Teorema del espacio - Joan Cortés


Teorema del espacio*

1- Un punto de partida (y no sólo eso)

Nada es casual. Joan Cortés nació en una familia de artesanos, de maestros de oficio que trabajan la madera, nieto de un abuelo carpintero, Francesc Cortés, Mestre Paco, que también era escultor. Un entorno que le permitió acercarse sin prejuicios a la talla y al ensamblaje, al respeto por la materia, a la búsqueda del concepto, de la forma y de la belleza, a una ética sólida de artesano y a una estética sensible de artista concienciado. Joan Cortés es un escultor postmoderno pero sin exhibicionismos, un creador contemporáneo y multidisciplinar, mesurado, austero, sobrio y contenido, inteligente y emotivo, que partió desde su hogar, desde ese punto marcado como origen, para recorrer el extenso mapa donde desarrolla toda su obra, pero siempre, sin perder de vista la patria que le sirve de referencia, su guarida, el refugio al que volver cuando arrecia la tormenta y el puerto del que partir cuando toca izar el ancla y desplegar las velas.

Cortés es un artista que vive y trabaja en Mallorca, en Pollença, en una isla, en su tierra, que se formó en la Escola d’Arts i Oficis de Palma y en la Llotja de Barcelona. Un escultor que empezó a serlo en los años ochenta y que encontró el inicio de su discurso, los hilos de los que tirar, a principios de la siguiente década. Un creador que comenzó asumiendo esa materia primera de fuerte tradición familiar, esa madera de formas muy diversas, de rotundos bloques desbastados por una motosierra o de ramas de higuera sin apenas intervención, poco modificadas y muy predispuestas. Luego vinieron las geometrías, las búsquedas, la importancia creciente del volumen y, sobre todo, del espacio que le rodea, que le separa y le une, que lo completa, que le ayuda a conformar nuevas piezas mientras trasciende los parámetros de la escultura más clásica, mientras explora, sin pausa, algunas de las otras vías, de las más recientes formas y maneras.

De todo ello dan buena cuenta sus primeras colectivas de los años ochenta y de principios de los noventa, entre otras, la de la Galeria Norai de Pollença (1984), la del Museu d’Art Contemporani de Sa Pobla (1985), la del Círculo de Bellas Artes de Palma (1988), las de las galerías mallorquinas Lluc Fluxà (1989), Maior (1991) o Pedrona Torrens (1993), así como su participación en la premonitora exposición itinerante “En tres dimensions” (1993)[1] donde se deja testimonio de una nueva generación de escultores, radicados en Baleares, cuyos diferentes trabajos tienen en común frecuentar nuevas pretensiones, nuevos gustos e intereses, artistas intergeneracionales como Ferran Aguiló, Alcover, Amador, Canet, Pep Canyelles, Joan Costa, Antoni Ferragut, Llorenç Ginard, Glòria Más, Gerard Matas, Pavia, Miquel Planas, Alfons Sard  o Sirvent, fueron parte de los seleccionados en una propuesta que contextualizaba de una forma heterogénea la producción, las formas y las ideas de la escultura balear realizada a principios de los noventa.


2- Despojándose de la tradición (romper para construir)

Fue en los frenéticos años noventa cuando esa materia preliminar comienza a cubrirse de plomo -otro material con otra presencia- pero manteniendo en su interior ese peculiar sentimiento, ese alma que seguía siendo de madera. Es en ese momento cuando Cortés decide buscar una mayor independencia, cuando comienza a quemar sus piezas y, con ello, aquello que le había servido de soporte, el lugar desde donde habían nacido sus primeras formas, un material en combustión que refleja su ansia por disociarse de la tradición que le viene dada, por distinguirse y por crecer, son años de experimentación y de aprendizaje, de romper para volver a construir sin renunciar a nada. Después comienza su camino personal e intransferible, aquel que se mueve por los parámetros de la sencillez y de la sutileza, de la belleza exquisita y de la economía de medios, de la sensualidad, de la sexualidad y del concepto. Formas de barco con las que entrar y salir de aquel primer puerto, canoas y vaginas, figuras orgánicas y elementales, refugios y cárceles, vainas y vulvas, un artista que trata de comunicar lo que él siente ante la forma, ante las formas, creándolas, recreándolas y compartiéndolas.

Desde el principio, Cortés, parte del módulo y de su repetición, de la suma de elementos que, juntos, componen una nueva realidad, piezas autónomas que unidas hacen otra, repetición y seriación desde la manufactura exquisita, materiales no tan nobles, más bien industriales, que al integrarse en sus piezas se convierten en singulares, la seducción de lo pobre, la poesía de un molde pastelero, la rapsodia de plomos suspendidos del techo, recuerdos de inmersiones submarinas, de gotas que juntas se convierten en lluvia. Aquí comienza su interés por colgar las piezas, por suspenderlas, por ocupar el espacio pero de otra manera. En la génesis hay plomo hirviendo y cubos de agua fría, formas distorsionadas por la física, por el empeño y por el azar, controladas involuntariamente y voluntariamente descontroladas.

Estos conceptos son la génesis de su primera exposición individual celebrada en la Galeria Maior de Pollença (1995)[2]. Una muestra donde la fragmentación de la unidad y la suma de elementos para conformar un todo, se convierten en el argumento generador de un discurso que ya deja definida la voluntad del artista por crear ambientes realizando una disposición espacial y atmosférica de todas las piezas que componen la exposición. Una suerte de instalación expandida donde la suma de las partes conseguían completar la integridad del espacio, mientras apelaba a un minimalismo, incipiente y cálido, que se alejaba de otros fríos mucho más septentrionales. Unas piezas que comienzan a recoger ciertas perspectivas existencialistas, desarrolladas en profundidad más adelante, a la vez que se desprenden de pedestales, de basas y de vitrinas, para acceder, directamente, a las paredes, al suelo y al techo de la galería.  

A finales de los noventa vuelve la madera, piezas duales y ambiguas de exteriores suaves e interiores ásperos, la procesión va por dentro dicen algunos. También por esa época comparece el aluminio, el yeso, el hierro y el alambre. Cortés sigue con la seriación, con las repeticiones y comienza a incorporar las acumulaciones, sigue prestando toda su atención a los materiales cotidianos, a lo que tiene justo al lado. Arte povera pero arte estético, minimalismo bello, endógeno y meditado, un artista que, en ocasiones, se repite como un autómata para alcanzar lo poético. Surgen nuevos conceptos, lo vacío y lo lleno, nuevas formas orgánicas, lo vegetal, lo marino y lo yuxtapuesto, pretende la unicidad a partir de muchos elementos, lo atómico, lo molecular y la suma de entidades para construir el objeto. De nuevo su individual de 1997, también para la Galeria Maior[3], vuelve a estar concebida como un proyecto unitario en el que cada pieza, y su disposición en el espacio, se convierten en elementos al servicio de una composición global que les trasciende. La pureza del blanco comienza a aflorar en unas obras que comparten esa exquisita ingravidez que acompañará, a partir de ahora, a casi toda su producción. Un naturalismo formal, taxonómico, poético y evocador, un conceptualismo contenido, de tintes tan sencillos como épicos.   



3- Consolidando el lenguaje (y explorando nuevas vías)

El siglo XXI llegó con hambre, una centuria voraz que sigue fagocitando casi todo lo que se le pone por delante, unos años sin tregua de los que es difícil abstraerse. Las individuales se suceden: en la Galería María Martín de Madrid (2001), en la Van der Voort de Ibiza (2003 y 2005) y de nuevo en la Maior de Pollença (2004) y en su sede de Palma (2006), acompañadas de colectivas de cierto peso como “Art Report” (2003), “Nit Niu” (2003), “BIDA” (2005), “Escultura contemporània a les Illes Balears” (2005) o “Posició, temps i espai” (2006). Todas ellas dejan constancia de un escultor decidido que ha encontrado su lenguaje, que lo domina con madurez y que obtiene resultados interesantes, un artista que abre nuevos caminos mientras va completando el devenir de su itinerario creativo.      

Ahora, Cortés, introduce la ambigüedad de una manera resuelta, planteando contradicciones de forma permanente: la monumentalidad y lo mínimo, materiales etéreos para grandes construcciones, la miniatura de lo colosal, lo industrial desde la manufactura, la producción seriada para obtener la unicidad y valorar la imperfección. La materia prima se radicaliza: plásticos, maderas lacadas y aceros inoxidables, pero también caucho, nylon y látex, elementos en bruto o procesados, hilo de alambre y bridas de plástico, cintas de tapicero y espumas de relleno. Una perspectiva de corte existencialista que da una segunda oportunidad a los objetos, a los materiales, interviniéndolos pero manteniendo su espíritu como resumen de lo que han sido y anticipo de lo que serán.

Su participación en propuestas colectivas como “Art Report” de 2003[4] o en la “Nit Niu” del mismo año[5] introducen su interés por el cubículo, por la unidad mínima de protección, de subsistencia, por aquellas estructuras que apenas consiguen guarecernos, pero también por conceptos más desarrollados como la unité d’habitation lecorbusiana; habitáculos humanos de existencia, resistencia y supervivencia que relativizan nuestra verdadera dimensión, nuestras pretensiones y gran parte de nuestros egos. Unas obras que asumen, también, muchos de los postulados del minimalismo: una geometría ascética, en ocasiones simétrica y siempre sintética, el empleo de determinadas unidades modulares de manera reiterada y ordenada, algunas referencias industriales y un cromatismo en el que el propio color de la materia se mantiene para no restar claridad a la estructura de la obra. Piezas que se construyen a partir de módulos, de elementos repetidos de apariencia fabril, que conforman una estructura de aspecto seriado, automatizado, mecanizado, pero que, en una curiosa paradoja, son deliberadamente imperfectas, a veces sensuales, incluso cálidas y afectivas.

Ejemplo de todo ello es la pieza con la que Cortés participó en la exposición itinerante “Escultura contemporània a les Illes Balears” de 2005[6], una muestra donde se vuelve a dejar constancia de toda esa generación de escultores que, de una manera u otra, introdujeron en la isla nuevas formas de concebir y de materializar, los Aguiló, Alcover, Amador, Canet, Canyelles, Costa, Ferragut, Ginard, Más, Matas, Pavia, Planas, Sard o Sirvent, a los que se unen, entre otros, jóvenes innovadores como Carles Gispert o visionarios clarividentes como Tomeu Ventayol. También cabe señalar las obras con las que Cortés contribuyó a la colectiva “BIDA 2005”[7], una propuesta en un contexto tan marcado como es el de la Bienal Internacional del Deporte en el Arte y donde presenta “1+1+1” una pieza que recurre a una formalización de corte minimalista para desarrollar una reflexión de idea flagrante, casi narrativa, un aséptico podium preparado para la entrega de medallas donde los tres cajones que lo componen son completamente iguales. O, por último, la ajustada selección de piezas realizada para la exposición titulada “Posició, temps i espai”, que fue celebrada en 2006 en la Harderbastei Städtischen Galerie de Ingolstadt (Alemania)[8] y que dejaba una interesante afirmación de todos estos parámetros.

Pero la propuesta que sirve de expresión más certera de los caminos recorridos por Cortés y que anticipa y confirma, de alguna manera, las investigaciones espaciales emprendidas por el artista, es su individual de 2006 para la Galeria Maior de Palma. Un proyecto expositivo solvente que recurre a un gran número de recursos para dejar patente la singularidad y profundidad de las vías transitadas: la acumulación, la reiteración y la transparencia, los materiales de belleza contenida y origen industrial, la guarida mínima y el templo monumental, refugios de hombres y hogares de almas, de nuevo la madera y unos soportes que vuelven a comparecer para hacerse parte de la pieza, lo orgánico, lo vegetal, lo molecular y lo inmaterial, la evanescencia, lo pesado y lo liviano, piezas suspendidas, elevadas y enclaustradas, la persistencia de la materia y su desintegración.

Todos estos parámetros seguirán desarrollándose en las posteriores exposiciones individuales que el artista realiza y entre las que cabe destacar las inauguradas en la Galeria Joan Melià en los años 2008[9] y 2011[10]. En la primera de ellas las piezas se mueven oscilantes entre ciertas dialécticas formales y conceptuales, algunas se vuelven más fluidas, seminales, otras se refieren a un minimalismo más austero y, por decirlo de algún modo, más académico. El cubículo y lo vegetal aparecen de nuevo, lo múltiple para componer la unidad también. Obras que incorporan otros materiales como el corian, el zinc, la cartulina o el caucho, y, algunas de ellas, la profundidad del color negro. Son estas últimas las que se merecen, por su especificidad, algo más de detenimiento, unas composiciones donde Cortés sitúa, a la manera de mosaico, unos cuadros revestidos de caucho completamente negro, una colocación sobre el plano que tiene mucho que ver con las disposiciones de pinturas en los grandes salones del siglo XIX, un color negro que nos habla de la pérdida de la mirada, de la anulación de la imagen, de la ceguera contemporánea, desde un tratamiento que entronca con cierto existencialismo matérico, una propuesta que nos hace reflexionar sobre conceptos tan esenciales en la expresión plástica actual como la reproductibilidad, la unicidad del aura, la opacidad, la invisibilidad o la indolencia retiniana. En la segunda de ellas, Cortés, vuelve a dar un giro de tuerca, partiendo de nuevo de la suma de elementos para componer un todo, crea unas piezas que trascienden la integración primera para apelar a la disgregación, a la separación, a la explosión y al estallido. El escultor emplea el microscopio para escoger las formas que sustentarán su reflexión y se mete de lleno en lo molecular, en lo celular, en lo invisible para nuestros ojos, y lo enfatiza suspendiendo las piezas en el aire, incorporando el dorado, junto al blanco, como color de referencia, y asumiendo nuevos materiales como la resina de poliéster, formalizaciones recuperadas como el dibujo sobre papel y nuevas vías investigación como la estrictamente fotográfica.    



4- Construyendo espacios (desde, en y hacia la instalación)

Joan Cortés ha ido superando, con calma y con éxito, las definiciones más convencionales de escultura, para consolidar su completo análisis sobre las relaciones que se establecen entre el objeto, el espacio y el individuo. Trascendiendo la evidencia física de las cosas, Cortés, sitúa como línea de reflexión la metafísica no tan obvia de lo relacional, de lo espiritual, de lo emocional, analizando cómo sus proyectos modifican el espacio donde se ubican y a las personas que los observan. Un escultor que se convierte en creador de nuevos lugares y de nuevas emociones a partir de propuestas plásticas de claro contenido conceptual, desarrollo espacial y perspectiva humanista, que profundizan sobre una de las ideas más esenciales de la escultura contemporánea: la obra, no tanto como materialización formal en sí misma, sino como generadora y modificadora del espacio, de la percepción, de las emociones y de los sentimientos.

Es por ello que los proyectos de Joan Cortés alcanzan su máxima expresión en las propuestas site-specific que el artista concibe para lugares muy concretos y, normalmente, de fuerte presencia arquitectónica. Son claros ejemplos de esta depurada vía de investigación, intervenciones tan potentes como las desarrolladas en “De lo espiritual en el aire” para el Horno de la Ciudadela de Pamplona (2006), en “Memòria de l’aigua” para Es Baluard, Museu d’Art Modern i Contemporani de Palma (2009) o en “Memòria de l’aigua (i viceversa)” para la Església del Convent de Sant Domingo de Pollença (2012). 

“De lo espiritual en el aire”[11] es una singular instalación que parte de la contradicción deliberada de enfrentar opuestos en un mismo espacio, no con el ánimo de generar un conflicto, sino con la intención de provocar una sinergia, una comunión, un acuerdo. Un proyecto espacial, ambiental y transitable, donde la monumentalidad de la pieza se contrapone a lo etéreo de los materiales, la transparencia voluntaria a la deliberada superposición de capas. Una propuesta que asume la voluntad compleja de incluir la dimensión sobrehumana de una catedral -de claro recuerdo gótico- en el seno de un horno abovedado de medidas más abarcables, la maqueta extendida dentro del espacio limitado, la casa dentro de la casa, la morada de las almas inserida en un búnker de piedra. Un interés evidente por la arquitectura y por la emoción, un ritmo ascendente y una transfiguración de la luz y de la mirada, una construcción metafísica que refuerza el sentimiento de sobrecogimiento, de recogimiento y de espiritualidad.

Asimismo, el site-specific titulado “Memòria de l’aigua”[12] y su posterior adaptación “Memòria de l’aigua (i viceversa)”[13], incardinan su reflexión desde la idea de la intervención espacial y de los estímulos ciertos que ésta suele generar en el público. Una acertada reflexión sobre los objetos, los sujetos y el lugar, que pone su prisma, no sólo en la interacción entre las formas y el espacio donde se encuentran ubicadas, sino también en los vacíos transitables para el espectador que generan la propia obra y su instalación en el recinto. Una pieza de dimensiones extraordinarias que recurre a esas formas orgánicas reincidentes en el trabajo del artista, a ese blanco nuclear que suele estar presente y a una génesis industrial en la elaboración de la pieza que queda prácticamente oculta ante la ambigüedad sobre el origen de la misma. Una construcción del espacio a partir de la acumulación de módulos, en esta ocasión sobredimensionados, que aparecen depositados sobre el suelo en la primera versión y suspendidos del techo en la segunda. Una obra trascendental que se completa con la luz como ulterior elemento, una luz que  ilumina, que da tantas  posibilidades como perspectivas, tantos sentimientos como puntos de vista. 



5- Teorema del espacio (un epílogo que es un nuevo comienzo)

En Teorema del espacio, Cortés, confirma y despliega su extraordinaria sensibilidad para comprender el entorno que le rodea e integrar su obra en él. Un proyecto surgido, inicialmente, del trabajo que el artista venía desarrollando en el conocido y palmesano Taller 6A de obra gráfica, y que ha ido tomando la forma de una completa instalación especialmente concebida para ajustarse a los lugares por los que debe itinerar. El creador, en esta ocasión, coge como punto de partida una de las reflexiones sobre la que viene trabajando en los últimos años y que se refiere a los conceptos de unicidad y de conjunto. Cortés investiga sobre la incorporación del objeto único al grupo, y la del grupo al espacio, observando cómo las sucesivas integraciones cambian de manera evidente la percepción que teníamos sobre aquel primer elemento. De nuevo la acumulación, la producción seriada, el elemento cotidiano extraído de su entorno, descontextualizado, para construir una nueva realidad. También comparece el color blanco y las formas puras, tangibles y rotundas, de unas mesas que, de una manera directa, rinden homenaje a aquellos orígenes compartidos con la maestría en el oficio de la madera, un sentido epílogo que, curiosamente, se convierte en preámbulo de todo lo demás.

Una interesante proposición que vuelve a recoger los tres factores fundamentales de las reflexiones de Cortés: el objeto, el espacio y el hombre, mientras establece una evidente metáfora sobre los roles del individuo y su integración en el colectivo. Una alegoría refinada que se completa con la dilución de las formas individuales que componen cada una de sus obras gráficas, piezas que apelan al bicromatismo y a la silueta para dejar claro que cada uno de los elementos que la componen forman parte de un todo. Una búsqueda constante de soluciones, de perspectiva y de luz, que trata de señalarnos alguno de los múltiples caminos por los que podemos salir de este laberinto donde la sociedad contemporánea se halla perdida, una dialéctica que nos indica que, quizás, sea la unión la que haga la fuerza.

* Publicado en el catálogo: Joan Cortés. Teorema de l’espai, Institut d’Estudis Baleàrics, Govern de les Illes Balears, Palma, 2013



[1] Comisariada por Joan Carles Gomis, En tres dimensions, Torre dels Enagistes - Ses Voltes, Ajuntament de Manacor - Ajuntament de Palma, Manacor - Palma, 1993 - 1994.
[2] Joan Carles Gomis, “… De la fragmentación como poética”, Joan Cortés, Galeria Maior, Pollença,1995.
[3] Pilar Ribal i Simó, “La escultura como modelo de exactitud”, Joan Cortés, Galeria Maior, Pollença, 1997.
[4] Comisariada por Biel Amer, Art Report 2003, Casal Solleric, Editora Balear, Palma, 2003.
[5] Con la pieza Habitacle humà”, Nit Niu’03, Cala Sant Vicenç, Pollença, 2003.
[6] Comisariada por Maria Antònia Artigues, Escultura contemporània a les Illes Balears, Projecte Llevant, Manacor, 2005.
[7] Comisariada por Marta Moriarty y Antonio Areán, BIDA 2005, Consejo Superior de Deportes, Ministerio de Educación y Ciencia, Salamanca, 2005.
[8] Comisariada por Isabel Cadevall, Posició, temps i espai, Govern Balear, Palma, 2006.
[9] Pilar Ribal i Simó, “Joan Cortés: en el hueco de la mano”, Joan Cortés, Galería Joan Melià, Alcúdia, 2008.
[10] Mercedes Rozas, “El juego estético de la escultura”, Joan Cortés, Galería Joan Melià, Alcúdia, 2011.
[11] Fernando Francés, “De lo espiritual en el aire. Sobre la obra de Joan Cortés”, Joan Cortés, Horno de la Ciudadela, Ayuntamiento de Pamplona, Pamplona, 2007.
[12] Un proyecto dirigido por Cristina Ros, Joan Cortés. Memòria de l’aigua, Es Baluard, Museu d’Art Modern i Contemporani, Palma, 2009.
[13] Joan Cortés. Memòria de l’aigua (i viceversa), Església del Convent de Sant Domingo, Ajuntament de Pollença, Pollença, 2012.

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