DIONE BLAKE
LEAVE NO STONE UNTURNED
SAC - Santa Cruz de Tenerife
septiembre - octubre de 2020
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En el interior de la caverna, en la seguridad del refugio que hemos escarbado en la roca con nuestras propias manos, existen más certezas de las que pensamos. Unas realidades grabadas en la materia rotunda de sus muros, en la física de su relieve, en las piedras que le dan forma, aquellas que aparecen ocultas, protegidas de la luz exterior y cegadora de la desmesura digital, un rayo casi divino que tenía como objetivo ungirnos con la verdad, pero que se ha ido desmaterializando para sumirnos en la confusión, en un desbordamiento por exceso que ha acabado por alienarnos. En medio de esta tormenta virtual, inmersos en el naufragio invisible de los virus y de los algoritmos insondables, muchos artistas retornan al origen, a lo visible, a lo táctil, a lo cercano, a la búsqueda de la forma, de la belleza, de lo sencillo. Unos creadores que, como el zimbabuense Dion Blake, vuelven a meter los dedos en todos los resquicios, a reconocer las grietas de la pared de la cueva gracias a unas yemas sensibles predispuestas al hallazgo, sintiendo las texturas, explorando la morfología, asimilando el interés por ese lugar que nos da cobijo y por todo aquello que está justo a nuestro lado.
Nada es casual, en realidad, todo importa. Zimbabue quiere decir casa de piedra, un refugio básico y poderoso desde donde Blake crea unas obras vinculadas a la cotidianeidad, a la realidad del día a día, a la vida, con una predilección evidente por los materiales y los objetos sencillos, humildes, donde lo natural, lo doméstico, lo artesanal y lo industrial dialogan en un flujo sin fin. Dice Blake que sus esculturas son piedras que concentran diferentes elementos, que sus pinturas sedimentan por capas de estratos superpuestos que, en muchas ocasiones, ocultan la memoria de obras anteriores. También dice Blake que escribir acerca de la estética, de la técnica o de las razones que le llevan a crear, es forzar la reflexión, que ese acto debe surgir con naturalidad, de modo genuino, que el equilibrio se encuentra formalizando y no teorizando sobre lo ya hecho. Es por ello que el instinto y la curiosidad juegan un papel fundamental durante todos estos procesos que el artista completa con la necesidad de hallar algún sentido a las cosas, caminando sin descanso con la voluntad de encontrar el material adecuado para sus piezas, objetos desechados que han dejado de ser útiles, cuerpos mínimos que pasan inadvertidos pero que convierten su pátina, esas marcas que el tiempo y el uso les ha ido infringiendo, en una poética existencialista de la materia que resume lo que han sido y prevé lo que serán.
Dion Blake nos explica que en un mundo donde lo grandilocuente, el ruido y el exceso parecen imponerse; lo pequeño, lo ajustado y el silencio se le antojan necesarios, le atraen, le emocionan. Miniaturizar es en cierto modo liberar, cuando reducimos algo de tamaño, cuando menguamos su sentido, lo eximimos del peso del significado, lo dispensamos de la tiranía de la utilidad y, en su minucia, aparece el todo pero también el fragmento. Blake fabrica obras, prototipos, maquetas, que abordan cuestiones relacionadas con el espacio, con la frontera y con el hogar, con la memoria, con la infancia y con lo lúdico, porque el juego es una seña de identidad del arte, y ambos, juego y arte, responden a una necesidad, a un impulso, que está enraizado en la libertad y en la espontaneidad. Son asuntos serios, necesarios, que tienen lugar en un espacio privilegiado donde todo es posible, donde el artista crea conforme a sus propias reglas. Es en este marco de absoluta autonomía en el que Blake desarrolla esta propuesta titulada “Leave no Stone Unturned” que recoge sus tres últimos años de producción en base a una selección de más de cuarenta piezas, un proyecto donde la pintura y la escultura se entienden de una manera expandida, experimental, instalativa, que se construye a partir de todo aquello que el artista encuentra, asimila y amplifica en el transcurrir de su senda creativa y vital.
Unos elementos que Blake va hallando en la práctica resistente de caminar, descubiertos en el devenir de lo cotidiano pero también de lo inexplorado, en lo popular pero también en la parte más sofisticada de la Historia del Arte, unos objetos que piden una transformación mediante la mirada, mediante el pensamiento, desde la intuición y la acción directa. Eso es lo que hace Dion Blake, un artista, un creador, que actúa como un editor, como un traductor exquisito que convierte sus investigaciones en nuevos signos, en símbolos, en objetos, en significantes de múltiples y cambiantes significados, que nos interpreta y nos ofrece. Blake cuestiona, modifica y repite su metodología en un ejercicio de libertad, aparece como un remezclador de su propia obra, como un exégeta del trabajo de los otros. Una tarea que acomete de forma seriada y circular, volviendo sobre sus propios pasos para seguir avanzando, buscando diferentes maneras de abordar una misma cuestión, una idea, un problema, huyendo de ese entorno parásito de nuestro tejido creativo que trata de encorsetar las piezas del artista para que sean más digeribles, más vendibles, más explicables, algo que en realidad va en contra del propio lenguaje del arte y de la complejidad que le es intrínseca.
Así es. Nada es sencillo y mucho menos cualquier cosa que tenga que ver con la creación. La lengua que hablamos determina nuestra manera de pensar, de concebir, de crear, el modo en el que nuestro idioma construye sus frases, los conceptos singulares que maneja, la perspectiva con la que se enfocan las metáforas sobre las que se desenvuelve la comunicación y la reflexión, son elementos diferenciales que incardinan una forma de razonar, de expresarse. La lengua y el lenguaje no son neutros, condicionan, amplifican y proyectan todas nuestras manifestaciones. Blake ha observado que durante el proceso creativo, mientras trabaja, gestiona sus pensamientos en inglés y a veces en castellano, simultánea o alternativamente. Dependiendo del lenguaje mental empleado, de la manera de encarar una pieza y de la forma de llevarla a cabo, obtiene resultados diferentes. Blake cree que su lengua materna es la que mantiene vivos los recuerdos, en la que encuentra soporte la emoción, es intuitiva y visceral; mientras que del castellano, su segunda lengua, hace un uso más meditado, más racional, más científico si se quiere.
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