Buscando alguna lógica a
varias fábulas zoológicas.
-Texto para el catálogo de la exposición de María Uribe "Metáforas zoológicas sin lógica"-*
1-
Un hermano (paquidermo) para el urinario de Duchamp y otros (curiosos) objetos.
La
bella Uribe es mágica, surrealista y colombiana, una fabuladora fabulosa que
convierte algunas cosas en otras y algunas otras en arte, que cuenta cuentos
verdaderos, verdades como cuentos y cuentos como puños. Menos mal que alguien
se ocupa de la poesía, y de la simpatía, y del buen humor, menos mal que
algunos deciden bajarse de este tren de ritmo trepidante, de esta vorágine
alienante en la que todos andamos sumidos, y respirar con cierta tranquilidad:
sístole y diástole, inspiración y expiración. Uribe es bondadosa y, con ese
carácter, con esa calma, se apiada de muchos de aquellos objetos que nos suelen
pasar completamente inadvertidos, de aquellas cosas que tienen encomendada una
función ingrata pero que hacen nuestra vida bastante más cómoda, prestidigita y
les da una segunda oportunidad, a lo ready-made, a lo objet trouvé, se la da a
los muñecos hinchables de una tienda de souvenirs, a una bombilla usada, a una
lámpara de cristal y a un montón de arañas de plástico, a una loza sanitaria
–como hizo Duchamp- o a una baliza que flotaba en medio del mar, anclada al
fondo, zarandeada por las olas y cubierta de algas. Les da otra opción y
también nos la da a nosotros, porque su arte se completa con la gente, con ese
público al que no trata como un mero espectador insensible. María Isabel Uribe
crea un imaginario lleno de historias, de narraciones abiertas donde la
creatividad de cada uno se suma a su propuesta, una afortunada concurrencia
para construir un mundo colectivo, lúdico, abierto y libre, sin límites y sin
encorsetamientos, sin autismos ni introspecciones opacas, un arte imaginativo y
hacia fuera que cuenta con las personas, pero que también cuenta con un grifo
roto, un estropajo usado y varias miniaturas con forma de lavabo, un arte
irónico, divertido y extrovertido, que en este caso es paquidermo, felino,
arácnido y roedor, un arte funambulista e imprevisible, lógico y zoológico.
2-
Quien bien te quiere te hará llorar (y reír).
Todo
parece fácil pero casi nada lo es. Uribe plantea su forma de crear como un acto
conciliador, como una dulce condena a la que estaba predestinada y que asume,
dicho sea de paso, sin ningún resentimiento, con el convencimiento de aquellos
que poseen una vocación desde que nacieron. Los artistas lo tienen más difícil
de lo que pensamos, el proceso de concebir, de hacer, de transformar y de
conseguir, es el motor que mueve sus vidas, y para Uribe, su vida es el arte.
Con su obra tiene la intención de transmitir, de conectar, de comunicar, de
abrir posibilidades ante nuestros ojos, ante nuestras mentes, empleando todos
los materiales, formatos y técnicas que la actualidad pone a su alcance, son
trabajos vivos que van evolucionando y reciclándose con el tiempo, que nos
hacen sentir, que nos emocionan, que nos hacen dudar, que nos divierten, que
nos enamoran. Ella también ama, ama a la gente y la gente le ama, y por eso nos
hace reír pero también nos hace llorar, igual que la vida misma. Sus ingeniosas
contraposiciones son sutiles combinaciones que nacen con el objetivo de plasmar
la realidad, una realidad que lo es todo, lo bueno y lo malo. Así se presentan
sus piezas, en términos dialécticos, como esa instalación compuesta por
tentetiesos hinchables de formas animales –porque esto es una fábula-
dispuestos como bolos en una bolera a punto de ser derribados por una esfera de
peluches, conceptos antitéticos para una evidente metáfora sobre la vida: quien
bien te quiere te hará llorar, y también reír, pues eso.
3-
Rebelión (amorosa) en la granja.
Reír
y llorar, así es la vida, y el amor, porque la vida es amor y el amor siempre
es vida, una espiral de sentimientos que tiene mucho de contrasentido y
bastante de verdad. Ese toro enamorado de la luna que estaba sentado –como el
indio de la película- sobre un par de taburetes de Ikea, con su corazón entre
las patas, sin ubres, y con unos pétalos en el suelo como exvoto amoroso. Ese
toro es una pieza que marca la voluntad de Uribe por frecuentar lo absurdo y la
obviedad, desde lo sutil a lo directo, desde lo metafórico a la flagrancia, así
es su arte: una confusión coordinada y meditada, caótica y ordenada,
surrealista y real. Amores posibles porque la contemporaneidad todo lo puede,
una gallina promiscua que entiende
de pájaros y que se lleva el toro al corral –y al huerto- un rebaño de vacas y
ovejas muy bien avenidas que pastan sobre un sonrosado y apetitoso pezón, una
teta de la que también maman unas arañas casi transparentes; un cerdo, un burro
y una oveja, colgados y orbitando, unos conejos festivos sin cuernos y a lo
loco, un aquelarre de lagartos hechos de jabón lagarto, una granja rebelde y
amorosa que bebe del pop art y del buen rollo. Juguetes en miniatura con forma
de animales, plásticos cosidos y rellenos de retales, y de plumas, pieles que
reivindican la integridad animal puesta al servicio del hombre; piezas
escultóricas, instalaciones y fotografías para que la realidad que nos envuelve
comparezca más exacta, porque las modificaciones, las incorporaciones y las
creaciones ya las hace ella, y su perspicacia, su sentido del humor y su
sensibilidad. Con los vídeos llega el movimiento y con el movimiento otra forma
de narrar, un encuadre en primer plano, unas bocas comiendo galletas con forma de
gallina, de vaca o de pez, unos labios que dicen –cada uno en su idioma- que
ellos no comen animales. Un último acto de zoofilia porque el amor no ocupa
lugar, ni entiende de género, ni de especie, ni de pieles. El amor,
simplemente, tiene razones que la razón no entiende.
4- La pantera rosa, la
princesa muda y algún demonio (en la piscina).
La
hija de aquella diseñadora japonesa no hablaba ni una palabra, como si el gato
le hubiera comido la lengua, como si al nacer alguien se hubiera olvidado de dibujársela,
justo como le pasó a la inquietante Kitty. A aquella niña, su madre, le hizo
una pequeña corona de cartón adornada con un cristal de roca que le había
traído su padre –un holandés con pinta de aristócrata- de uno de sus múltiples
viajes. Ella la guardaba como su más preciado tesoro y siempre la llevaba sobre
la cabeza, incluso cuando daba vueltas desnuda alrededor de la piscina de su
casa, justo por aquel borde embaldosado. No todo es color de rosa en esta vida,
de hecho casi nada es tan simpático como la célebre pantera. A Uribe le
preocupan los valores que esta contemporaneidad mediocre infunde a nuestros
hijos, su indefensión y su candidez, las presiones y las ausencias a las que
los sometemos, le preocupa nuestra perversidad y nuestra falta de escrúpulos
con ellos, le preocupa observar como nuestra sociedad va renunciando a todo lo
que le daba un cierto valor añadido, como prescindimos de la honestidad, de la
integridad, de la fidelidad, de la ética y del trabajo bien hecho, le preocupa
como nos vamos rompiendo, rápidamente y en mil pedazos. Ella trata de ponerle
remedio y mientras lo hace, deja todos nuestros errores en evidencia, denuncia
mediante su obra la situación que vivimos, que no cesa y que crece, critica de
forma contundente, pero sin perder su gesto amable, dice lo que piensa y piensa
lo que dice.
5-
Una vanitas a la mejicana (a la manera de epílogo).
Y
Uribe piensa que la muerte puede ser de colores, cosa que en Europa rara vez
ocurre. En nuestro televisor aparece un niño de calzones blancos y chaleco
negro, va descalzo, en una de sus manos sujeta un pequeño esqueleto humano, una
figurita engalanada con flores y colores vivos, en la otra lleva una pistola de
juguete. Mientras, sentados cómodamente en nuestro sillón de diseño, en el
salón de una casa cualquiera de este occidente que se cree el ombligo del
mundo, de este continente superdesarrollado que nos vuelve pretenciosos y
engreídos, y cuyas ínfulas se han ido rebajando con esta crisis tormentosa que
muchos padecemos, en este contexto, digo, es en el que nos conformamos con
hacer un zapping indolente. Creemos que podemos con todo y prescindimos de
aquello que nos supera, obviamos la miseria, el hambre y muchas enfermedades,
obviamos el paro, las guerras –que siempre son lejanas- y la muerte, obviamos a
la infancia aunque sea nuestro futuro, prescindimos de nuestros mayores aunque
sean nuestro presente y la memoria más fiable de nuestro pasado, los que de
verdad saben de donde venimos y hacia donde vamos. Ahora la crisis es nuestra,
bien nuestra. Otras culturas aprendieron a vivir con todo ello, también con la
muerte, quizás por una cuestión de mera proximidad, la muerte existe, está y se
la espera, y detrás viene algo, aunque ese algo sea la nada más absoluta. Las
fotografías e instalaciones de Uribe, a la manera de un vanitas contemporáneo,
juegan con el concepto tangible de muerte, con su cercanía y su carácter
irremediable, pero también con la amarga dulzura con la que la ven en otros
lugares, en otras culturas, dejando en evidencia su iconografía más clásica y
ese componente lúdico que hace que no olvidemos que, en realidad, fue por la
espalda por donde murió el pez.
*Catálogo de la exposición "Metáforas zoológicas sin lógica" de María Uribe, Museu de Porreres, Ajuntament de Porreres, diciembre 2011.
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