Un manifiesto (crítico) sobre los nuevos (y buenos) esclavos
*Un texto para un proyecto de Marcos Cuesta y Bartomeu Sastre dentro de un ciclo comisariado por Iván Mejía y editado en la publicación "Financial Crimes", cuenta también con un escrito de Pau Waelder.
“La sociedad del deseo no favorece un debate brioso y lúcido sobre nuestro futuro, porque, intoxicada de comodidad, nos aprisiona en el presente y nos hace crédulos, sumisos, satisfechos y desesperanzados. Se actualiza la leyenda de los esclavos felices. Platón, el gran Platón, vuelve para contarnos el mito de la caverna. Nuestros deseos no son nuestros, sino producto de una manipulación astuta” [1].
NOSOTROS SOMOS
“Todo está vacío. Nada es verdad. Nada es importante” [2]. Negamos la mayor: nosotros no somos nadie, el nosotros no existe y posiblemente nunca existió, fue un acuerdo de máximos en una época de excesos, en un ciclo de abundancia obscena, superflua e irreal, donde teníamos –y creíamos que teníamos- bastante más de lo que podíamos administrar, mucho más de lo necesario, infinitamente más de lo que nos merecíamos. No hay generosidad cuando sobra de todo, en la opulencia es mucho más fácil compartir y aún más sencillo emplear de manera indiscriminada la primera persona del plural, ese nosotros que jamás existió, ese nosotros falsamente solidario con el que evitábamos hablar del yo y de algunas de sus múltiples circunstancias, de algunas de sus peores consecuencias. Seguimos negando: no hay nosotros y nosotros no somos nada, no somos nada porque no lo hemos necesitado, porque venimos de unos años donde lográbamos las cosas sin apenas esfuerzo, sin merecerlo, porque recién llegamos de unos tiempos en los que había de todo y para todos. En la cultura de la desmesura y de la banalidad éramos alguien sin ser nadie, simplemente éramos sin ser. En este caso la doble negación no vuelve positivo el enunciado, al contrario, transforma la situación en desesperante, en desasosegante, convierte el espejismo paradisíaco en la cruda realidad: “parece que el mundo se está enfadando y la gente en las calles ya no atiende a razón” [3], estamos donde estamos porque, ahora sí y sin ningún género de duda, muchos de nosotros, de ese nosotros que no existe, nos lo merecemos.
LOS NUEVOS
Sin que exista un nosotros y siendo nosotros prácticamente nada, apenas podemos decir en qué nos hemos convertido: avatares que simulan ser lo que pensábamos que éramos, malas copias de malos diseños en el seno de una tormenta (tecnológica), émulos vacíos de arquetipos sin sustancia. No somos nuevos, ni modernos, ni siquiera buenos, nosotros somos, si es que somos algo, el reflejo especular de una sombra que nadie recuerda. “El tiempo pasa y no de largo, y hay quien no se entera que somos lo mismo envuelto en novedad” [4] y la novedad deja de serlo en el mismo y preciso instante en que lo comienza a ser. Nuestro nuevo arte también es viejo “El artista actual está condenado a copiarse a sí mismo o bien a reprogramar obras existentes (…) Se utiliza lo dado en una estrategia semejante a la del sampler: el artista es un remixador” [5]. Pero ¿cómo se llaman los DJ? ¿cuáles son las canciones que utilizan? y sobretodo ¿quién baila su música? A mil imágenes por segundo el catálogo se vuelve infinito: nos supera nuestra prolífica historia visual exhaustivamente recogida y manipulada, también nos sobrepasa la omnipotencia de los medios y todo lo que pulula por la Red, ideas y ocurrencias, imágenes y basura, arte y más basura, tradición, modas, publicidad, virus y spam. “No pienso de la misma forma que solía pensar. Mi mente espera ahora absorber información de la manera en que la distribuye la Web: en un flujo veloz de partículas. En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática” [6]. Surfeando nunca sabremos la verdadera profundidad de las aguas ni si el mar sobre el que nos movemos es siempre el mismo.
ESCLAVOS
“Las vanguardias se rebelaron en nombre de la libertad contra la tiranía, pero en la actualidad el arte se ha hecho manso, repetitivo, fácil y ha generado su propia industria. El rebelde se ha convertido en colaborador. El sistema social invisible del deseo lo deglute todo” [7]. Hemos vuelto a la caverna. Nos sentamos en el sofá, encendemos el ordenador y la pantalla nos absorbe. Lo único que realmente parece suceder es lo que ocurre en nuestro portátil, en nuestro móvil, en la televisión. Miramos y solamente vemos la sombra pixelada de una idea, infinitas imágenes tomadas por cualquiera, de cualquier modo y en cualquier lugar, digitalizadas y difundidas indiscriminadamente. Miramos y apenas vemos, y lo que vemos, por descontado, no es cierto, siempre son versiones manipuladas, adulteradas, sesgadas, condicionadas o dirigidas, modificadas según quién sea el productor, el consumidor y la finalidad. La realidad desapareció bajo una montaña de datos, de posibilidades y de estupideces que nos impiden ver más allá de nuestras propias pantallas y de todos los displays de colores que nos asaltan continuamente para evitar que nos salgamos del camino trazado, publicidades directas e indirectas que nos homogenizan hasta el ridículo, haciendo que nos convirtamos en copias sin contenido de los seres sin sustancia que tenemos justo al lado y dejando en evidencia nuestro descarado conformismo. Un ensimismamiento mimético que también padecen muchos creadores, y el arte, y el diseño, y las tendencias y las modas, todos ellos orgullosos de ser parte (in)activa de este ecosistema virtual y visual, sin darse cuenta de que ellos deberían ser los que abrieran el camino hacia el exterior del búnker, hacia fuera de la prisión digital, en lugar de aparecer colapsados, saturados, perdidos, confundidos y alienados frente al monitor, repitiendo mecánicas de una manera inútil y viciosa, mientras van reiterando hasta la náusea los mismos conceptos, las mismas técnicas y las mismas formas. Ser un buen esclavo nunca fue sencillo, hay que tomárselo en serio, hay que hacerlo a conciencia. Ser un nuevo esclavo es aun más difícil, hay que serlo sin parecerlo, sin hablar de ello, así, como quien no quiere la cosa, pero igualmente a conciencia, a conciencia en la intimidad de nuestra conciencia y en la amplitud de nuestra ignorancia. Serlo sin parecerlo, la última arrogancia del sumiso, NOSOTROS SOMOS LOS NUEVOS ESCLAVOS.
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[1] José Antonio Marina, Las arquitecturas del deseo, Barcelona: Anagrama, 2007.
[2] Michael Ende, La historia interminable, Barcelona: Círculo de Lectores, 1988.
[3] Extracto de la letra de la canción de Deluxe, “Adiós corazón”, Reconstrucción, Virgin Records España, 2008.
[4] Extracto de la letra de la canción de Miguel Bosé, “Este mundo va”, Laberinto vol.2, WEA International, 1997.
[5] Fernando Castro Flórez, “¡Qué pantano!”, Espai Quatre 05, Palma: Ajuntament de Palma, Casal Solleric, 2006.
[6] Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Madrid: Taurus, 2011.
[7] José Antonio Marina, Las arquitecturas del deseo, Barcelona: Anagrama, 2007.
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