
El poder del arte contra el arte al servicio del poder.
-Una exposición de Antoni Llabrés para Can Fondo de Alcùdia-
Sin demoliciones ni daños colaterales. Sin víctimas inocentes. Sin más violencia que la del trazo, la del gesto y la del color, sin más armas que la idea, el concepto y la ética, su ética, nuestra ética. Sin más munición que la pintura. Sin tener que destruir templos, ni palacios, ni parlamentos, ni residencias oficiales. Sin necesidad de volar en mil pedazos a los Budas gigantes de Afganistán, sin talibanismos, sin malabarismos, sin extremismos, sin confraternizar con iconoclastas soberbios y sin fundir metales ajenos para dar forma a los propios. Huyendo de lo evidente, de quemar banderas y dólares, biblias y coranes, sin necesidad de lapidar retratos de dictadores pasados de moda, ni fotografías de héroes defenestrados, sin necesidad de nada de eso, de una manera sencilla y efectiva.
Así es como Antoni Llabrés se indigna, desde la reflexión, desde la razón, con razón y con corazón, gritando silenciosamente mediante su pintura, una pintura que le hace fuerte, que nos hace fuertes, con la que el artista señala y reivindica, con la que pone su dedo en la llaga, con la que investiga las mecánicas del poder para controlar al individuo, para dominar el mundo –a veces trucos sibilinos, en otras trampas flagrantes- unas manipulaciones que apelan a nuestros resortes más elementales pero también a los más sofisticados, a los más peculiares. El pintor, con los medios que tiene a su alcance, con lo que conoce, con lo que controla gracias al magisterio de su experiencia, trata de dejar en evidencia las miserias de este sistema, en realidad, trata de descubrir las mezquindades de todos los sistemas: de los de ayer, de los de hoy y muy probablemente de los que vendrán mañana. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y tres, y cuatro, y todas.
El poder, cualquier poder, siempre se ha servido del arte en beneficio de su propia ostentación, usándolo como elemento intimidador o disuasorio, como expresión de su fuerza, empleándolo como vocero o utilizándolo para impartir una doctrina más o menos divina, más o menos regia, más o menos absoluta. El poder ha conseguido que el arte degenere hacia la grandilocuencia, hacia el exceso, hacia la aberración, hacia la vacuidad más insulsa, hacia el servilismo. Ahora, para nuestro desasosiego, su perversión es más sutil, más difícil de detectar gracias a un polimorfismo que le hace prácticamente invisible pero igual de peligroso. Por eso hay que estar prevenidos, por eso necesitamos visionarios sensibles como Llabrés, artistas que sean capaces de sentir y de transmitirnos la realidad, creadores que nos avisen de los vicios de un poder tan corrupto y tan indetectable, que no sabemos cuál es, ni dónde está, ni qué forma o intenciones tiene.
Y es que cada poder ha tenido su iconografía y cada iconografía ha sido expoliada, vaciada de contenido y desahuciada completamente por el propio poder, imágenes y conceptos que corrían hacia la oquedad mientras le ayudaban a alcanzar sus más tristes objetivos, mutando para no ser reconocidos, pero cumpliendo con la misión que tenían encomendada. Llabrés tiene un método de lucha, de resistencia, una serie de piezas que son su antídoto y que aquí nos presenta: una deconstrucción de la imaginería del poder, de esas estructuras superlativas que siempre nos impone quien manda. Su táctica es simple, a base de pintura, de buena pintura, humaniza la violencia autoritaria de los edificios que representan el dominio frente a los dominados –en esta muestra ha elegido como referente la severa, monumental y medieval Porta del Moll de las murallas de Alcúdia, pero también podrían ser otras, muchas otras- les concede dimensión humana, desdramatizando la construcción, naturalizándola a base de vegetación, absorbiéndola gracias a una hiedra metafórica que la desacraliza y la convierte en algo nuestro, más real, más humano, en algo que permite a su alrededor la vida libre y la creación autónoma. Una forma de aproximación, apropiación y desactivación que trata de luchar, desde el arte, contra aquel otro arte que, para su desgracia, ha quedado al servicio del poder. Así sea, así es.
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