Novecientos doce ojos*
Se
observa un comportamiento análogo entre las corrientes migratorias del hombre y
el flujo de fluidos en física. Al aplicar presión sobre una determinada zona,
se produce un flujo hacia otras donde exista menor presión.[1]
América descubierta,
Europa hallando pueblos que no pidieron ser hallados, que ni lo deseaban ni lo
necesitaban, conquistas, sometimientos y guerras, sangre derramada, colonos y
nativos, libertadores e independencias, más guerra, más sangre, un giro
completo en esta elipse infinita, otra vuelta de tuerca apretándonos las
clavijas. Buscadores de fortuna y trabajadores sin ella, gallegos que luego
fueron indianos, gringos que no volvieron, sudacas que la palmaron. Guerras
civiles de hermanos contra hermanos, huérfanos deportados, padres perseguidos,
exiliados y agotados, dictadores y sometidos, caciques y proletarios, riqueza y
miserias. 456 niños de Morelia, 912 ojos que todavía nos miran. Eterno retorno,
apenas hay cambio, volvemos a empezar.
La historia se repite pero
de otra manera, como lo hace siempre la historia, igual pero distinto. Una
espiral continua que da vueltas alrededor de lo mismo, subiendo y bajando,
dejando claro que somos lo que nos merecemos y también lo que no nos merecemos.
Ellos vinieron buscando el paraíso y nosotros nos encargamos de echarles, de
maltratarlos y de ponerlos en la calle, nadie se va de su casa por gusto y
nadie quiere volver con el rabo entre las piernas. Ahora el paraíso se ha roto,
lo hemos destrozado a conciencia, con nuestras manos y nuestra estupidez, un
pueblo sumiso, crédulo, conformista y aburguesado, políticos corruptos y ricos
despiadados. Hay que irse, hay que volver a irse, de nuevo sin maletas, apenas
con una bolsa de supermercado donde meter cuatro trastos y otra en la cabeza
para que nos cale un poco menos la tormenta.
Esta es la historia de un
nuevo exilio, de la enésima migración, de una ida sin la certeza de un retorno,
de la añoranza y de la pena, pero también de la esperanza. Ahora son ellos los
que nos tienen que recibir a nosotros, veremos. Emigrantes y currantes, gente
sin estudios y fugas de cerebros, jóvenes y algunos viejos, hermanos separados
y padres sin sus hijos, frustraciones y anhelos. Adriana Cerecero va tejiendo
la historia, un tapiz infinito construido desde la incertidumbre, la realidad y
el recuerdo. Una forma de ver el mundo y una manera de hacer que lo miremos,
una perspectiva donde el tiempo y los hechos marcan el ritmo, trazan el
itinerario, mientras anticipan un futuro que, por supuesto, no conocemos.
*Texto que acompaña a la instalación de Adriana Cerecero expuesta en el CAC Ses Voltes (Palma, Nit de l'Art, septiembre 2013), Incart 2014 (Inca, junio 2014), Museo Raúl Anguiano (Guadalajara, México, junio 2014)
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