mirada, se gire hacia otras formas de representar, hacia otros colores y otras maneras de componer, de aplicar el trazo, de entender la línea, de extender el gesto y los campos cromáticos. Una nueva visualidad donde el píxel, la abstracción, lo aleatorio, el  plano o el brillo, lo microscópico o la perspectiva satelital, emergen desde la potencia de los interfaces, de la máquina y de los medios digitales que la procuran y la difunden, una concurrencia que acaba produciendo una nueva estética para unos tiempos frenéticos que también son nuevos.

 

Cuando Lichtenstein decidió transformar el gesto básico y expresivo de la action painting en su célebre escultura Brushstroke (1996) -ubicada en el Patio Nouvel del MNCARS de Madrid- y pasarlo por el filtro sintetizador, limpio y brillante del pop art, anticipaba un camino que la pintura de Giles también transita: aquel que simplifica elementos del pasado reciente para convertirlos en símbolos próximos a los parámetros de esa nueva visualidad icónica y digital de la que hablábamos anteriormente. Giles parte del op art de Vasarely o de Bridget Riley, del pop de Craig-Martin, pero también de recursos del arte geométrico, del expresionismo abstracto y su hard edge para configurar una obra de elaborados colores terciarios, de líneas precisas y formas rotundas que fluctúan entre la curva y la recta, entre la composición desinhibida y la cromática sin complejos. 



Las obras de Giles no pretenden ser nada más que lo que son: una búsqueda estética que entra en conexión con esa manera de producir imágenes que la actualidad ha ido prodigando, una creación lúdica y bella que trata de ofrecernos el ánimo necesario para seguir adelante en estos tiempos difíciles, extraños y extraordinarios. Unas piezas que también dejan en evidencia las referencias primeras del artista, aquellas que absorbe en su infancia y en su juventud, aquellas que le sitúan entre cómics, dibujos animados, programas de televisión, libros de calcomanías y videojuegos pioneros, que le ubican entre lo retro y lo actual, entre lo singular y lo familiar, colocándolo en medio de toda esa iconografía que se produce en los inicios de un mundo que, en aquel preciso momento, comenzaba a ser digital y global. 

 

Una pintura que busca su inicio en una perspectiva amplia y general para ir concentrándose, para ir acercando su foco, a medida que el artista va profundizando en la serie, aproximándose a lo particular, a lo íntimo, a aquello tan cercano que solo se puede apreciar con un dispositivo macro. Podemos decir que la pintura táctil y vibrante de Alex Giles trae causa de esa post-painterly abstraction que acuñó Clement Greenberg, bebiendo de fuentes tan trascendentales como Sam Francis, Helen Frankenthaler, Ellsworth Kelly, Morris Louis o Frank Stella. Podemos decir que la pintura de Giles parte de la geometría para introducir lo orgánico, parte del gesto para incorporar la retícula, parte de la línea para enfatizar sus campos de color. Pero sobre todo podemos decir que la pintura empática de Alex Giles sirve, entre otras cosas, para hacernos felices. Y eso no es poco.



*Texto escrito para el catálogo de la exposición de Alex Giles titulada "Protractivism" en la Galería Marimón de Palma, enero de 2023.

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