Daniel Jordán - "Murmulla todo el teatro" - SAC Tenerife


Una exposición en tres actos*


Acto primero. Antes de que suceda (la exposición).

Es difícil hablar de aquello que ocurre antes de que las cosas sucedan, de todo lo que tiene que pasar para que el proyecto de un artista nazca y se desarrolle, para que se produzca, se visibilice, se haga público y accesible. Es complicado explicar lo que acontece para que unas piezas cobren forma, para que se materialice el acto de exponer, el hecho de exponerse. Daniel Jordán no es un artista cualquiera, una afirmación que puede parecer el tópico al que recurre un escritor con ansias de diferenciar aquello sobre lo que está escribiendo, de señalarlo, significarlo y amplificarlo, de otorgarle un valor, más valor. Puede parecer un recurso pero no lo es. Daniel Jordán es un creador que escoge el camino de la diferencia, de lo que permanece ajeno a las modas, a las tendencias, a las corrientes mayoritarias. Elegir esa vía y que esa vía te escoja a ti, es algo que requiere de una voluntad decidida, de una fortaleza interna, de un carácter singular, porque estar fuera de los parámetros de la convención y de lo convencional te obliga a un esfuerzo tan grande como lo puede ser la recompensa o el fracaso que resulten.       

Daniel Jordán nació en Valencia en 1983, pero con apenas dos años se fue a vivir a una isla, una isla que tampoco es una isla cualquiera. Lanzarote es un territorio insólito, un contexto marcado que deja marca. Desde su paisaje, tan bello como demoledor, desde su espacio limitado e insondable, desde la peculiaridad de sus gentes, su cultura y su clima, han fructificado, no en pocas ocasiones, las creaciones más extraordinarias. Jordán se peló los codos y las rodillas sobre las rocas de la isla, quizás un anticipo premonitorio de cómo el artista ha ido erosionando la epidermis de sus propias obras con la intención obsesiva de enseñarnos lo que hay detrás de la apariencia, de esa envoltura gris y globalizadora con la que la contemporaneidad nos ha ido anestesiando. Pero de todo esto hablaremos más adelante. Ahora habíamos dejado a un Jordán que, tras un fugaz paso por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, emprende rumbo de vuelta a Valencia para terminar su licenciatura, su máster y comenzar a trabajar. Allí surgen las primeras influencias trascendentes, los primeros proyectos seminales, las primeras escenografías, los primeros contactos con el público, las primeras exposiciones, empiezan a ocurrir todas aquellas cosas que son parte de un devenir formativo en una fase madura.

Hay muchos aspectos que sorprenden en la trayectoria y en la obra de Daniel Jordán, algo lógico en alguien que emplea el propio concepto de sorpresa como uno de los resortes fundamentales de sus piezas. Llama la atención, por ejemplo, la coherencia temprana de sus formalizaciones y de sus displaysexpositivos, una coherencia que le ha permitido continuar (re)utilizando esos recursos para ir (re)construyendo unas obras y unos espacios que, aun hoy, siguen acompañándole en su itinerario creativo con una confianza que no comparece exenta de la duda necesaria. Asombra también la escasa angustia que, al contrario de lo que le ocurre a esos artistas acomplejados e inseguros, le producen sus propias influencias, aquellas que le han hecho interesarse y no abandonar a autores como Francis Bacon, Alberto Giacometti o Lucian Freud, pero también a otros más cercanos como Federico Solmi y Enrique Marty, o referirse a los cuadros que pintó Velázquez como un dispositivo narrativo complejo, de lecturas inagotables, que inspira la mecánica discursiva de sus propias obras desde la investigación, la subversión, la admiración, la iconoclastia, la actuación y el respeto. 

Antes de que suceda este proyecto titulado “Murmulla todo el teatro”, que parte de una selección realizada por el artista de sus instalaciones más escenográficas de los últimos ocho años, han pasado muchas cosas y se han tomado muchas decisiones, algunas de ellas trascendentes. Quizás, las que más destacan, se refieren al firme propósito de Jordán por plantear obras abiertas con una pluralidad de lecturas, donde el misterio, el enigma y esa sorpresa que mencionábamos anteriormente, entran en contacto con la ironía, el sarcasmo y un elevado y fino sentido del humor que conecta lo dramático con lo cómico. Un creador que consigue inquietarnos y desconcertarnos con sus planteamientos, pero que también es capaz de hacer que alcancemos la hilaridad más absoluta o que suspendamos la reverencia y la distancia que, en muchas ocasiones, más de las deseables, se genera entre la propuesta, el espacio expositivo y el espectador. La obra de Jordán es un cúmulo de referencias, algo inevitable en el seno de la extenuante retroalimentación que supone el continuo bombardeo de imágenes y conceptos al que estamos sometidos por esa construcción de la cultura en capas acumulativas que disfrutamos tanto como nos aprisiona, unas referencias que él gestiona con la mayor libertad posible, sin prejuicios, explorando las distintas maneras de dirigirse al público y ofreciéndole un papel cada vez más activo en el diálogo que mantiene con ellos.­­­      

     

Acto segundo. El hecho de exponer(se).

Exponer(se) pero no de cualquier forma, no en cualquier sitio, no de cualquier manera. Daniel Jordán piensa en el escenario, en su coreografía, en la dramaturgia, en el teatro, en la performance, en la acción, en la instalación, en dibujar el espacio. Un espacio único con infinidad de obras que parten de conceptos y formalizaciones básicas con origen en la figuración, en la pintura, en la escultura, en aquello con lo que el artista inició su camino, unos medios híbridos que tienen el propósito de involucrar al espectador, de hacerlo partícipe y actor. Jordán empezó pintando, haciendo retratos al natural, luego comenzó a procurarse modelos tridimensionales construyéndolos él mismo, unas figuras que primero trasladaba pictóricamente a sus cuadros, pero que posteriormente terminaron formando parte de la pieza final. No podía ser de otra manera, Jordán percibió que esos objetos que usaba como maniquís tenían la capacidad de dialogar con sus obras bidimensionales, entonces procuró su integración en ellas, exponiendo pinturas y esculturas que ocupaban todo el espacio, unas instalaciones intuitivas que tenían mucho que ver con el teatro y con los recursos comunicativos que esta disciplina emplea con el espectador. 

Jordán quería desde el inicio del proyecto que, al transitar la sala, el público tuviera una sensación entre enigmática y curiosa, un sentimiento que buscase la interacción y la presencia activa por parte de un espectador que podía permanecer en el espacio de cualquier manera menos de forma indolente o inocua. Para ello comienza sus planteamientos desde un lugar tan poco habitual para las artes visuales actuales como lo es la dramaturgia clásica, como lo es Shakespeare, como lo son las fábulas, unas fuentes de inspiración recurrentes que revelan su interés por lo escenográfico pero también por lo narrativo, por la leyenda y por lo envolvente. William Shakespeare es un autor que trabajó tan bien la palabra que es difícil entender toda su complejidad en una sola lectura, algo así ocurre con las piezas de Jordán, unas obras que desarrollan tan bien la imagen y su historia que requieren ser observadas con tranquilidad, aplicando tiempo y esfuerzo para ser conscientes del valor y de los contenidos que aportan, unas instalaciones que no se sabe cuándo ni dónde empiezan ni cuándo ni dónde terminan, una gran escena que transitar, un displaycontinuo que se convierte en cuento, en actuación, en suceso, en hecho y en vida.

Pero antes de introducir al espectador en sus planteamientos, lo primero que hace Jordán es incluirse a él mismo en sus propias escenas. Identificado y seducido por el arquetipo clásico del fool, un bufón inteligente, carismático y algo loco, que se caracteriza por vivir cerca del poder aunque en sarcástica contravención con él, Jordán decide auto-representarse y auto-parodiarse como este personaje bufo que aglutina muchos de los vicios y virtudes del ser humano, pero que también le ha llevado de la mano hacia el teatro no tan clásico del absurdo, hacia Ionesco, Beckett, y en una singular deriva, hacia el surrealismo oprimente de Kafka, la violencia de Artaud o la ironía en primera persona de Vila-Matas. Jordán se expone doblemente gracias a este recurso, muestra su obra e incorpora una alusión más o menos caricaturesca de él mismo, una “doble exposición” que apela a esa visibilidad sin fin, a ese exhibicionismo obsceno en el que andamos sumidos. Sin embargo, esta sobreexposición clarividente, también contiene algunos personajes y obras que “se muestran ocultos”, un proceso que nace con la voluntad de aumentar ese misterio que tan deliberadamente busca el artista y que consigue gracias a una serie de obras que parecen acabadas pero que están a medio desembalar, a esculturas que no lo aparentan, a personajes escondidos en lugar de ser exhibidos, a peanas que tapan en lugar de enseñar. Una continua subversión del metalenguaje expositivo donde lo visible se vuelve invisible, donde lo invisible se vuelve visible, donde aquello que visibiliza y enfatiza se ha convertido en un dispositivo que oculta, que vela o que camufla.  



Acto tercero. El público (y su murmullo).

Y es aquí, en medio de esta gran escena estimulante, orgiástica y caótica que hemos decidido llamar exposición, donde se produce el contacto con el público, donde surgen las emociones, donde brota la sensación de inquietud, de miedo, de aversión a lo grotesco, de sufrimiento, de asco, de pena, de condescendencia, de ternura, de simpatía, de alegría, de carcajada, de risa nerviosa. Unas emociones que parten de elementos muy concretos, cercanos al artista, conocidos y reconocibles, autobiográficos, familiares, contextuales, su isla, sus tópicos, el escenario turístico, todo ello confeccionado con materiales poco normativos, accesibles, baratos, sencillos, pobres, reciclados, desvelando la estructura, las tripas, el armazón, con un marcado y voluntario aspecto de inacabado donde las piezas se van construyendo por acumulación, por capas, gracias a una forma de crear paulatina y lenta donde todos los trabajos se van depositando y enlazando sin deshechos, sin descartes, dejando a la vista la duda, la enmienda y el arrepentimiento. Jordán nos habla del daño, del humor, de la herida, de la enfermedad, de la densidad, del absurdo, del ego, de los egos, de la distopía, mientras asume sus errores y sus cambios de parecer, sin conformarse con los aciertos y buscando su propia voz de manera permanente. 

“Murmulla todo el teatro” es una disección sarcástica de las relaciones humanas y de poder, de los códigos y convenciones sociales de sumisión y de obediencia, de relación, de orden, de mando, de jerarquía y sometimiento, de simpatía, empatía y antipatía, de interés y éxito, de amor y odio, una muestra expresiva de la condición del ser, de nuestras manipulaciones y de cómo somos manipulados, de cómo modificamos nuestro comportamiento y de cómo la precariedad nos asfixia hasta someternos. Daniel Jordán reflexiona sobre nuestra sociedad en general, pero también sobre la concepción particular de su mundo, el mundo del arte, entendido como una gran tragicomedia en la que las carcajadas dejan visibles las vísceras por el canal de la boca y las heridas de los cuerpos y de los objetos sacan a la luz nuestras propias entrañas. Jordán plantea un peligroso juego de seducción donde los elementos expositivos se subvierten en una singular disposición sobre el espacio que va encaminada a operar los más diversos efectos, aquellos que provocan el murmullo y la carcajada, la lágrima y el agravio, el silencio violento de un chiste malo y mal contado, pero también la exclamación admirada de quien ama lo que ve.        

Mucho de expectación tiene ese murmullo, algo que refleja la inquietud de un público que no sabe a qué atenerse, que manifiesta su desconcierto a la vez que su interés por lo que tiene delante. Daniel Jordán cambia el silencio clásico que se produce en la sala de exposiciones, que en ocasiones denota respeto y atención, pero que en otras representa esa distancia e incomprensión que genera la creación contemporánea, por ese sonido curioso e ilusionado que mezcla las dudas en voz baja, el cuchicheo emocionado, el bisbiseo nervioso, la crítica disconforme o el rumor de fascinación y lo hace desde el riesgo a caer desde las alturas del funámbulo sin red, del emprendedor que fracasa porque su obra no es aceptada. Un proyecto que precisa del público, una propuesta que activa el misterio, la ironía, lo perverso, lo amable, lo bello, lo abyecto, el humor, la risa y el llanto desde esos teatros de los sueños que son las salas de exposiciones, los museos, las galerías y los centros de arte, unos espacios que esperan del murmullo estimulado y estimulante de la gente para que la creación se siga ampliando, ramificando, extendiendo y completando. Esto es lo que provoca Daniel Jordán: que murmulle todo el teatro. 

*Texto publicado en el catálogo que recoge la exposición de Daniel Jordán titulada "Murmulla todo el teatro" para el SAC Tenerife (marzo-mayo, 2019). Gobierno de Canarias, 2020.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario